La pregunta que los fariseos hicieron a Jesús acerca del divorcio le permitió al Señor trazar algunos principios de validez general, que exceden el ámbito del matrimonio. Cada vez que tenemos una situación de deterioro, hemos de buscar su remedio en el principio. Solo el principio nos muestra la perfecta voluntad de Dios, pues allí no está la fatídica intervención del hombre.

En lo personal, nos muestra que toda vez que queremos iniciar la restauración de algún aspecto de nuestro caminar cristiano, debemos volver al principio, es decir, a la actitud del recién convertido, a la sencillez y humildad con que recibimos al Señor la primera vez. En lo colectivo, como iglesia, nos muestra que la restauración solo es posible cuando volvemos al modelo original de Dios, al génesis de la iglesia. Y entonces tenemos que regresar a la Biblia, al Nuevo Testamento.

Todos los movimientos de restauración han partido redescubriendo alguna verdad bíblica, e intentando incorporarla a la vida práctica. Sin embargo, esa verdad bíblica, al no experimentar una continua renovación, y al no irse abriendo a otras verdades bíblicas –al conjunto de todo el consejo de Dios– se transforma en una cosa particular, exclusivista.

Muchos de los movimientos de reavivamiento del pasado se encuentran hoy anquilosados, conservando solo la forma externa, pero sin la vida interior que tienen todas las cosas de Dios. Quienes se aferran a formas sin vida, a herencias sin vigencia, tienen entre manos un fósil, pero no un ser vivo.

Tan lamentable como esto –y aún peor– es regresar al pasado, pero no al comienzo de la historia de la iglesia, sino a algún movimiento restaurador, y copiar sus principios y sus fórmulas. Si algo ya perdió vida en sí mismo, es imposible que genere vida en otros. El prestigio que le da la historia, o algún ‘gigante’ espiritual, no es suficiente para vivificar lo que ya está muerto.

La única esperanza de una verdadera y genuina restauración es volver a los inicios de la iglesia, porque allí se expresó la voluntad perfecta de Dios. Pero ¿cómo volver al principio si hay tantas reglas, tradiciones y costumbres que nos estorban? ¿Cómo recuperar la frescura, espontaneidad, sencillez y humildad de los orígenes?

El Señor dijo a los fariseos: «Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así». ¿Por qué no podemos volver al principio? Por la dureza de nuestro corazón. En el corazón del hombre están los obstáculos que hacen difícil la restauración de la iglesia.

Regresar al siglo XVI, con todo lo glorioso que fue el mover de Dios personificado en Lutero, no es suficiente. Regresar al siglo XVIII, con todo lo grandiosa que fue la obra de Dios entre los Hermanos de Plymouth, no es suficiente. Regresar al siglo XX, con todo lo valiosa que fue la recuperación del testimonio de Dios en China con Watchman Nee, tampoco es suficiente. Dios podrá hacer algo nuevo ahora en su iglesia, en este siglo XXI, si es que estamos dispuestos a volver al principio.

156