Él nunca pareció preocuparse de mí. Pero, por una razón, tenía que verlo una vez más.

Steven James

Él se sentaba solo en el sofá, al lado de su cenicero, en la sala llena de humo. La televisión sonaba monótona, parpadeando en la penumbra. Sólo delgadas franjas de luz venían de afuera. Y de vez en cuando, él decía que los niños se callaran o se fuesen a jugar a otra parte.

No era exactamente el abuelo ideal.

Mis padres nos contaban acerca de los días de caza y pesca del abuelo en otro tiempo. Yo miraba las fotografías del ciervo, el rifle colgado en la pared, incluso la alfombra del oso en el piso superior, y deseaba que él me hubiese llevado a pescar o me hubiera enseñado a cazar. Pero él raramente dejaba su sofá. Así que, cuando íbamos a visitar a los abuelos, mi hermano, mi hermana y yo evitábamos la salita y explorábamos el resto de la vieja casa.

Desde tiempo antes, yo notaba que el abuelo se quedaba atrás cuando nosotros íbamos a la iglesia. Si él pronunciaba el nombre de Jesús, no era para orar. Decía chistes sucios, y nunca alguien le dijo que eso estaba mal. Sin embargo, puesto que los demás no lo hicieron, decidí que yo lo haría.

Mi maestro en mi escuela cristiana me ayudó a escribir una nota. Yo le decía que a Dios no le agradaba cuando él hablaba esas cosas, pero que Dios lo amaba, y también Jesús y también yo. Y yo quería que él fuera al cielo, pero él necesitaba creer primero en Jesús.

Deslicé la nota bajo la almohada del abuelo, un día cuando ya nos íbamos. Sí, yo era bastante ingenuo, pero no sabía qué otra cosa hacer, y yo estaba profundamente preocupado por él.

Unos días más tarde, la abuela llamó, y contó que el abuelo había encontrado mi nota. Sin embargo, mi entusiasmo no duró mucho. La abuela dijo que la nota le había hecho peor. Ella dijo: «Tendré que volver a empezar tratando de lograr que él vaya a la iglesia».

¿Por qué mi nota le haría peor? Yo creí estar haciendo lo correcto, pero ahora me sentía podrido. Durante mucho tiempo no quise hablarles a las personas sobre Jesús por miedo de «hacer las cosas peor».

Después de eso, siempre que lo visitaba, yo le daba al abuelo un torpe abrazo y le preguntaba qué estaba mirando. Él refunfuñaba algo sobre una exposición de pesca, y eso era todo. Ni siquiera hacíamos contacto visual. Yo nunca sabía qué más decir, aunque deseaba que hubiese algo de lo cual hablar.

Así que crecimos, más y más lejanos. Pero yo seguí pensando en él. Y oraba por él. A pesar de todo, aún me preocupaba por él.

Marchándose

Por ese tiempo, el abuelo comprendió que se estaba muriendo de cáncer. Siguió poniéndose más débil y más débil. Ya no fumaba, ni podía salir de la casa. La abuela ocupaba todo su tiempo cuidándolo, llevándolo de la cama al sofá y al baño. Ella le leía devocionales. Un pastor local empezó a visitarlo.

No sé lo que estaría pasando por la cabeza del abuelo. Quizá los devocionales de la abuela estaban haciendo una diferencia. Quizá nos gustó pensar que fue eso. Y entonces, un día, la abuela contó que él había creído en Jesús. «Estamos orando juntos», dijo ella. «Él oye las devociones y toma la cena del Señor».

Pasaron meses. Yo no visitaba mucho al abuelo, porque yo estaba muy atareado con la escuela. La abuela lo cuidaba tanto como podía, pero finalmente él tuvo que ir a un hogar de enfermos.

Yo no podía recordar si alguna vez lo miré a los ojos y le dije que lo amaba. Pero deseaba hacerlo.

La abuela sufría al verlo en aquel estado. Pero ella se alegraba porque cuando el cáncer creció, también se acrecentó el interés del abuelo en Dios. Así que decidí visitarlo de nuevo. Yo aún no estaba seguro por qué ir era tan importante para mí. Yo no recordaba nada tierno que él alguna vez me haya hecho o me haya dicho. Sin embargo, él era mi abuelo, ¿ven? Quizás sólo necesitaba verlo una vez más antes de que él muriera. Quizás yo quería saber que mi nota de años atrás no le había hecho peor.

Nunca me gustó mi abuelo. Todo cuanto yo podía recordar era que yo me había esforzado por amarlo. Y de algún modo yo tenía que decírselo.

Amor difícil

«¿Todavía trabajas en ese campamento de la Biblia?», gruñó sin mirarme, desde su silla de ruedas.

«Sí», le dije.

«¿Tú pescas?».

«No, no demasiado».

Luego, una pausa larga e incómoda.

«¿Todavía manejas aquel automóvil?».

«Sí».

Así hablamos hasta que de repente llegó el tiempo de despedirnos, y no habíamos dicho nada.

Me puse en pie torpemente. Alguien vino a buscarlo para conducirlo a tomar su cena.

Pero antes de que se lo llevaran, dije bruscamente: «Antes de irme, ¿podríamos orar?». Sin realmente esperar una respuesta, cerré mis ojos y empecé a orar alto, allí en el vestíbulo. No fue bonito. Pero yo lo quería decir. Fue mi primera y única oración con mi abuelo.

Entonces dije «amén» y alcé la mirada. Él estaba llorando. Yo tomé su mano y le dije que lo amaba. Luego contemplé cómo lo llevaban, lentamente, fuera de la sala.

Yo no sé que si él aún recordaba la nota que le escribí. Pero ya no me siento culpable por eso. Hablarles a las personas acerca del amor de Dios nunca les hará peor. Los podrá inquietar, los podrá conmover, aun los podrá enfadar; pero a veces podrá ponerlos simplemente en el camino a mejorar.

El abuelo murió poco después. Muy apaciblemente, supongo. La abuela había estado sentada con él, y mientras ella iba a otro cuarto, él cerró sus ojos y entró en coma. Cuarenta y cinco minutos después, su jornada había terminado.

Cuando Dios nos dice que amemos a las personas, me alegra que él no diga que nosotros tenemos que agradarles. Es un camino difícil agradar a algunas personas. ¿Pero amarlas? Sí, es duro, pero con la ayuda de Dios, puedes hacerlo. Yo sé eso, porque lo he hecho.

Traducido de Christianity Today.
http://www.christianitytoday.com/cl/2002/002/7.46.html