Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció”.

– Mateo 22:11-12.

En los países orientales, los vestidos de boda no los preparan los invitados, sino que los proporciona el anfitrión. El vestido de boda es Cristo, nuestro manto de justicia.

Necesitamos revestirnos de Cristo (cf. Rom. 13:14; Gál. 3:27). Dios ha provisto el vestido de bodas para nosotros, pero el hombre en la parábola piensa que su propio ropaje es lo suficientemente bueno (justicia propia).

Realmente no importa si alguien es pobre, porque el rey ya ha hecho provisión. Si alguno se considera indigno, el rey le tiene preparado el vestido de bodas. Lo que debe preocuparnos es toda falta de voluntad para quitarnos lo viejo y ponernos lo nuevo.

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