Dios llama a vasos personales a colaborar con su propósito, pero él tiene también en vista su vaso mayor, la iglesia.

Tres aspectos fundamentales en relación a la visión celestial son: la gloria de Cristo, la gloria de la iglesia, y la absoluta necesidad de la revelación. Nuestra carga ahora es hablar del vaso. Dios necesita levantar vasos. La visión y el vaso deben volverse una sola realidad. El mensaje cristiano genuino tiene que ser una expresión del mensajero y de su historia bajo la disciplina de Dios.

Cristo y la iglesia

En primer lugar debemos establecer que el centro del propósito eterno de Dios es su propio Hijo. Dios todo lo hace con su Hijo, en él, por él  y para él. Para  que Cristo tenga la preeminencia en todas las cosas. Sin duda, la iglesia participa del propósito de Dios, pero ella no es el centro de este propósito. «Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas» (Rom. 11:36). Este es el aspecto más importante en cuanto a la visión celestial.

En segundo lugar, Dios llamó a la iglesia. En su consejo eterno, él planeó que su Hijo tuviese una esposa, y que ella fuese también su templo, su familia y su cuerpo. En lo que concierne a la iglesia, estos son los tres aspectos de la visión celestial: la iglesia es el cuerpo de Cristo, es la casa espiritual de Dios, y es la familia de Dios.

Cuando pensamos en la iglesia como cuerpo de Cristo, él es la cabeza; cuando pensamos en ella como una familia de muchos hijos, Cristo es el hermano mayor, el primogénito entre muchos hermanos, y cuando pensamos en ella como casa espiritual de Dios, Cristo es la piedra angular.

Revelación

El tercer aspecto es la absoluta necesidad de la revelación. Cuando Pablo ve con claridad el propósito eterno de Dios, él dobla sus rodillas. En los primeros once capítulos de Romanos, cuyo tema es el evangelio de Dios, vemos mucha doctrina, revelación y teología. Y después de escribir esos capítulos, aquel hombre tan lleno de conocimiento exclama:

«¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén» (Rom. 11:33-36). Si hablamos de doctrina o conocimiento bíblico sin que ello nos lleve a doblar nuestras rodillas, entonces eso no es revelación. La verdadera revelación nos llevará siempre a la adoración.

La necesidad de Dios

Ahora hablaremos del vaso. La iglesia busca la palabra de Dios; pero Dios busca a sus siervos. Si Dios no encuentra a sus ministros, la iglesia no tiene Su palabra. Dios llama a siervos, para que Sus necesidades sean suplidas.

Cuando leemos los tres primeros capítulos de 1 Samuel, vemos allí un tiempo de crisis. El sacerdocio había fracasado. Ana era estéril. Ella subía con su marido cada año a Jerusalén, para ofrecer sacrificios al Señor. Así, Ana fue percibiendo las falencias del sacerdocio. Ella estaba amargada, pues no tenía hijos, y suplicaba al Señor que la bendijera. Pero, cada año, una impresión mayor quedaba en su corazón. No era ella quien estaba estéril, sino Dios. No había nadie que representase a Dios en la tierra.

En 1 Samuel 3:3 se dice que «antes que la lámpara de Dios fuese apagada», Dios llamó a Samuel. Samuel significa «el nombre del Señor». Cada año, el corazón de Ana fue tomando una carga. «Si dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida». De alguna manera, ella comprendió la necesidad de Dios.

¿Por qué Dios llama a colaboradores? ¿Por qué él se interesa en los vasos? Dios podría no tener ninguna necesidad: él es completo y perfecto en sí mismo. Pero él decidió limitarse a sí mismo, y llamar a colaboradores que puedan compartir con él su corazón y su carga. Nuestro mayor privilegio como iglesia es ser colaboradores de Dios.

Compromiso del Espíritu Santo

Antes de entrar en el tema del vaso, necesitamos hacer tres consideraciones de suma importancia. En primer lugar, el Espíritu Santo fue enviado del cielo para un único propósito: su compromiso y actividad es llenar todas las cosas con Cristo, y llenar a Cristo de todas las cosas. No olvidemos esto.

¿Qué significa llenar todas las cosas de Cristo? Efesios 1:23 dice que Cristo es «aquel que todo lo llena en todo», y la iglesia es su cuerpo. Y Efesios 4:10, dice que Cristo «subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo». Él es el heredero de todas las cosas. Todo fue creado para él, y le pertenece a él. Mientras no se manifieste la realidad universal de Cristo como aquel que es el dueño de todas las cosas, el Espíritu Santo no descansará.

Por eso, en la consumación del propósito eterno de Dios, toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra, se doblará y todos confesarán que Jesucristo es el Señor. Porque ese es el compromiso del Espíritu Santo. Entonces, esta primera consideración es muy importante.

Prueba real

Segunda consideración. Si lo que hablamos es verdad, entonces, la prueba real de toda obra cristiana es su eficacia en ampliar la medida de Cristo en este universo. Esto significa que Dios mide todas las cosas por medio de su varón aprobado. Él es la medida de Dios, el metro cabal, probado y aprobado.

En Apocalipsis 1, cuando Juan tuvo la visión de la gloria del varón aprobado por Dios, él lo describe en detalle desde la cabeza a los pies, de manera maravillosa. Y, ¿qué tenemos en los capítulos 2 y 3? Siete iglesias. El número 7 nos habla de plenitud en la tierra. Las siete iglesias están a los pies del Señor, y el varón aprobado por Dios mide a cada una de ellas. Su medida es justa. Entonces, cuando él mide a Éfeso, él la alaba por su perseverancia, su labor y su ortodoxia. Mas, él dice: «Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor» (2:4).

La intención del Señor Jesús al medir su casa es llevarnos a una mayor plenitud. Según el libro de Ezequiel, en cada medida que Dios hace, se ve más de la plenitud. Cuando aquel varón toma la vara y mide las aguas, éstas llegaban a los tobillos. Al medir una vez más, estaban en las rodillas. Mide otra vez, y las aguas llegaban hasta los lomos. Una vez más, y era un río que no se podía cruzar.

¿Qué significa medir? Juzgar. El juicio debe comenzar por la casa de Dios. Lo más saludable que podemos hacer hoy es orar como iglesia: «Señor, juzga tu casa; pasa nuestras vidas por el fuego. Juzga nuestros relacionamientos, juzga nuestro servicio, nuestras relaciones familiares, todo lo que hay en nosotros y entre nosotros». Porque Dios ya «ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos» (Hech. 17:31).

Nunca perdamos de vista que Jesús es el varón medida de Dios. Todo lo que a Dios le interesa es Cristo. Entonces, en toda obra cristiana, esta es la verdadera prueba: si esa obra contribuye a ampliar la medida de Cristo en este universo. Al Señor no le interesan los números, sino la realidad espiritual, es decir, cuánto de Cristo hay en cada creyente, en nuestro servicio, en nuestro mensaje, en todo lo que somos y hacemos.

Tercera consideración. Si lo que dijimos en los dos primeros puntos es verdad, entonces, ¿qué es el ministerio? Es nuestra colaboración con el Espíritu Santo en su compromiso de llenarlo todo de Cristo y llenar a Cristo de todas las cosas. Estas tres consideraciones son de vital importancia. Por eso, nuestra carga hoy es hablar acerca del vaso. Dios llama a vasos personales a colaborar con su propósito, pero él tiene también en vista su vaso mayor, la iglesia.

La mayordomía de Ana

Cuando Ana subía año tras año a Jerusalén, una carga iba siendo puesta en su corazón. Ella vio que Dios estaba estéril. Dios necesitaba colaboradores. Entonces oró: «Si dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida». Esa no era una negociación con Dios. Ana estaba pidiendo un hijo para ella, pero que no estaría con ella. En otras palabras, ella no pidió algo para sí misma.

Los tres primeros capítulos de 1 Samuel son muy hermosos. El Señor bendice a Ana, y ella concibe un hijo: Samuel. Ella lo amamantó y lo cuidó hasta que fue destetado. Entonces Ana lo entregó en el templo del Señor. Y el niño Samuel permaneció en el templo. ¡Qué maravillosa figura!

«Y le hacía su madre una túnica pequeña y se la traía cada año» (1 Sam. 2:19). Esa expresión es un bello reflejo de la mayordomía de Ana para el Señor. Samuel era propiedad del Señor, y Ana cuidaba de aquello que pertenecía a Dios. Ella tejía la túnica quizás imaginando cuál era ahora el tamaño de su Samuel. «Y el joven Samuel iba creciendo, y era acepto delante de Dios y delante de los hombres» (2:26).

Dios busca sus vasos

En aquel tiempo, y ahora, Dios ha buscado a sus siervos, ha llamado colaboradores que puedan participar de su carga, aquello que está en su corazón, su propósito eterno en Cristo Jesús. El vaso escogido por Dios, del cual nos ocuparemos ahora, es el apóstol Pablo. Sin duda alguna, por sobre todos los apóstoles, fue él quien tuvo la comprensión más clara del eterno propósito de Dios. Entonces, veremos algunas etapas en la vida de Pablo.

Con ayuda del Señor, dividiremos la carrera de Pablo en siete aspectos o siete pasos, desde que el Señor lo llamó, hasta el final de su jornada, descrito en la segunda epístola a Timoteo. Guardemos esto en el corazón: Dios busca sus vasos; la visión celestial no es nada si ella no es encarnada en vasos.

La visión en el vaso

¿Cuál es el principio de la obra de Dios? «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros» (Juan 1:14). La Palabra se hace carne, la visión en el vaso; aquello que es eterno, es manifiesto en lo que es temporal. Tal es el principio de la obra de Dios. Si la Palabra no se hace carne en nosotros, si la visión y el vaso, el mensaje y el mensajero, no se hacen uno, entonces no hay realidad en la visión, y la obra de Dios no puede ser realizada.

Cuán importante es esto. Nosotros no somos llamados a estudiar doctrinas. Puedes leer un libro sobre la visión celestial que te cause gran impresión; puedes estudiarlo, comprenderlo y trasmitirlo. Sin embargo, no producirá impacto alguno a menos que el mensajero y el mensaje se vuelvan una sola realidad.

Repetimos: el mensaje tiene que ser la expresión del mensajero y de su historia bajo la mano disciplinaria de Dios. Si no estamos bajo la disciplina de Dios, Dios no tendrá sus obreros. Ellos no son formados en seminarios o estudios bíblicos. Sí, es vital leer la Palabra, estudiarla, meditar en ella y memorizarla; pero eso no nos constituye siervos de Dios. Mediante la disciplina, Dios forja sus vasos, y entonces el mensaje y el mensajero llegan a ser una sola cosa.

«Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre. El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre» (Hech. 9:13-16).

Un vaso escogido

La palabra «instrumento» significa un vaso, «un vaso escogido». En el primer encuentro del Señor con Saulo, se iniciaría una larga jornada. Por elección soberana, Dios apartó un vaso escogido, y él trabajaría este vaso. A partir de este comienzo, vamos a andar otros seis pasos, para tener una vislumbre. En otra ocasión veremos la segunda carta a los corintios, llamada «la autobiografía de Pablo», para ver el vaso y la visión siendo uno solo.

En el inicio, en el camino a Damasco, aquel que creía saberlo todo, quedó ciego. Saulo fue abatido en tierra. Cuando él describe su carrera en el judaísmo, en Filipenses capítulo 3, dice que él aventajaba a todos los de su generación, y que tenía un celo religioso irreprensible. Incluso tenía una denominación eclesiástica. Él dice que era «de la tribu de Benjamín». Estaba orgulloso de ello. Pero, cuando vio a Cristo, dice: «Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús» (3:8). Este fue el primer paso – el Señor encontró a Saulo y comenzó a trabajar en su vida.

Saulo y Esteban

Segundo paso. Antes de que el Señor le saliera al encuentro, Saulo fue testigo del martirio de Esteban. ¿Qué hay de importante en este evento? Esteban fue el antecesor de Saulo. Podríamos decir que, si Esteban no hubiese sido apedreado, tendríamos una dupla maravillosa predicando la visión celestial.

Cuando Esteban habla ante el Sanedrín, en pocos minutos predica dos mil años de historia, desde Abraham hasta Cristo. Y al concluir, la clave de su predicación es una pregunta tomada de Isaías 66. «¿Cuál es el lugar de mi reposo?». Desde Abraham hasta Cristo, Dios ha estado buscando una casa espiritual. «Si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano … El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo?» (Hech. 7:48-49).

Esteban vio que Cristo es la casa espiritual de Dios, pero también vio que la iglesia es la casa espiritual de Dios. ¿Perciben eso? Esteban vio a Cristo y la iglesia. Y es Pablo quien dirá: «Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia» (Ef. 5:32). Esteban es el precursor de Saulo.

¿Saben qué ocurrió cuando Saulo oyó aquel mensaje? Las ropas de los que apedreaban a Esteban estaban a los pies de Saulo. Él nunca antes había oído hablar la palabra de Dios de esa manera, interpretando todo desde Abraham hasta los profetas, de una manera cristocéntrica. Esteban fue para Saulo olor de muerte para muerte.

Al oír a Esteban, la ira de Saulo se acrecentó. Hechos 9 dice que Saulo era como un toro embravecido, respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor. Y él mismo testifica en Hechos que, cuando los cristianos eran apresados y asesinados, él daba su consentimiento.

Saulo era un asesino de cristianos. Por eso, cuando él escribe a Timo-teo, dirá: «Habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador … fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna» (1a Tim. 1:13, 16). ¿Saben lo que significa esta frase? «Si Dios lo hizo en mí, él tiene gracia suficiente para hacerlo en cualquier otro».

«Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (v. 15). Pablo se califica a sí mismo como el principal de los pecadores, aquel que está en primer lugar. Sin embargo, el Señor tomó a ese jefe de los pecadores, y trabajó en él. La visión celestial fue puesta en este vaso, gracia sobre gracia.

Tras once años

Un paso más. Tras el encuentro del Señor con Saulo, pasaron más o menos once años, hasta que vemos al apóstol en Antioquia (Hechos 11). Cuando Bernabé vio la obra del Espíritu Santo, él consideró que esa obra era demasiado grande. Entonces, va a Tarso en busca de Saulo, y por todo un año enseñaron en Antioquía.

Gálatas nos dice que Saulo estuvo tres años en Arabia, y probablemente otros ocho años en Tarso. ¿Qué estaba haciendo el Señor con Saulo? Lo mismo que hizo con Moisés. Moisés vio la casa de Dios en figura; Saulo vio la casa de Dios en su realidad. Ambos hablan del tabernáculo de Dios. Uno, el tabernáculo terreno, y el otro el tabernáculo celestial, la casa espiritual de Dios.

Una relectura

Cuando Saulo estuvo oculto aquellos años, tal vez él estaba haciendo una relectura. Once años para tomar la Torá, los profetas, los Salmos, y hacer una relectura, a la luz de la revelación de la gloria de Cristo. Entonces, ahora, cuando él mira al Génesis, ve a Abraham como tipo de Cristo, ve la justificación por la fe; Cuando mira a Isaac, ve al heredero de Dios; y cuando mira a Isaías, ve a Cristo en Isaías.

Saulo hizo una relectura. Este es un paso muy importante. Cuántas veces Dios nos da una pequeña revelación, y cuán rápidos somos en transmitir lo recibido, sin ninguna realidad, sin entender el principio de la obra de Dios. «El Verbo fue hecho carne». La palabra oída necesita ser encarnada en nosotros, llenando nuestros corazones.

Cuando Pablo se levanta en Antioquía, ahora sí hay poder en las Escrituras, hay luz espiritual. Aquel vaso escogido fue puesto en silencio, para que pudiera oír al Señor. Después vinieron los viajes misioneros. Mucha predicación, mucha claridad. Aun en esos viajes, percibimos que Pablo continúa creciendo. Su carta a los tesalonicenses, a los corintios, a los romanos, son muy diferentes a sus epístolas desde la prisión. Éstas son mucho más altas; el conocimiento de Pablo está más maduro. Él está llegando al final de su jornada.

Gracias a Dios, la revelación es progresiva. Nosotros caminamos de gloria en gloria, de un estadio inferior a uno más alto, a medida que contemplamos las glorias del Señor en su palabra. Así ocurrió con Pablo.

Un corazón que desborda

Quinto paso. A partir de ese periodo de silencio de once años, vemos un corazón que desborda. Ahora Pablo escribe sus epístolas más altas. La frase más extensa de todo el Nuevo Testamento está en el primer capítulo de Efesios, desde el versículo 3 hasta el 11. Es una frase sin puntos, apenas comas, porque su corazón está rebosando. Ahora, la visión y el vaso son una sola cosa. Por eso dice: «¡Ay de mí, si no anunciare el evangelio!» (1a Cor. 9:16).

Efesios es la epístola de los superlativos. Pablo no habla simplemente de la gracia, sino de las abundantes riquezas de la gracia; no solo de la gloria, sino de las riquezas de la gloria; no solo del poder, sino de la supereminente grandeza de su poder. Él no dice solo que Dios es poderoso, sino que es poderoso para hacer mucho más de lo que pedimos o entendemos. Un corazón que desborda, porque Dios está trabajando en ese vaso.

Saulo de Tarso es ahora el apóstol Pablo. El perseguidor, ahora será perseguido; el que salía a capturar, ahora está capturado.

«Prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús … prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Flp. 3:12, 14). Ese es un corazón desbordante.

Realidad vs. palabrería

Si la Palabra no se hace carne en nosotros, si la visión celestial no encuentra vasos, somos simplemente charlatanes, hablamos de algo que no tiene realidad en nosotros. Cuando Pablo llegó a Atenas, se dirigió a los atenienses, que eran muy curiosos. Pablo entró al Areópago, y le pidieron que hablara. Ellos conocían toda la filosofía griega, y pensaban: «¿Qué querrá decir este palabrero?» (Hech. 17:18).

Pablo se pone de pie en el Areópago y predica el mensaje de Dios, poniendo a los filósofos en el banco de los acusados: «Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia» (v. 30). ¡Cuánto valor! Ahora, la visión celestial está encarnada en el vaso.

Pablo mismo era un erudito. Él fue instruido a los pies de Gamaliel, y conocía la cultura griega. Ahora, él acusa a esos hombres de ignorantes, notificándoles: «(Dios) ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos» (Hech. 17:31). Dios tiene un varón aprobado, y es delante de ese varón que todas las cosas comparecerán. Todo el universo será medido por Cristo. Si la filosofía de ellos no concuerda con Cristo, ella no es nada. Este es el quinto paso: Pablo tiene un corazón que desborda.

La visión en Juan

Juan inicia sus cartas hablando algo similar. «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida … eso os anunciamos» (1a  Juan 1:1, 3). ¿Qué significa «eso»? La visión en el vaso. Ellos lo habían tocado. Recuerden que Juan reclinaba su cabeza en el pecho de Jesús. Por eso nos dio aquel libro tan maravilloso que es el Apocalipsis.

Al final de sus días, aislado en Patmos, Juan tuvo esa visión consoladora. Se dice en la Historia que Juan tuvo probablemente bajo su cuidado aquellas siete iglesias, desde Éfeso hasta Laodicea. Ahora, él está exiliado. No puede hacer nada más. Y él ora por las iglesias, preocupado por la obra de Dios. Él es el último apóstol. ¿A dónde irán las iglesias? ¿Cuál será el destino del evangelio? Tanta carga, tanta visión.

¿Y qué ocurre entonces? «Oí detrás de mí una gran voz» (Ap. 1:10). ¡Qué cosa maravillosa! Si el Señor quería hablar con Juan, ¿por qué no se presentó delante de él? Él quiso darle una primera lección, como diciéndole: «Juan, no mires hacia el lugar equivocado. No mires a las iglesias, no mires a la obra. Mírame a mí».

Un gran consuelo

«Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro» (1:12). Una visión maravillosa, porque Juan veía aquellos candeleros en la tierra, sujetos a la persecución, a las aflicciones, a perder la dirección. El consuelo para Juan fue como si el Señor le estuviera diciendo: «Juan, aquello que tú ves en la tierra, los siete candeleros, son una realidad en los cielos. Mi obra nunca pasará; mi iglesia no puede ser destruida».

Así como sucedió con Pablo, también fue con Juan. Él recibe un consuelo tan grande. Cuando él describe al Señor resucitado, ve que «tenía en su diestra siete estrellas». Esas siete estrellas son «los ángeles de las siete iglesias», es decir mensajeros o vasos (los mensajeros de Dios para sus iglesias).

El versículo 16 dice que «de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza». Todo esto está en el versículo 16. ¿Qué significa? Las iglesias de Dios siempre tendrán sus mensajeros, sus vasos; siempre tendrán su palabra, y siempre verán su rostro. ¡Cuán consolado fue Juan! Sí, ahora él podía partir, porque vio en manos de quién estaba la obra y las iglesias de Dios.

Que los santos rebosen

Así también ocurrió con Pablo. A medida que la visión iba siendo encarnada en él, entonces su corazón rebosaba. Cuando él ora por las iglesias, ¡qué oraciones tenemos allí! En Efesios, hay dos oraciones; en 1a Colosenses, una más, y en el capítulo 2 otra pequeña. Otra en Filipenses 1. En todas las cartas desde la prisión, Pablo está orando. Y la carga de su corazón es la visión celestial. Él pide que los santos rebosen. Su propio corazón está desbordando.

«…que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual» (Col. 1:9). Las oraciones de Pablo en prisión son las oraciones del Espíritu Santo por la iglesia. Solo el Espíritu sabe cómo orar. Nosotros no sabemos orar como conviene. Entonces, al estudiar esas oraciones, vemos el corazón desbordante del Espíritu Santo a través del vaso Pablo. La visión y el vaso son una sola cosa; el mensaje está en el mensajero.

Un ejemplo, un modelo

Entonces Pablo puede decir a los filipenses: «Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros» (Flp. 4:9). A los corintios: «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo» (1a Cor. 11:1). Y a los filipenses: «Sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros» (Flp. 3:17). Un ejemplo, un modelo. ¿Por qué? Porque la visión se encarnó en el vaso.

Sexto paso. ¿Qué fue llevado a hacer Pablo en esa su jornada con el Señor? La correcta evaluación de la fe. Pablo usa a veces la palabra «cosas». Es una palabra común, que él usa de una manera especial, mostrando que él tenía en su interior una balanza espiritual para pesar todo. Esa balanza es en extremo importante. Para que la visión sea una realidad en el vaso, es necesaria una correcta evaluación de todas las cosas. Esto es discernimiento espiritual.

Vaso quebrantado

«Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu» (Rom. 8:5). Aquí hay un primer contraste. Las cosas que son de la carne parecen buenas, pero son cosas de la carne. La emoción rige esta esfera, en un hombre no regenerado. La voluntad seguirá todo aquello a lo cual se apega la emoción, y la mente racionaliza de acuerdo con aquello que la voluntad admitió. Entonces las cosas ilícitas se vuelven lícitas, y el mal se vuelve bien, porque la emoción conduce la voluntad, y la mente racionaliza.

Así son las cosas de la carne. ¡Cuánto de la llamada obra de Dios proviene de la energía de la carne! Pero a Dios le interesa el punto de partida. Si algo comienza en el alma, en nuestra voluntad, en nuestras ideas o sentimientos, no tiene valor alguno para Dios. Solo aquello que comienza en el Espíritu, por revelación espiritual, hallará una expresión a través de nuestra alma. Mas, para que esto ocurra, el vaso debe ser quebrantado.

Ya decíamos que el verdadero mensaje cristiano tiene que ser la expresión del mensajero y su historia bajo la disciplina de Dios. Si no hay una historia de disciplina de Dios, no hay mensajero verdadero, y no hay un mensaje que pueda causar impacto. Por eso, Dios busca vasos y trabaja en ellos con perseverancia.

En 1a Corintios vemos de nuevo la balanza espiritual de Pablo: las cosas de Dios y las cosas del hombre. «Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios» (2:11). Son dos ámbitos tan diferentes.

Equilibrio necesario

Pero, gracias al Señor, Proverbios 20:27 dice: «Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre». Entonces, cuando el Espíritu Santo viene a morar en nuestro espíritu, a medida que, por el Espíritu, tenemos sabiduría y revelación, entonces las cosas de Dios se vuelven una con las cosas del hombre, y ese es el encargo o carga espiritual.

En Filipenses, vemos otra vez la balanza espiritual de Pablo: «Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante» (Flp. 3:13). Es necesario este equilibrio. Atrás, él tenía sus éxitos, las iglesias que había establecido; pero también sus fracasos y aflicciones. Entonces, él pone todo junto, y dice: «Dejando atrás todas esas cosas y extendiéndome hacia las que están adelante». Necesitamos esa balanza espiritual, para no gloriarnos de lo que queda atrás, porque las cosas que están por delante siempre son las más sublimes.

Pablo escribe a los Colosenses: «Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (3:2). Un contraste más: las cosas de lo alto y las cosas de la tierra. En 2a Corintios 4:18, «no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas».

Decisiones de fe

¿Cómo puede ser instalada esa balanza espiritual en nuestras vidas? Aquí hay un secreto espiritual: las decisiones de fe. Hebreos 11, a partir del versículo 25, nos habla de las decisiones de fe de Moisés. Allí hay verbos en extremo importantes. Moisés «tuvo por mayores riquezas el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto». Esa es una decisión, «porque tenía puesta la mirada en el galardón». Una decisión más.

Él tomó la decisión de abandonar Egipto, «no temiendo la ira del rey, porque se sostuvo como viendo al Invisible». De nuevo, visión celestial. Moisés dejó la corte de Egipto, para irse a cuidar las ovejas de su suegro. Era una locura. Dios lo llevó al desierto por cuarenta años. El Señor estaba forjando ese vaso.

Mientras Dios estaba forjando a Pablo, habrían de tomarse muchas decisiones de fe. Es así con todos nosotros. Dios no podrá forjar nuestras vidas si no vamos tomando decisiones de fe. Para los creyentes, ¿cuál es el criterio básico para tomar estas decisiones? Pablo dice: «Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna» (1a Cor. 6:12). Esas son las decisiones de fe.

A causa de nuestra inmadurez, hacemos preguntas tales como: «¿Puedo o no puedo hacer esto? ¿Es correcto o no hacer tal cosa?», en lugar de: «Señor, ¿esto satisface o no tu corazón?».

Su gloria, su satisfacción

¿Qué es la gloria de Dios? Muchos dicen que esta palabra es indefinible. Por una parte, eso es verdad. La gloria nos habla de resplandor, de peso, de riquezas, de autoridad. Es todo eso. Pero definiremos la gloria así: «La gloria es la expresión de la satisfacción de Dios consigo mismo». Es porque Dios está tan satisfecho consigo mismo, que él es glorioso. Su gloria es su satisfacción consigo mismo.

Entonces, habrá gloria allí donde Dios esté satisfecho consigo mismo, donde haya una expresión de su vida, naturaleza y carácter. En un hogar, veremos un marido glorioso, si en la vida de él se halla la naturaleza y el carácter de Cristo. Habrá gloria de Dios en nuestro servicio, si allí hay algo de la vida, de la naturaleza y del carácter de Dios. Eso es la gloria.

¿Qué es la unción? Hablamos tanto de estas palabras: gloria, unción, servicio. ¿Será que entendemos estas palabras? ¿Qué es la unción espiritual? La unción significa simplemente que la presencia de Dios es reconocida en aquel vaso en que está. Donde Dios está, allí está la unción. Si hay unción, Dios está presente.

Un final triunfante

Un último paso. Cuando Dios estaba formando este vaso, después de las epístolas de la prisión, Pablo está llegando al final de la carrera. Y qué final triunfante encontramos allí, a los ojos de Dios, no a los ojos del mundo.

Pablo estaba en una prisión romana subterránea, no en la prisión domiciliaria. Era un calabozo. Aquella prisión era fría, maloliente y llena de ratas. Y allí, Pablo escribe su última carta. ¿Qué le pide Pablo a Timoteo? «Me abandonaron todos los que están en Asia … Procura venir pronto a verme … Solo Lucas está conmigo  … Procura venir antes del invierno …» (2a Tim. 1:15; 4:9, 11, 21).

¿Qué tiene este hombre de Dios en sus manos? Solo su capa y algunos libros. «Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos» (4:13). Allí estaba aquel siervo de Dios, al final de su jornada. Gracias por la obra del Señor en Pablo.

Ese fiel siervo de Dios no tenía bienes. Lo que hacía era mirar hacia la meta, y decir: «Me está guardada la corona de justicia … y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida» (4:8). Ese fue el fin de la jornada de Pablo.

El día del Señor

¿Qué tenía Pablo delante de él? Cuando él escribe las primeras epístolas, a los tesalonicenses les habla del «día del Señor». Y cuando escribe a los filipenses, les habla del «día de Cristo». Pero cuando le escribe a Timoteo, le habla sobre «aquel día». Pablo se volvió tan íntimo de ese día, el día en que aquel que comenzó en él y en sus iglesias la buena obra, la completaría. Él fijaba su mirada en ese día.

¿Para qué servimos al Señor? ¿Para tener popularidad, para tener bienestar, recibiendo algo a cambio? ¿Cuál es el motivo de nuestro servicio? Solo hay un motivo: Cristo y su venida. Todo lo que hacemos tiene como meta su venida gloriosa. Y mientras él no se manifieste, todo lo que hagamos será fragmentario. Nuestros ojos están en aquel día. Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él. Así terminó Pablo su jornada. ¡Alabado sea el Señor!

Visión vs. mera tradición

Necesitamos que el Espíritu Santo nos visite. De lo contrario, seremos solo charlatanes. ¿Saben cuál es el problema con las generaciones que suceden a los avivamientos? La primera generación tiene una poderosa revelación.

La siguiente, recibe revelación de segunda mano, y solo tiene tradición. La visión celestial se convierte en una manera de hablar, una palabrería propia. Una manera de alabar, una manera de reunirse. Y en la tercera generación, es aún peor. Ocurre una indiferencia.

Necesitamos que Dios tenga misericordia de nosotros, y visite su iglesia. «Oh Dios de los ejércitos, vuelve ahora; mira desde el cielo, y considera, y visita esta viña. La planta que plantó tu diestra, y el renuevo que para ti afirmaste» (Salmos 80:14). ¡Cuánto necesitamos una visitación de Dios, para que las glorias de Cristo sean recuperadas entre nosotros, para que vivamos para la gloria de Cristo, para que todo sea para él!

El Espíritu Santo solo tiene este objetivo. Pero nosotros necesitamos orar, para que la visión celestial no llegue a ser solo una tradición. Tenemos una absoluta necesidad de revelación.

En Mateo 13, el Señor dijo a sus discípulos: «Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron» (16-17). Así somos nosotros. Los discípulos vieron algo y oyeron algo. Pero, hasta que el Espíritu Santo descendió sobre ellos en el Pentecostés, hasta que esa asamblea fuese visitada por el Señor, nada sería realidad espiritual.

Nuestro Cristo

La visión celestial en el vaso, esa es la obra del Espíritu Santo. Eso es lo que él quiere hacer con cada uno de nosotros. La Biblia no es un compendio de teología, sino una revelación viva de Cristo. Todo el placer y la alegría del Espíritu Santo es hacer, al Cristo de la Biblia, nuestro Cristo. Dios busca sus vasos, para que su iglesia tenga su palabra. Dios aguarda que nosotros nos ofrezcamos a él, a fin de que él tenga suplidas sus necesidades. Que el Señor continúe hablando a nuestros corazones.

Mensaje oral impartido en Rucacura (Chile), en enero de 2016.