Pocas historias son tan representativas de Cristo como la de Isaac. Y dentro de su historia, uno de los hechos más hermosos es su matrimonio con Rebeca. Allí vemos a Isaac como el objeto preferente y único de los afectos de su padre, y como heredero de todo. Sin embargo, él está incompleto, pues no tiene esposa. Por eso, Abraham se prepara para celebrar las bodas de su hijo. Así también Dios prepara las bodas de su Hijo, que es el objeto preferente de su atención.

Abraham, entonces, envía a su criado principal, Eliezer, a su tierra y a su parentela. Allí halla a Rebeca, luego de sujetar piadosamente delante de Dios su embajada. Eliezer (tipo del Espíritu Santo) conquista el corazón de Rebeca hablándole de Isaac. Así también hace el Espíritu Santo con respecto a Cristo. Él da testimonio de Cristo haciendo que todas las miradas se posen en él. La revelación que el Padre hace del Hijo por el Espíritu Santo constituye el fundamento de toda experiencia espiritual.

Rebeca se enamora de él, y no solo por el testimonio de Eliezer, sino también por las muestras de su riqueza. Ella ostenta y disfruta anticipadamente esos dones de amor. (¿No disfruta la iglesia hoy anticipadamente las riquezas de Cristo?). Por el testimonio de Eliezer el corazón de Rebeca se prende de Isaac y se desvincula de sus afectos familiares. El corazón de Rebeca ya está en Canaán y no más en Harán. Eliezer ha hecho bien su trabajo. Así el Espíritu Santo, cuando habla de Cristo, conquista para siempre el corazón del creyente.

Apenas Eliezer tiene la anuencia de Rebeca para unirse a Isaac, él se va. Su viaje no tiene otra razón de ser sino la de honrar a Isaac y cumplir su encomienda. El Espíritu Santo no centra su atención en los dones, sino en el Señor de los dones. Eliezer, yéndose con Rebeca, es una representación del Espíritu Santo siendo quitado del mundo. Rebeca no habría hecho bien en conformarse con los regalos. Ella deseó ver a su amado, que tan ricos dones le había enviado. (¿Está nuestro corazón dispuesto ahora a partir para estar con Cristo?).

Isaac, siendo tan rico y noble, no estaba completo sin Rebeca. Así también, Cristo, con todo y ser él quién es, no está completo sin la iglesia. De esto da cuenta la Escritura al decir que «la mujer es la gloria del varón» (1 Co. 11:7) y que la iglesia es «la plenitud (o complemento) de Aquel que todo lo llena en todo» (Ef. 1:23).

Luego, Isaac «tomó a Rebeca por mujer, y la amó» (24:67). Él no tuvo nada que ver con la elección, porque confiaba plenamente en su padre. Así también el Padre escoge a los que él quiere y los trae a Jesús, quien los recibe, los ama, y los eleva hasta su misma gloria.

Todo lo que pertenecía a Isaac llegó a ser propiedad de Rebeca, porque Isaac le pertenecía a ella. A diferencia de otros patriarcas, Isaac nunca tuvo concubinas, así que de verdad todo lo que él tenía era también de ella. Isaac fue fiel a su única esposa, como Cristo lo es a la iglesia.

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