Solo la unidad de los creyentes que esté basada en la cruz de Cristo tiene un carácter eterno.

Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado».

– 1a Corintios 2:2.

No hay una doctrina cristiana más importante que la doctrina de Cristo crucificado. No hay otra que el diablo se empeñe con más fuerza en destruir. No hay otra doctrina cuya comprensión sea más necesaria para nuestra propia paz.

Al decir «Cristo crucificado», me refiero a la doctrina acerca del padecimiento de Cristo en la cruz en expiación por nuestros pecados –quien, por su muerte, ofreció un sacrificio pleno y perfecto a Dios a favor de los impíos– y que, por los méritos de esa muerte, todos aquellos que creen en él reciben el perdón completo y eterno de sus pecados, independientemente de lo muchos y grandes hayan sido.

Permítanme decir algunas palabras acerca de esta bendita doctrina.

Una doctrina singular

La doctrina de Cristo crucificado es la gran peculiaridad de la religión cristiana. Otras religiones tienen leyes y preceptos morales, formas y ceremonias, recompensas y castigos; pero esas otras religiones no pueden hablarnos acerca de un moribundo Salvador: no pueden mostrarnos la cruz. Esta es la corona y gloria del evangelio, es aquel consuelo único que solo le pertenece a él.

Realmente miserable es aquella enseñanza religiosa que se autoproclama cristiana y que no contiene nada de  la cruz. Si un hombre enseña de esta manera, sería como si alguien describiera el sistema solar y no hablara nada acerca del sol.

La fortaleza de un ministro

La doctrina de Cristo crucificado es la fortaleza de un ministro. Por mi parte, no podría prescindir de ella por nada en el mundo, me sentiría como un soldado sin armamento, como un artista sin su lápiz, como un piloto sin su brújula, como un obrero sin sus herramientas. Que otros prediquen leyes y preceptos morales si así lo desean; que otros resalten los terrores del infierno y los gozos del cielo; que otros se centren en los sacramentos y en la iglesia, pero denme a mí la cruz de Cristo.

Esta es la única palanca que siempre ha dado un vuelco al mundo hasta ahora, y que ha hecho al hombre renunciar a sus pecados. Y si esto no lo hace, entonces nada lo hará. Un hombre puede comenzar a predicar con un perfecto conocimiento de latín, griego y hebreo; pero él hará poco o nada bueno entre sus oyentes, a menos que él sepa algo acerca de la cruz.

No ha habido un ministro que hiciese mucho por la conversión de las almas que no pensara mucho en Cristo crucificado. Lutero, Ruther-ford, Whitfield, M’Cheyne, todos ellos, fueron eminentemente predicadores de la cruz. Ésta es la predicación que el Espíritu Santo se deleita en bendecir: él ama honrar a aquellos que honran la cruz.

El secreto de todo éxito misionero es la doctrina de Cristo crucificado. Nada, sino ella, ha sido capaz de conmover el corazón de los incrédulos. Cuando ella ha sido puesta en alto, las misiones han prosperado. Esta es el arma que ha vencido sobre todo tipo de corazones en todo rincón de la tierra. Groenlandia, África, las islas del mar del Sur, India y China. Todos han sucumbido ante su poder.

Tal como aquella gran tubería de hierro que atraviesa el Estrecho de Menai se ve más afectada y doblada por media hora de exposición a la luz solar que por todo el peso muerto que pueda ser puesto sobre ella, del mismo modo los corazones de los incrédulos se han fundido ante la cruz, cuando cualquier otro argumento parecía no conmoverles más que a una piedra.

Un testimonio real

Tras su conversión, un indígena americano dijo:

«Hermanos, yo fui un impío. Sé cómo piensan los inconversos. Cierta vez, vino un predicador y empezó a explicarnos que había un Dios, pero le dijimos que regresara al lugar de donde había venido. Otro predicador vino y nos dijo que no mintiéramos, que no robáramos, que no bebiéramos, pero no le hicimos caso alguno. Finalmente, otro predicador vino un día a mi tienda y dijo: ‘Vengo a ustedes en el nombre del Señor del cielo y de la tierra. Él quiere que sepan que él los hará felices y los librará de la miseria. Por esto, él se hizo hombre, dio su vida en rescate y derramó su sangre por los pecadores’. No pude olvidar sus palabras; se las dije a otros nativos y entonces se inició un despertar entre nosotros. Entonces, les dije que predicasen acerca de los padecimientos y la muerte de Cristo, nuestro Salvador, si querían que sus palabras penetrasen entre los incrédulos».

¡Nunca el enemigo tuvo más ganancia que cuando persuadió a los misioneros jesuitas de retractarse de hablar acerca de la cruz!

La doctrina de Cristo crucificado es el fundamento de la prosperidad de una iglesia. Ninguna asamblea será honrada si ella no exalta continuamente a Cristo crucificado. Nada puede compensar la omisión de la cruz. Sin ella, todas las cosas puede ser hechas decentemente y en orden; sin ella, es posible tener espléndidas ceremonias, bella música, templos preciosos, ministros eruditos, concurridas mesas de comunión, generosas ofrendas para los pobres, etc.

Pero, sin la cruz, ningún bien puede ser hecho. Los corazones entenebrecidos no serán iluminados, los orgullosos no se humillarán, los afligidos no recibirán consolación, los corazones deprimidos no podrán ser alentados. Los mensajes acerca de la iglesia católica y del ministerio apostólico, acerca del bautismo y de la Cena del Señor, acerca de la unidad y de la división, acerca de los ayunos y la comunión, acerca de los padres y de los santos, nunca podrán llenar el espacio que deja la ausencia de los sermones acerca de la cruz de Cristo. Estos podrán entretener a algunos, pero no alimentarán a nadie.

Una preciosa sala de banquete y un espléndido plato de oro sobre la mesa, nunca podrán saciar la necesidad de un hambriento. La predicación de Cristo crucificado es el grandioso mandamiento de Dios para hacer el bien a los hombres. Cada vez que una iglesia ignora a Cristo crucificado, o cuando ella pone otra cosa en el lugar principal que siempre Cristo crucificado debe tener, a partir de ese momento esa iglesia deja de ser útil.

Sin el mensaje de Cristo crucificado, una iglesia no será más que un montículo en la tierra, una cáscara muerta, un pozo sin agua, una higuera estéril, un vigía dormido, una trompeta sin sonido, un testigo mudo, un embajador sin acuerdos de paz, un mensajero sin noticias, un faro sin luz, un tropiezo para creyentes débiles, un alivio para los infieles, una alegría para el enemigo y una ofensa para Dios.

Un fundamento de la unidad

La doctrina de Cristo crucificado es el gran centro de unión entre los verdaderos cristianos. Nuestras diferencias externas son muchas sin duda alguna: un hombre es episcopal, otro presbiteriano; uno es independiente, el otro bautista; uno es calvinista, el otro arminiano; uno es luterano, el otro hermano de Plymouth; pero, después de todo eso, ¿qué será lo que oiremos acerca de estas diferencias en el cielo? Probablemente, nada; nada en absoluto.

¿Será que algún hombre se gloría en la cruz de Cristo real y sinceramente? Esa es la gran pregunta. Si alguno lo hace así, él es mi hermano, estamos recorriendo el mismo camino, viajando hacia un hogar en donde Cristo es todo, y todo lo religioso externo quedará en el olvido. Pero, si él no se gloría en la cruz de Cristo, no puedo sentirme cómodo con él.

La unidad basada solamente en cosas externas es solo una unión temporal; la unidad basada en la cruz de Cristo tiene un carácter eterno. Los errores sobre cosas externas son solo una enfermedad superficial; los errores en cuanto a la cruz son una enfermedad al corazón. La unidad en base a lo externo es una mera unión hecha por el hombre; la unidad en base a la cruz de Cristo solo puede ser producida por el Espíritu Santo.

Lector, sé lo que piensas de todo esto. Siento como si la mitad de lo que quería hablar acerca de Cristo crucificado quedó sin decirla. Pero espero haberte dado algo en qué reflexionar. Pon ahora atención solo un momento, mientras digo algo para aplicar todo este asunto a tu conciencia.

Apelando a la conciencia

¿Estás viviendo hoy en alguna clase de pecado? ¿Estás siguiendo la corriente de este mundo y descuidando tu alma? Te suplico que estés atento a lo que te digo hoy: «He aquí la cruz de Cristo». ¡Mira como Jesús te amó allí! ¡Mira como Jesús sufrió para prepararte un camino de salvación! ¡Sí, hombres y mujeres despreocupados, esa sangre fue derramada por ustedes! ¡Fue por ustedes que esas manos y esos pies fueron atravesados por clavos! ¡Fue por ustedes que ese cuerpo colgó en agonía allí en la cruz! ¡Ustedes son aquellos que Jesús amó y por quienes él murió!

De seguro tal amor debería constreñirles. Ciertamente el pensamiento de la cruz debería llevarles al arrepentimiento. ¡Oh, que pudiera ser hoy mismo! ¡Oh, que ustedes viniesen de inmediato hacia este Salvador que murió por ustedes y que está dispuesto a salvarles! Vengan y clamen a él con oración de fe, y sé que él oirá. Vengan y póstrense ante la cruz y sé que él no los desechará. Vengan y crean en aquel que murió en la cruz, y en este mismo día obtendrán vida eterna.

¿Estás buscando el camino hacia el cielo? ¿Buscas salvación pero dudas de poder hallarla? ¿Deseas tener interés por Cristo, pero dudas si él te recibirá? A ti también te digo esto hoy: «He aquí la cruz de Cristo». Aquí tienes aliento si realmente lo deseas. Acércate al Señor Jesús con valentía, porque no serás rechazado: Sus brazos están abiertos para recibirte; su corazón está lleno de amor hacia ti. Él ha abierto un camino por el cual te puedes acercar a él con confianza. Piensa en la cruz. Acércate, y no temas.

¿Eres un hombre no instruido? ¿Estás deseoso de alcanzar el cielo, pero a la vez perplejo y detenido por las dificultades en la Biblia que no puedes explicar? A ti también te digo esto hoy: «He aquí la cruz de Cristo». Lee allí el amor del Padre y la compasión del Hijo. Están escritos en grandes letras, a fin de que nadie se confunda.

¿Qué importa que ahora estés perplejo por la doctrina de la elección? ¿Qué importa si en la actualidad no logras reconciliar de tu propia corrupción absoluta y de tu responsabilidad? Repito: Mira a la cruz. ¿Acaso esa cruz no te dice que Jesús es un poderoso, amoroso y excelente Salvador? ¿Acaso no te dice algo concreto y sencillo, esto es, que si no eres salvo es solo por culpa tuya? ¡Oh, aprópiate de esa verdad, y hazlo rápido!

Consuelo en la aflicción

¿Eres un creyente angustiado? ¿Está tu corazón presionado por la enfermedad, probado con las desilusiones y sobrecargado con las preocupaciones? A ti también te digo esto hoy: «He aquí la cruz de Cristo». Piensa en aquel cuya mano te disciplina; piensa en aquel cuya mano te está dando hoy a beber esa copa amarga. Es la mano de Aquel que fue crucificado: es la misma mano que por amor a ti fue clavada sobre el madero de maldición. Ciertamente aquel pensamiento debería consolarte y animarte. De seguro deberías decirte a ti mismo: «Un Salvador crucificado nunca pondría sobre mis hombros algo que no sea bueno para mí. Hay una necesidad. Debe ser algo para mi bien».

¿Eres un creyente moribundo? ¿Estás postrado en cama por causa de algo que te dice que nunca te repondrás? ¿Te estás acercando a la solemne hora en que alma y cuerpo deben separarse por un tiempo y debes partir a un mundo desconocido? ¡Oh, mira constantemente a la cruz de Cristo y serás guardado en paz! Mantén los ojos de tu mente fijos en Jesús crucificado y él te librara de todos tus temores. Si caminas por lugares oscuros, él estará contigo. Él nunca te abandonará, nunca te olvidará. Siéntate bajo la sombra de la cruz hasta el final y su fruto será dulce a tu paladar. Solo hay una cosa necesaria en el lecho de muerte, y es sentir los brazos de Aquel que estuvo en la cruz.

Lector, si nunca oíste acerca de Cristo crucificado antes de este día, lo mejor que puedo desearte que le conozcas por fe y que descanses en él para salvación. Si ya le conoces, que puedas conocerle mejor cada año de tu vida, hasta que le veas cara a cara.

J.C. Ryle