A partir de su ascensión al Padre, se abre un beneficio extraordinario para los discípulos de Cristo.

Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre … Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré».

– Juan 14:15-16; 16:7.

A lo largo de la Biblia, vemos que la acción poderosa del Espíritu Santo operó en algunos hombres escogidos por Dios en forma intermitente, y solo para hablar tocante a un asunto específico. Por ello, cuando Jesús pronuncia estas palabras, hace notar a sus oyentes la conveniencia de Su partida, dado que resultaría beneficiosa, puesto que se establecería una nueva era a partir de la consumación de su obra.

En aquella época, solo un hombre sentía y percibía internamente la comunicación íntima con Dios en forma permanente. Ese hombre era Jesús. Dios mismo, su naturaleza, los pensamientos y las intenciones profundas del corazón de Dios moraban solamente en Él. Jesús fue concebido por el Espíritu Santo, lleno de la presencia celestial desde el vientre de su madre. Y el Espíritu vino a él en forma corporal, como una paloma. Y luego, él fue conducido paso a paso, socorrido permanentemente por su presencia.

Por ello, cobran mucho valor las palabras del Señor cuando dice: «Os conviene que yo me vaya…», puesto que, a partir de su ascensión al Padre, se abre un beneficio extraordinario para los discípulos de Cristo; una conveniencia inimaginable, la bendita morada del Espíritu en la vida del creyente, de cuya magnitud, por lo insólita y majestuosa, muchos no son conscientes.

La exaltación de Cristo y la venida del Espíritu

El apóstol Pedro, en su primer discurso frente a la multitud en el día de Pentecostés, explica que lo ocurrido es a causa de la exaltación de Jesucristo a la presencia de Dios. «Asi que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís» (Hech. 2:33). De manera que la exaltación de Cristo, la coronación de su gobierno en el cielo, da como resultado el derramamiento de la persona del Espíritu Santo a los creyentes – el «otro Consolador».

Lo novedoso de su venida está en el hecho de que el Espíritu ahora haría habitación permanente en el hombre y, además, en muchos hombres. Esto es lo que las epístolas de Pablo explican como «el nuevo hombre»; es decir un hombre corporativo compuesto por muchos, cada uno miembro de un solo cuerpo, donde opera activamente el Espíritu Santo para provecho (1ª Cor. 12:7).

Hoy, por tener en nosotros el Espíritu, podemos entender a Dios, podemos entender su voluntad y su propósito en nuestra vida. Él nos recuerda y nos explica las palabras del Señor, nos enseña a razonar conforme a sus razonamientos; nos hace entrar en razón. Sin él, toda la Escritura no sería más que historia.

Hermanos, ¿quién vive en nosotros? ¿Cristo? Sí. Pero lo vive a través de su Espíritu. Es el Espíritu el que vive en nosotros. Todo lo del Padre, todo lo de la Divinidad, nos es real por la presencia del Espíritu Santo. Por eso el Señor dice: «Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros». Hasta ese momento, solo Cristo gozaba de esta bendición que, hoy, nosotros, por gracia de Cristo, podemos experimentar. ¡Bendito sea el Señor!

La actividad interna del Parakletos

Si hay algo complejo en la vida, es el interior del hombre, donde habita el alma. Hay en ella laberintos y rincones inescrutables. Muchas veces, la mente nos boicotea. Por ejemplo los trastornos mentales son desórdenes de nuestros pensamientos y afectos, que se vuelven contra nosotros mismos. Y luego, esos pensamientos, esas emociones, se transforman en conductas disfuncionales. Pero qué gloriosa realidad es saber que cuando viene el Espíritu Santo, el Espíritu de vida, comienza en el interior del hombre una obra cuya misión es levantarlo, defenderlo y alentarlo hasta hacerlo semejante a la imagen de Jesús.

El nombre que Jesús asigna al Espíritu Santo da a entender la naturaleza de su función en la vida del creyente. La palabra Consolador tiene muchos significados. Literalmente es Parakletos. En la historia de algunos pueblos antiguos, se daba el nombre de paracleto al abogado que defendía a aquel que había sido acusado. Este significado es muy rico – saber que el Espíritu Santo aboga por nosotros. De hecho, Pablo, en Romanos 8, dice que el Espíritu intercede a nuestro favor. El Espíritu Santo está como escudo a favor de la voluntad de Dios en nuestro interior, defendiéndonos aun de nuestros propios pensamientos.

Qué interesante es esto – no solo nos defiende de las acusaciones del diablo, las cuales son evidentes, sino aun de nosotros mismos. Cuando el yo se levanta, cuando mis propias convicciones o mis emociones me llevan a la angustia y a la ansiedad, el Espíritu Santo me defiende de tales pensamientos. Cuando tú mismo te acusas, hay uno que vive en ti y que te defiende. Es el Espíritu quien presenta la defensa, el que toma todo lo de Cristo, los recursos del cielo, y los hace realidad en nosotros, defendiéndonos de toda adversidad. Qué bueno es que el Espíritu Santo tenga independencia de nosotros mismos.

Parakletos también tenía otro significado. Era la persona cuya función era alentar a los atletas que corrían carreras de largas distancias. Los paracletos estaban apostados de trecho en trecho, para animar a los corredores. «¡Sigue adelante, hombre! ¡Queda poco para llegar a la meta! ¡Fuerza, ánimo!». Los atletas iban recibiendo ese aliento, poniendo su mirada en la meta, para llegar a obtener el premio.

Es interesante observar el conflicto mental de los atletas en el momento de la prueba. La concentración, el dominio del cuerpo, el bloqueo de la excesiva ansiedad, el autocontrol de los pensamientos, son elementos que participan activamente para llegar a la meta.

Si alguno de ellos falla, el resultado no será favorable. Pues bien, así el Espíritu nos alienta día a día en nuestras debilidades, para que seamos fortalecidos en el hombre interior.

¿Le has oído alguna vez animándote a seguir? No todos los creyentes son conscientes de que es la voz del Espíritu Santo la que les exhorta a seguir, que están llenos de dones, capacitados por Dios para cumplir sus propósitos. El Señor lo dijo: «No os dejaré huérfanos…» (Jn. 14:18).

El día de Pentecostés

Veamos algunos versículos en el libro de Hechos, para extraer algunas lecciones. «…pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo» (1:8). «…y de repente vino del cielo un estruendo» (2:2). «…y fueron todos llenos del Espíritu Santo» (2:4). «…les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios» (2:11).

Aquí ocurre algo muy especial. Hasta ese momento, un grupo de hombres estaban reunidos en un aposento, escondidos, temerosos, tal vez desanimados. Pero una cosa importante les impulsaba: obedecer la instrucción del Señor. De pronto, ocurre algo espectacular. Desciende el Espíritu Santo a la iglesia. La promesa anunciada era derramada en cada uno de los asistentes. Se inicia la era del poder de Dios a través de la presencia gloriosa del Espíritu en la iglesia. Aquel día debió haber sido muy precioso.

Pedro concluye su discurso diciendo: «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo…» (2:32). El Padre se había comprometido con el Hijo en algo; pero ese algo ocurriría una vez que el Hijo hubiese consumado su obra.

La promesa del Padre

El Hijo recibió la promesa del Padre. ¿Cuál era el compromiso? Lo dice Joel: «Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas…» (2:28). «Habrá una revolución, llenaré el mundo de mi presencia; me comprometeré con los hombres, moraré con ellos». La promesa del Padre es ésta – Dios morando, haciendo tabernáculo, en el hombre.

«Y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís». La base, el mayor argumento espiritual de por qué el Espíritu Santo está en nosotros, reside en que Cristo, como hombre, resucitó y fue exaltado a la diestra de Dios. Por causa de ese hecho, el Espíritu está en nosotros operando de la misma forma que operó en Jesús. Así como el poder del Padre se derramó en el Hijo, ahora el poder del Hijo se derrama en muchos, en la iglesia.

Por esto, entonces, tal como el Hijo ha vencido al pecado a través del poder del Espíritu Santo, siendo lleno de la gracia de Dios, así ahora, la iglesia, constituida por todos los hijos de Dios, está llena de la gracia, del poder y de los dones del Hijo, a través del Espíritu Santo. ¡Bendito es el Señor!

Las dos ciudades

Al leer Hechos capítulo 2, también nos viene a la mente la construcción de la torre de Babel.

Allí, los hombres se unieron para hacerse un nombre, se concertaron todos con un propósito. Querían edificar una ciudad, una torre, hasta llegar al cielo. Si fin era exaltar al hombre. Entonces, Dios confundió sus lenguas, y los esparció por toda la tierra.

Ahora, en Pentecostés, un puñado de débiles hombres, pero creyentes en Cristo, llenos de esperanza, se reúnen unánimes en Su nombre, aguardando la manifestación del poder divino. Dios responde desde los cielos, y comienza a levantar una morada eterna, una nueva ciudad, con el poder de su Espíritu, con los hombres y en los hombres, unificando sus lenguas para hablar las maravillas de Dios.

Hay un Nombre de salvación dado a los hombres. Ahora hay distintas lenguas, pero éstas hablan una sola realidad. La gente oía a los discípulos, «y estaban atónitos y maravillados… porque cada uno les oía hablar en su propia lengua las maravillas de Dios».

La embriaguez y el Espíritu

«Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto» (Hech. 2:13). Algunos, al ver a los discípulos, pensaban que estaban ebrios, porque oían cosas inentendibles.

Enlacemos este pasaje con Efesios capítulo 5. Los efesios se caracterizaban por su idolatría. En esa época, Éfeso era una ciudad corrupta, una ciudad que concentraba a mucha gente, con mucho comercio, libertinaje y corrupción. Allí, el Espíritu Santo, por boca de los apóstoles, proclamó libertad a los cautivos, y muchos de éstos que eran paganos, se convirtieron y se constituyeron en la iglesia en Éfeso.

Aquella fue una iglesia llena de dones, de conocimiento y de gracia. Y Pablo, en Efesios 5:15-18, les da esta instrucción:

«Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu».

La instrucción es entregada justamente a gente que en otro tiempo solía embriagarse con vino. El vino era el elemento de mayor consumo en la antigüedad, usado como un ‘estimulante ‘de las emociones. Hay dos maneras de interpretar este verso. Una, viéndolo como antítesis, es decir: «No se embriaguen con vino, sino hagan esto otro: sean llenos del Espíritu Santo». Y otra es verlo como un símil: «No se embriaguen con vino, sino embriáguense con el Espíritu Santo». En ambos casos, la interpretación es la misma; es decir, lo segundo es lo mejor.

El alcohol, un sedante

La palabra embriagarse significa también empaparse. «No se empapen con vino». Y la palabra «disolución» es la misma que emplea Lucas cuando habla del hijo pródigo. Entonces, embriagarse con vino es inundarse de un vivir perdidamente, sin rumbo, es perder el control de la vida.

Extrañamente, todos creen que el alcohol es un estimulante, pero esto es un error. Lo cierto es que el alcohol es un sedante, que adormece el control del aparato neurológico central, de modo que las personas quedan expuestas a que se manifiesten sus instintos más perversos. El vino entontece, inhibe el control de sí mismo, y como resultado da lugar a un variado abanico de instintos carnales.

Los resultados de la acción del Espíritu

Sin embargo, ¿qué ocurre cuando alguien es lleno del Espíritu Santo? Lo contrario. Es controlado por la voluntad de Dios. Los instintos de la carne son subordinados y tratados en el tiempo, ajustándose a un sano desarrollo de la vida humana.

Veamos un ejemplo. En Hechos 6, cuando la iglesia se enfrentó a un problema entre sus miembros a causa de la mala administración en el cuidado de las viudas, los apóstoles buscaron a hombres que fuesen llenos del Espíritu Santo, y escogieron a siete diáconos, entre los cuales estaba Esteban, quien fue el primer mártir de la iglesia.

«…varones llenos del Espíritu Santo», es decir, hombres que tuviesen dominio propio, que gobernaran bien, capaces de controlar su carne, que no fuesen dominados por sus emociones, sino por el Señor, por la serenidad, por la paciencia, por el amor a los hermanos.

¿Podemos entender cuál es la acción del Espíritu Santo en nosotros? La vida llena del Espíritu Santo es una vida que está controlada y sujeta al Señor. Por eso, cuando se manifiestan los dones en la iglesia en Corinto, Pablo enseña: «Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; pues Dios no es Dios de confusión» (1ª Cor. 14:32-33). Aquí es todo en orden; todo está bajo control.

Algunos malinterpretan que ser llenos del Espíritu Santo es dejarse llevar por la espontaneidad y el desorden de la sensibilidad. No lo es. Al ser llenos del Espíritu y ejercer los dones del Señor, no se pierde el control. No es entrar en un supuesto éxtasis espiritual y perder la conciencia, como en el espiritismo. La llenura y los dones espirituales son ajustados a la voluntad de Dios. Dios tiene el control de esos hombres.

El Espíritu estimula

A diferencia de la acción del alcohol, el Espíritu estimula. Muchas veces, hemos sentido la estimulación del Espíritu Santo, sin saberlo. El Espíritu sí estimula tu mente, tus emociones, tu voluntad. Donde está el Espíritu Santo, la mente tendrá más lucidez. Habrá recursos adicionales; el Espíritu estará operando en la mente, para conjugar y unir situaciones hacia una mayor comprensión de la realidad.

El Espíritu no deprime; él te estimula. Él jamás te aplastará; al contrario, te motivará a ir más allá. Es interesante mencionar que, en los países donde ha habido un verdadero avivamiento espiritual, una visitación especial del Espíritu Santo, viene a continuación un tiempo de alto interés por la educación, por perfeccionarse, porque el Espíritu Santo estimula la mente.

Por ejemplo, al leer las Escrituras, ¿te ha ocurrido que sientes deseos de seguir escudriñando? Es la acción del Espíritu Santo. Esa no es un hambre natural por leer – es la acción de Dios. O, en quienes disfrutan oyendo enseñanzas y están siempre llenándose de la Palabra, esa motivación es la estimulación del Espíritu Santo, queriendo llenar todo el ser con la voluntad de Dios.

La influencia del Huésped

«Sed llenos del Espíritu». En definitiva, ser llenos del Espíritu no es otra cosa que ser llenos de una Persona y dejarse ser influenciados por ella. No es una energía, no es una fuerza que esté fuera de nosotros. El Espíritu Santo es alguien con quien convivimos a diario. Somos habitación de un Huésped. Hay alguien que ha hecho morada en mí, que hace su vida dentro de mí. Yo convivo con él y él convive conmigo.

Una de las evidencias de ser llenos del Espíritu Santo es tener conciencia de que él mora en nosotros. Él es un huésped dentro de mí; yo soy un templo donde hay un sacerdote que ministra en el tabernáculo de Dios. Él ha hecho habitación en nosotros. ¡Oh, Señor, ayúdanos a ser más conscientes de tu Espíritu!

¿Qué haces tú cuando recibes un huésped en tu casa? ¿Lo ignoras? ¿Tienes una especial preocupación por atenderlo bien y hacerle sentir cómodo? Hermano, el Espíritu Santo es un huésped en nuestro ser. Donde tú vas, vas con este huésped, y convives con él todo el día.

Tomar mayor conciencia del Espíritu Santo en nuestras vidas es una de las cosas que debemos considerar permanentemente. Dios ha hecho morada en nosotros. Atenderlo a él es nuestra misión; facilitar sus movimientos, darle una atención primordial, porque él es un huésped especial, un huésped celestial. ¡Bendito es el Señor!

Mensaje impartido en retiro El Trébol (Chile), en enero de 2014.