Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti?”.

– Gén. 13:8-9.

Cuando recién regresaba de su desafortunada experiencia en Egipto, ¡qué hermosa le habrá parecido a Abram la tierra que Dios le había dado! Sin embargo, ahora él debe aprender otra importante lección: no debe apresurarse a tomar posesión de la tierra. Podría haber razonado que una dádiva tan preciosa como ésta debería ser aceptada y de inmediato retenida a todo costo.

Así razonamos nosotros cuando Dios nos concede sus dones. Sin embargo, Abram se dio cuenta que debía ceder sus derechos. Su sobrino Lot debía tener la prioridad de elegir lo que quería.

Esta es una lección que todos debemos aprender. ¿Podemos confiar en el Señor para que guarde para nosotros lo que él ha dado, sin aferrarnos a ello con nuestros deseos naturales de posesión? Aquello que Dios da, ¡él lo da! No es necesario que nos esforcemos para tenerlo.

En realidad si nos apegamos con temor a su dádiva y procuramos retenerla, quizá corramos el riesgo de perderla. Solo aquello a lo cual hemos renunciado en virtud de nuestra confianza en Él, llegará a ser realmente nuestro.

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