Y se transfiguró delante de ellos … Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo … Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron … Mas el justo por la fe vivirá … Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan».

– Mat. 17:2, 8; Jn. 20:29; Rom. 1:17; Heb. 11:6.

Aquellos que pasaron por el monte santo pueden volver, con nuevo poder, a las cosas comunes de la vida. Ellos llevan consigo la verdad de que, por detrás de las cosas normales, está la luz que brilló en el monte de la transfiguración.

Felices son aquellos que, con Pedro, pueden decir sobre el monte: «Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí» – y entonces, sin decir palabra sobre las enramadas, bajar al valle con él. Y al verlo reprender al demonio, repetir: «Señor, bueno es estar aquí también». Sea en el monte, en el valle o en el hogar, donde él se encuentre, es bueno estar.

Hay algunos a quienes no se les conceden visiones ni tampoco momentos sobre el monte alto llenos de gloria, que nunca se vio en tierra o en mar. Aquellos no deben envidiar a los hombres que recibieron visión. Puede ser que la visión es dada para fortalecer una fe que de otro modo sería débil.

Hay personas que logran vivir en situaciones que otros llaman ‘comunes’, y, además de vivir, también aprenden a confiar. A esas personas el Maestro dice: «Bienaventurados los que no vieron y creyeron». El amanecer revelará la razón por la cual la visión es dada a uno y no a otros.

Así y todo, si alguien desea tener una experiencia como la de aquellos hombres sobre el monte santo, nunca se debe olvidar que la mayoría de los apóstoles no compartieron de aquella experiencia y, sin embargo, cumplieron Su voluntad y llegaron a su santo hogar, y sus nombres destellan con esplendor sobre los cimientos de la ciudad que Dios está edificando.

Dejemos que quienes no han tenido ninguna visión, sigan confiando en él. Dejemos que quienes han tenido una visión, caminen en su luz; pero acuérdense que más precioso que la visión es aquello que permanece cuando la visión pasa: la herencia común de todos los apóstoles: «Jesús solo». (G. Campbell Morgan).

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