Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles; el pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció”.

– Mateo 4:15-16.

El evangelio de Mateo fue escrito para revelarnos a Jesús como el Rey. Es posible abordar este evangelio desde varios enfoques, y uno de ellos es considerar la geografía como criterio para su estudio.

En el tiempo de Jesús, Israel se dividía en dos grandes provincias: Judea y Galilea. La primera era el centro de la vida religiosa y política. En tanto Galilea, al norte, era llamada despectivamente “Galilea de los gentiles”.  Sin embargo, Jesús visitó esas tierras de tinieblas, y allí anunció el evangelio del reino de los cielos e hizo los más grandes portentos, mostrándose como el Mesías anunciado por los profetas.

También fue de esos lugares que él llamó a sus discípulos. No pertenecían a las ciudades de Judea, ni provenían de una clase sacerdotal o familia de profetas. Geográficamente, se encontraban más cerca de los gentiles que del centro religioso, y tal vez, también en cuanto a su vida espiritual en algunos casos.

Aquellos discípulos habitaban en las tierras donde las sombras de muerte se cernían sobre sus vidas. Sin embargo, la luz de la vida les resplandeció. Jesús irrumpió con un anuncio que estremeció sus corazones, pero al mismo tiempo los atrajo, fue más fuerte que ellos. Empezaron a sentir cómo la vida penetraba hasta sus huesos y llenaba todo su ser. Las tinieblas retrocedieron; la luz de la Vida había llegado.

Desde allí, Jesús llamó a sus primeros discípulos. Salidos de tierra gentil, donde las tinieblas eran densas y ajenos a las enseñanzas de las Escrituras, ellos fueron los escogidos por Dios para ser los apóstoles del Cordero, y vinieron a ser fundamentos y piedras preciosas de la nueva Jerusalén.

Así también nosotros, venidos desde lugares no mejores que aquellas tierras oscuras, la Luz nos resplandeció y fuimos llamados a la comunión con Jesucristo, y llamados para habitar, por siempre, en la ciudad que tiene fundamentos: Jerusalén la celestial.

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