Cualquier forma de comunión que no sea reflejo de la vida en la Trinidad, no es comunión.

Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”.

– 1a Cor. 1:9.

El tema de esta conferencia es «Permaneciendo en la visión celestial». Con anterioridad, revisamos los cuatro fundamentos de la visión celestial: el ministerio de la palabra, la comunión, el partimiento del pan y las oraciones. Ahora nos centraremos en el segundo fundamento, la comunión, buscando extraer la fuerza de la frase: «llamados a la comunión con su Hijo».

Entre vosotros

Siempre es importante dar la máxima atención a los primeros capítulos en los libros de la Biblia, porque generalmente en ellos hallaremos los principios básicos, la clave que abrirá la revelación de todo el libro. Sabemos que Pablo, en su primera carta a los Corintios, trata muchos asuntos delicados, uno de los cuales es la división. Al estudiar esta epístola, uno de los principios está dado en una frase del primer capítulo: «entre vosotros» (1:9).

«Os ruego … que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones … Porque he sido informado … que hay entre vosotros contiendas» (1:10-11). «…pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? … Cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo … Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen» (3:3; 11:18, 30).

Aquí podemos percibir la naturaleza y el carácter de la iglesia a la cual Pablo escribe. La frase «entre vosotros» es clave para entender la condición de la asamblea en Corinto, envuelta en contiendas, celos y disensiones, quebrantada por hechos carnales, que había fracasado en algunos principios espirituales.

Ella había fallado en el servicio al Señor. Vemos esto en el capítulo 12, cuando Pablo aborda el tema de los dones espirituales.

Había disputas entre ellos a causa de los dones, y era una iglesia que no había comprendido la grandeza, el profundo significado y la realidad espiritual de la mesa del Señor. Entonces, cuando leemos las frases «entre vosotros», logramos tener una visión de la real condición espiritual de la iglesia en Corinto.

Perdidos de la visión

Es importante notar algo en el versículo 1:9. «Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo». Aquí estamos ante una de las grandes frases bíblicas, una de las mayores declaraciones en la palabra de Dios. Por un lado, vemos la condición real de decadencia de Corinto. Ellos estaban perdidos de la visión celestial, porque los puntos fundamentales de la visión denotaban una profunda crisis.

Podemos decir, sin exagerar, que aquella iglesia estaba yendo a un precipicio espiritual. Su situación era profundamente dramática. Observen la frase «entre vosotros», que acusa toda la información que Pablo tenía sobre ella: su degradación, su corrupción, las divisiones y contiendas que había entre ellos.

¿Qué es la comunión?

Pablo afirma contundentemente: «Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo». ¿Tenemos una idea plena de lo que significa la comunión del Hijo de Dios? ¿Qué significa ser llamados a esta comunión?

Creo que hemos restringido el significado de la palabra comunión a nuestra experiencia. Cuando vemos cómo la iglesia ha vivido el tema de la unidad y comunión, creo que no hemos captado la fuerza de estos conceptos. Veamos, entonces, a la luz de la palabra de Dios, lo que significa la comunión.

Permítanme mostrar tres puntos para comenzar a adentrarnos en este asunto. Primero, Dios es una comunidad de tres personas. La comunión es la principal actividad de la Trinidad. Es como el poderoso torrente de un río que fluye de una persona a la otra. Este río tiene tres vertientes. La primera se llama vida; la segunda, relacionamiento, y la tercera, amor.

Vida, relacionamiento y amor son las palabras que explican la comunión de la Trinidad. Se podrían añadir otras palabras aquí, pero éstas tres son fundamentales. Cada persona de la Trinidad vive para las demás. Toda su vida es entregada hacia la otra persona; todo su amor es para el otro.

El relacionamiento es aquello que explica el verdadero sentido de la Trinidad. Esta es la comunión del Hijo de Dios, es la realidad de la comunión a la cual hemos sido llamados. Nuestra vida de comunión como iglesia no puede ser menos que esto. Cualquier forma de comunión que no sea reflejo de la vida en la Trinidad, no es comunión.

Punto culminante

Veamos esto: La comunión es el fundamento de todo lo que Dios es y de todo lo que él hace. Su naturaleza y su obra están basadas en esta realidad de comunión. Y esto debe ser práctico para nosotros, porque el punto culminante de nuestra salvación es la comunión: la comunión con el Padre, con su Hijo y con su Espíritu. El fundamento de todas las obras de Dios es la comunión; y, si esto es real respecto de Dios, debe serlo también en nosotros.

Todas estas verdades tienen el propósito de corregir nuestras deficiencias en el servicio. Todo lo que hacemos al Señor y los unos a los otros, debe tener el fundamento de la comunión.

La ayuda del Espíritu

Avancemos un punto más. Cuando tratamos de entender la palabra comunión, en primer lugar, tenemos que pedir ayuda al Espíritu Santo de Dios, porque él es el Espíritu de comunión. Con su guía, podemos intentar mirar en la eternidad pasada.

Porque hubo un tiempo (si podemos decirlo así, aunque no existía el tiempo, sino la eternidad), cuando no había nada creado. Ni siquiera había ángeles. Solo había Dios, esta comunidad de tres personas, viviendo eternamente el uno para el otro, en vida, relacionamiento y amor.

Estas tres personas estaban satisfechas la una con la otra. Todo lo que el Padre anhelaba, lo tenía en su Hijo; todo el placer de la vida del Padre estaba en su Hijo. El Padre era todo en su Hijo; era su alimento, su pan, su agua, su vida.

Por eso, prestemos atención a las enseñanzas del Señor Jesucristo en los evangelios. Ellas son algo singular en toda la Biblia, porque todo lo que él enseñó eran testimonios de aquello que él había vivido con el Padre.

Cuando Jesús decía: «Yo soy el pan de vida», él sabía lo que era realmente ese pan, porque, eternamente, él vivió alimentado por aquel Pan eterno que era el propio Padre. Cuando él hablaba de sí mismo como el agua, «el que tiene sed, venga a mí, y beba», él conocía perfectamente el poder de esa agua, porque él había vivido eternamente inundado de este río divino de amor, de este río de vida sobre él. Todas sus enseñanzas eran verdaderos testimonios de lo que él vivió con el Padre. El Padre era su escuela, su enseñanza.

Entonces, al pensar en la frase «llamados a la comunión con su Hijo», hemos de adentrarnos en la eternidad pasada, con ayuda del Espíritu, y ver un poquito de aquello que el Hijo vivió en el Padre, y lo que el Padre vivió en el Hijo.

Comunión que desciende

Ahora, pongamos atención: La comunión eterna desciende a la tierra. Lo veremos cuidadosamente, para percibir toda la fuerza de la palabra «comunión». «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14).

La palabra «habitó» tiene una connotación muy especial en el Nuevo Testamento. Ella contiene una de las enseñanzas más contundentes en las Escrituras. Una de las más gloriosas verdades acerca de la comunión se concentran en ella. La palabra original encierra la idea de «extender el tabernáculo».

Las palabras tabernáculo o templo, proceden de Dios, así como las palabras: alianza, gracia, misericordia, amor. La explicación de ellas está en el propio Dios.

La idea del tabernáculo o templo viene de Dios. Debemos entender que, cuando Dios mandó a Moisés levantar el tabernáculo, todo aquello que Dios ordenó hacer a Moisés tenía que ver con Su mente, con Su carácter y Su propósito. Era una revelación de la persona de Dios, y de la gloriosa obra de su Hijo.

Habitando

En Éxodo 25:8, Dios mismo nos define el propósito del tabernáculo. «Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos», o «estaré en medio de vosotros». Esencialmente hablando, esto significa que el propósito de Dios en relación al tabernáculo es la comunión. Dios dio aquel tabernáculo para que él pudiese descender allí y tener comunión con su pueblo. Todo en el tabernáculo apuntaba hacia la persona y la obra de su Hijo. Si lo estudiamos en detalle, tendremos una visión gloriosa de la Trinidad, y de la persona y obra del Hijo de Dios.

Entonces, concentremos nuestra mirada en la palabra «habitó». Hay cinco menciones de ella en el Nuevo Testamento: una única vez en el evangelio de Juan, y cuatro veces en el libro de Apocalipsis. Vamos a estudiar dos versículos en Apocalipsis que nos dan luz acerca de esta palabra.

Tabernáculo extendido

«Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos» (Ap. 7:15).

El contexto de este versículo nos dice algo muy importante. A partir del versículo 9, Juan tiene la visión de una gran multitud, constituida de pueblos, tribus, lenguas y naciones, que están delante del trono de Dios.

La frase «extenderá su tabernáculo sobre ellos», es la misma palabra «habitó» de Juan 1:14. La expresión de Juan 1:14, traducida conforme al original es: «extendió su tabernáculo». Entonces, cuando nuestro Señor Jesucristo descendió, aquel tabernáculo eterno y celestial descendió a la tierra.

Si alguien lee la Biblia con una mente natural, jamás podrá captar la verdad de esta palabra. Solo por el Espíritu de Dios es posible estudiar y entender la grandeza de esta revelación. Cuando unimos Juan 1:14 y Apocalipsis 7:15, tenemos una revelación general: aquella comunión eterna, que estaba en el tabernáculo divino, ahora desciende a la tierra.

Dios extiende su tabernáculo en la tierra. Podemos mirar a él y ver en él a nuestro Señor y Salvador, podemos ver en él toda la centralidad de la obra de Dios. Si pensamos en la iglesia como una casa, él es el fundamento; si pensamos en la iglesia como una familia, él es el primogénito; si pensamos en la iglesia como un cuerpo, él es la cabeza. ¡Gloria a Dios por todo eso!

La cima de nuestra salvación

Sin embargo, debemos detenernos en esta verdad de una manera singular. Tenemos que verlo a él como aquella comunión eterna que desciende a la tierra, porque esta es la cima de nuestra salvación. El perdón de nuestros pecados fue solo el comienzo, pero la culminación de todo es que entremos en la gloria de la comunión que el Hijo vivió eternamente con el Padre.

No obstante, en ningún lugar de la Biblia se nos muestra que caminamos hacia esto, sino que se nos exhorta a vivirlo ahora. Todas las fuerzas del infierno, todas las artimañas del enemigo, todas sus armas contra la iglesia, batallan contra esta comunión. Tal es lo que vemos en la primera epístola a los corintios, y esto debe ser una lección para nosotros.

Debemos mirar a esta epístola con mucho temor en nuestros corazones, para discernir cuáles de estas cosas está revelando Dios a nuestra propia situación. Y debemos esforzarnos en amarnos unos a otros, como de hecho fuimos amados; y esforzarnos en perdonar así como nosotros fuimos perdonados. Si así no fuere, la comunión solo será entre nosotros una teoría, una palabra que predicamos, una palabra que cantamos, pero no una realidad que vivimos. Nunca podremos pensar en la visión celestial sin este glorioso fundamento de la comunión.

Entonces, este versículo de Apocalipsis 7:15 debe traer un peso de gloria a nuestro corazón. Cuando nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra, aquel tabernáculo eterno descendió ahora a nosotros. Su primera venida está registrada en Juan 1:14. Él extendió su tabernáculo entre nosotros. Ahora, vemos el mismo tabernáculo dentro de la gloria.

Un nuevo participante

Lo glorioso de todo esto es que el Espíritu Santo nos ayuda a mirar a la eternidad pasada, donde vemos en Dios un gran tabernáculo, una comunidad de tres personas, viviendo eternamente en comunión. Sin embargo, el Espíritu nos lleva también a mirar a la eternidad futura, y podemos ver de nuevo este gran tabernáculo, pero con un elemento más – la iglesia del Señor Jesús.

Ahora aparece no solo el tabernáculo constituido de tres personas. Hay otro ser en este lugar: el nuevo hombre de la nueva creación. Todos nosotros, los hermanos, estaremos en ese tabernáculo.

«Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios» (Ap. 21:3).

Observemos esta frase: «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos». Esto es muy importante para todos nosotros, porque esta frase amplifica los dos textos ya examinados. Aquí tenemos la consumación y la gloria final de esta palabra «habitó». ¡Cuán precioso es todo esto para nosotros!

Comunión bajo ataque

Vemos que toda la obra de Satanás contra la iglesia, es para destruir esto. ¿Por qué hay tantas divisiones, tantas separaciones y tantas contiendas entre el pueblo de Dios? Tenemos que entender que la comunión es un grandioso fundamento para la realidad de la iglesia. El enemigo intenta atacar justamente este punto de la comunión, y si no somos diligentes, si no hay temor a la voz del Señor, fracasaremos.

El gran problema de las divisiones es que las personas no vieron a Cristo. El problema está en nuestro propio corazón ególatra. Aquí nacen las divisiones y las contiendas.

Las personas se van separando, se hieren, se dañan. Pero la verdad es que no estamos simplemente hiriéndonos unos a otros, sino que estamos hiriendo al Señor, a su expresión en su iglesia; estamos ofendiendo a este tabernáculo.

La iglesia es la mayor realidad visible de esta tierra. La belleza de la iglesia, ante los ojos de Dios, no se compara con toda la grandeza del universo. Si miramos hacia el universo, nos asombra su orden y su esplendor. A medida que lo conocemos, quedamos maravillados. Pareciera no haber belleza semejante.

Sin embargo, al pensar en la iglesia según el propósito eterno de Dios, al mirar a la iglesia según la palabra de Dios, toda la belleza del universo, tanto del macro como del micro-cosmos, no es comparable a la gloria y hermosura de la iglesia del Señor Jesús.

Una batalla

Entonces, nosotros tenemos que amar la iglesia, tenemos que batallar por la iglesia, por la unidad del Espíritu, por esta comunión. El enemigo batalla contra nosotros y contra Cristo, atacando la comunión. Cuando el diablo nos afecta en la comunión, él está ofendiendo a Dios. Esto es algo muy serio.

«Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros» (Juan 1:14). Aquí tenemos al menos dos lecciones importantes. El tabernáculo o el templo revelan la verdad espiritual más profunda del deseo de Dios de encontrarse con el hombre.

¿Cómo es posible esto? Cuando esta comunión se despierta entre nosotros. Cuando estamos aquí, en esta realidad de comunión, satisfacemos el deseo de Dios, porque nosotros somos su templo; hemos sido introducidos en su tabernáculo que es Cristo. Él vino y armó su tienda entre nosotros, nos llevó adentro y ahora él nos hizo esta casa.

Muchas moradas

«En la casa de mi Padre muchas moradas hay» (Juan 14:2). ¿Cuáles son estas muchas moradas? ¿Será que en el cielo habrá una casita para cada uno de nosotros? ¿Es eso lo que Juan está hablando? La respuesta es simple: «La casa de mi Padre». La Biblia enfatiza en muchos pasajes que nosotros somos la casa de Dios. Pablo escribe a Timoteo que nosotros somos «la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad» (1a Tim. 3:15). Hebreos 3:5-6 habla de «la casa de Dios … la cual … somos nosotros». Hebreos 10:21 dice que somos «la casa de Dios». Nosotros somos esta casa.

«En la casa de mi Padre muchas moradas hay». Dios vino a habitar en su tabernáculo. Esto es maravilloso. Pero no podemos tomar esto de una manera meramente doctrinal; tenemos que vivir esta realidad. La única forma de proclamar esto es que vivamos la verdadera comunión. Si no la experimentamos, estamos predicando una irrealidad o simulación, y esto no es espiritual, sino maligno. Entonces, tenemos que pedir a Dios que él venga a romper todas las prisiones que nos mantienen cautivos en divisiones, contiendas y cosas similares.

Vivir para el otro

El tabernáculo es un lugar en Dios, donde él desea encontrarse con nosotros. Día tras día, él hace todo por atraernos. Él envió a su Hijo, y éste vino y extendió su tabernáculo entre nosotros. Él envió a su Espíritu, el cual vino a habitar dentro de nosotros. No hay nada que sea mayor, nada que pueda superar esto; ésta es una verdad suprema. Las contiendas, las divisiones, son cosas pequeñas ante la grandeza de este tabernáculo en el cual estamos incluidos.

Una verdad más. El templo en Dios es un lugar de compañerismo. Este compañerismo siempre existió en Dios, y esta realidad tiene que estar entre nosotros, como entre las tres personas de la Trinidad eterna, donde el uno vive para el otro. La gran pregunta que debemos hacernos es: «¿Realmente vivo yo para mi hermano?».

Ego aplastado

Cuántas veces el Señor dijo que su vida le era dada por el Padre. Él es el Hijo engendrado eternamente. Todo lo que él vivió era para agradar al Padre. No hay nada que aplaste más al ego que esto – vivir para el otro. Que el Señor nos ayude a aprender esta gran lección. Que podamos orar así: «Señor, ayúdame a vivir para mi hermano». Y cuando pensamos cómo el Señor hizo esto, él tuvo que entregar su vida, tuvo que recorrer el camino de la cruz y morir en la cruz. Solo el camino de la cruz puede humillar nuestro ego, para ayudarnos a morir y a vivir los unos para los otros.

Hasta morir juntos

Recordemos la iglesia primitiva. Ellos tenían impedimentos para reunirse. Si lo hacían, arriesgaban ser perseguidos y aun muertos. Pero, a pesar de las persecuciones, ellos nunca dejaron de reunirse, prefiriendo morir juntos, antes que vivir separados.

Al estudiar la historia de las persecuciones en la iglesia primitiva, muchas de ellas tenían que ver con las reuniones. ¡Qué gozo tenían ellos de reunirse! Aun delante de la muerte, estaban allí, partiendo el pan, orando y cantando juntos, aunque ello podría costarles la vida. Y hoy, con la libertad que tenemos de reunirnos, de abrazar a los hermanos en todo tiempo, le hemos dado lugar a la indiferencia y a las divisiones.

Que el Señor haga una gran obra en su iglesia en este tiempo, porque hoy él está, con mano fuerte, reivindicando a su iglesia de una manera especial. Tal vez nosotros seamos la última generación. No obstante, si no fuese así, que podamos dejar un gran ejemplo a nuestros hijos, para que ellos prosigan esta comunión, en este gran tabernáculo, hasta que el Señor Jesús venga a llevarnos. Que esta palabra tenga un lugar muy especial en nuestros corazones.

Mensaje oral impartido en Rucacura (Chile), en enero de 2016.