La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”.

– 2 Cor. 13.14.

Este versículo nos habla de tres aspectos de cada persona de la Deidad. El primero es la gracia de nuestro Señor Jesucristo. La gracia del Señor nos salvó, nos sostiene y nos sustentará por la eternidad. Sin ella, nadie podría ser salvo, y mucho menos se sostendrá en pie en la presencia del Señor.

El segundo aspecto mencionado es el amor del Padre. El amor es el  primer atributo que vino del Padre, aun antes de la fundación del mundo. Dios amó al mundo, y dio prueba de este amor para con nosotros, pues aún siendo pecadores, él envió a su Hijo al mundo, para que muriese por nosotros, y para que nosotros pudiésemos vivir por Cristo. Antes que pudiésemos amar a Dios, él nos amó primero, con amor eterno.

El tercer aspecto es la comunión del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo quien mantiene por la eternidad la gracia de Jesucristo y el amor del Padre en perfecta armonía. Es él quien proporcionó en la eternidad una perfecta comunión entre las tres personas de la Deidad en gracia y amor.

Pablo continúa diciendo: “…sean con todos vosotros”. Esto nos enseña que es a esa comunión de gracia y amor que hemos sido llamados. “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor” (1 Cor. 1.9). Y no solo a esta comunión, como si fuésemos convocados a una comunión individual, sino a la comunión de todos los santos.

El gozo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo solo será completo cuando tengamos comunión, por el Espíritu Santo, con el Padre y con su Hijo Jesucristo, y comunión unos con otros. Este es el propósito eterno de Dios: que, conformados a su Hijo, vivamos en aquella plena comunión de gracia y amor que ellos tuvieron en la eternidad.

Por eso, perseveremos en crecer en la gracia, en el amor y en la comunión, cuidando de no contristar al Espíritu con aquellas contiendas, celos y divisiones que combaten contra este propósito divino.

Que  el propósito de todos nosotros, su iglesia, sea seguir esta Palabra: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Col. 3.12-14).

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