El Señor Jesús le concedió a Nazaret una honra que jamás los nazarenos soñaron. Siendo una oscura ciudad de una región menospreciada, Nazaret albergó durante varias décadas al Dios encarnado.

Sin embargo, él no estuvo allí como Dios-hombre, sino como el Hijo del Hombre. Su sencillez fue tal, su asimilación a la condición humana fue tan perfecta, que nada hizo pensar a los nazarenos que el hijo del carpintero fuese el Hijo de Dios. Su ejemplaridad como hijo y como ciudadano no fue razón suficiente, en su ceguera, para hacerles concebir tan grande pensamiento.

Para él, el ser hombre era una cosa de la mayor dignidad, aunque en su condición divina pudo haberlo tenido como cosa de poca monta. Por eso no rehusó vivir la restricción de ser hombre, aun más, de ser un hombre anónimo, en una oscura ciudad. Todo esto fue una expresión de amor y de humildad inefables.

Sin embargo, hay más notas que se suman a esta maravillosa sinfonía. Él no solo aceptó descender para vivir como un nazareno, sino que aceptó ser menospreciado por la ciudad a la que él honraba con su presencia. De modo que cuando, luego de haber comenzado su ministerio, él va a Nazaret, la gente se maravilla de su sabiduría y sus milagros, pero no es capaz de encontrar la explicación a todo eso. Antes bien, fue motivo de escándalo, en lugar de que ellos glorificaran a Dios.

Pero, en realidad, no debemos culpar a Nazaret de esa ceguera, porque es la misma ceguera de todos nosotros. Nosotros también somos nazarenos en eso, y nuestra ciudad también le ha rechazado. Nosotros no hubiéramos actuado diferente.

Pero, el hecho de aceptar ser rechazado por los que amaba, y por los que él honró con su presencia nos muestra algo más. Siendo el Hombre ejemplar, Jesús aceptó la humillación mayor, para que ningún hombre después de él estime como ofensa el ser rechazado así. Todo lo que él vivió, lo vivió en grado sumo, para que nadie piense que su propio sufrimiento es mayor.

¿Hay alguien que fue rechazado injustamente? Jesús lo fue más. ¿Hay alguien que haya sido traicionado por alguien muy íntimo? Jesús lo fue más. ¿Hay algún profeta menospreciado entre los suyos? Jesús lo fue más. Así, la suma de todas las injusticias, del rechazo, del olvido recayó sobre él, para que nadie se gloríe en sí mismo, sino en él.

Llegará el día en que cada cristiano probará una gota de esas cosas, una gota de rechazo, otra de traición. Pero entonces no habrá excusa para rechazar esa copa; habrá un ejemplo mayor que mirar, para aliento y esperanza, para humildad y paciencia. Si en el árbol verde hicieron esas cosas, en el seco ¿qué no se hará? (Luc. 23:31).

Así como el Señor Jesús fue rechazado en Nazaret, cada cristiano será rechazado en su medio. En nuestro caso, este será el método de Dios para hacer que pisemos tierra y no nos envanezcamos.

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