En el comienzo de la carta a los Romanos, llama la atención que Pablo exprese a los hermanos su deseo de ir a anunciarles el evangelio (1:15). Poco antes, dice que quería comunicarles «algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados» (1:11), y nos parecía bien, porque eran cristianos que habían creído el evangelio, y ya eran salvos.

Pero lo cierto es que Pablo inicia su epístola con el evangelio para los cristianos de Roma. Es así como, en tres versículos sucesivos (1:15, 16 y 17), menciona esa palabra, destacando algunos aspectos específicos. En el primero, Pablo expresa su disposición para anunciarles el evangelio; en el segundo, dice que el evangelio es poder de Dios para salvación; y en el tercero, que en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe.

Es de general opinión que Romanos es la más extensa y detallada exposición doctrinal de Pablo. Y en ella se tocan algunos de los asuntos fundamentales de la fe cristiana: la ley, la gracia, la justificación, la redención, la santificación, la glorificación, el Espíritu, etc. Es verdad que se puede ser un cristiano sin conocer algunas de estas enseñanzas básicas, pero también es cierto que nadie puede ser un cristiano maduro, ignorándolas.

De manera que no es de extrañar que Pablo esté dispuesto a anunciarles el evangelio «también» a los hermanos de Roma, a quienes no conocía de vista. (Este «también» nos da a entender que era quehacer cotidiano de Pablo anunciar el evangelio a los cristianos).

¿Puede alguien desconocer las enseñanzas de Romanos y ser un cristiano auténtico? Más aún, ¿puede alguien pretender servir a Dios pasando por alto las experiencias de Romanos? Pues no se trata solo de conocer las doctrinas, sino de tener las experiencias que involucran esas doctrinas.

La ley no es preocupación solo de los judíos, sino también de los cristianos, porque la ley tiene expresiones muy variadas en todos los hombres, sean judíos o gentiles. (Por eso Pablo habla de la ley a los cristianos gentiles de Roma). Todo cristiano necesita saber cómo ser libre de la ley, porque ésta, asociada con la carne, produce la esclavitud del pecado. Si no conocemos la manera divina de liberarnos de la ley, no sabremos ser libres del pecado.

Tampoco podremos caminar bien si no conocemos experimentalmente del poder de la gracia, la única capaz de sostenernos firmes. Por la gracia somos conducidos a un caminar en victoria, sostenidos por el Espíritu Santo. Si estamos bajo la ley, el Espíritu no tendrá base para operar en nosotros, pues aún estaremos en nuestra carne. Luego, todas estas cosas nos conducen a la experiencia de vivir en el cuerpo que es la iglesia.

Así, paso a paso, Pablo nos descubre cuál es la respuesta de Dios a nuestras mayores necesidades. Entonces podemos concordar con Pablo que verdaderamente el evangelio es «poder de Dios para salvación», no solo de los incrédulos, sino también de los creyentes.

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