Nuestra tierra prometida es la plenitud de la vida en Cristo, vivida en comunión con los hermanos.

Lectura: Números caps. 13 y 14.

La historia acontece en el desierto de Parán, lejos de Egipto, pero no tan cerca de la tierra prometida. Moisés pide al pueblo que escojan a un príncipe de cada tribu, no personas voluntarias comunes, sino principales entre el pueblo.

Eran hombres inteligentes, con capacidad para confiarles una importante misión. Tuvieron un especial privilegio: el destino del pueblo del Señor estaría en sus manos. Ellos eran personas influyentes, confiables, cuya palabra tendría un peso ante la congregación. Todos sabemos que los fieles Caleb y Josué eran parte de esta comitiva.

Instrucciones de Moisés

Los envió, pues, Moisés a recorrer la tierra de Canaán, con instrucciones específicas: «Observad la tierra, cómo es». Moisés tenía especial interés en la buena tierra – una tierra que él no tendría la posibilidad de disfrutar. El pasaje bíblico es hermoso; esa tierra era el sueño de la nación, era el regalo de Dios a sus ancestros y ellos eran la descendencia destinada a poseerla. Aquella era la razón de ser de su salida de Egipto. Hay mucho más que un reconocimiento desde el punto bélico en las instrucciones de Moisés.

Tras cuarenta días, recorrieron montes, valles, ríos y tomaron del abundante y precioso fruto. Al llegar el esperado día del retorno de los espías, muchos se congregaron para oír ansiosos su informe.

Informe pesimista

Los enviados se refieren brevemente a las bondades de la tierra que fluye leche y miel, y muestran sus frutos. Rápidamente pasan a relatar lo que ellos consideran dificultades y exaltan las fortalezas de los pueblos que la habitan. El ánimo de los oyentes comienza a desfallecer. Caleb intenta vanamente dar una versión positiva, pero fracasa y la situación empeora.

Los otros varones siguen con su informe pesimista. «No podremos nosotros subir contra ellos pues son más fuerte que nosotros, y hablaron mal entre los hijos de Israel de la tierra que habían recorrido». Esta frase es muy importante de recordar por sus implicaciones espirituales.

Calumnia fatal

Un detalle a destacar: ellos ignoraron el nombre del Señor en su informe. Y la reacción que hubo en el pueblo: «…gritaron, dieron voces y lloraron toda aquella noche». La desazón aumentó, y comenzaron a buscar culpables. Los primeros responsables serían Moisés y Aarón. Luego, Dios mismo es acusado: «¿Por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa?» (14:3). Este es uno de los pasajes más oscuros y deprimentes de la Biblia.

Irrupción de Josué y Caleb

Moisés y Aarón se postraron sobre sus rostros, impotentes ante la confusión reinante en el ambiente. Josué y Caleb rompieron sus vestidos, reaccionaron con celo, y ellos sí nombraron al Señor, afirmándose en su Dios una y otra vez. Ellos desafiaron al resto de los espías negativos, infieles y pesimistas. Josué y Caleb fueron valientes para enfrentar a toda la multitud incrédula. «La tierra por donde pasamos para reconocerla es tierra en gran manera buena».

Allí se pronunció aquella notable frase, tantas veces citada: «Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel». En el corazón de estos fieles príncipes de Israel, todo se reducía a poner a Dios en la escena, y a tener una actitud respetuosa a Sus propósitos con Su pueblo. Todo lo demás lo resolvería el Señor; de tal manera que no había razón para temerle a peligro alguno.

Ellos vieron las mismas dificultades que sus compañeros habían visto, pero se refugiaron en el Señor. No temieron desafiar a la multitud enfervorizada, arriesgando sus vidas al hacerlo, pues la gente, en su rebelión, habló de apedrearlos, pero «la gloria de Jehová se mostró en el tabernáculo de reunión a todos los hijos de Israel» (14:10).

¡Qué escena más dramática! ¡Cuánto estaba en juego en esas horas cruciales para el pueblo del Señor! Dios mismo salió en defensa de sus siervos Josué y Caleb. Hubo un acontecimiento en la tierra que no pasó inadvertido en los cielos; más bien, hubo una reacción celestial desde el cielo hacia la tierra. El cielo y la tierra dramáticamente conectados.

Si Dios intervino allí para defender algo que tenía directa relación con su propósito, entonces nosotros tenemos mucho que aprender de esta situación.

Corazones deprimentes

Estos hombres fueron testigos de las plagas que Dios envió sobre Egipto, vieron abrirse el mar Rojo, comieron diariamente del maná y bebieron del agua de la roca; en fin, no eran ignorantes. Sabían cómo Dios obraba para solucionar cada dificultad que se presentase en el camino, y que nunca había faltado a sus promesas de cuidar de ellos como pueblo.

A la hora de informar de su recorrido por la tierra de Canaán, ellos debieron tener en cuenta toda su historia anterior como nación bajo el cuidado de su Dios.

Sin embargo estos espías solo se miraron a sí mismos y no consideraron al Señor. Los enemigos no eran invencibles, lo cual quedó plenamente demostrado en los días de Josué. El único problema real era el deprimente estado de sus corazones incrédulos.

En el caminar de la iglesia hoy, ¿cómo estamos nosotros influyendo sobre nuestros hermanos? Es fácil reconocer que en cada iglesia local hay hermanos que suelen ser muy influyentes en la vida y trabajo de la iglesia y no siempre son un aporte de vida para el cuerpo. Muchas veces ellos se oponen al avance de la obra del Señor, con un acento negativo y pesimista.

Figura y sombra

Pero hay algo mucho más profundo en esta enseñanza. Desde el punto de vista de la figura y sombra versus realidad y cuerpo, todos sabemos que Egipto representa el mundo, y el desierto señala a la parte dura de la carrera cristiana. Aquí es donde queda de manifiesto toda nuestra carnalidad a la hora de servir y agradar al Señor, y donde muchos terminan postrados en las arenas del fracaso.

No nos confundamos. En nuestra carrera cristiana, partimos conociendo a Cristo como el Cordero de Dios cuya sangre preciosa nos limpia de todo pecado. Esto está tipificado en el cordero sacrificado por los israelitas en Egipto. Luego, el maná y el agua de la roca que ellos probaron en su peregrinaje por el desierto, también nos habla de Cristo como pan del cielo y como agua viva (1ª Cor. 10: 1-4).

Este conocimiento de Cristo es todavía limitado, progresivo, y aún así, lejos de ser pleno. Convengamos que el propósito de Dios para su iglesia no es sacarnos de Egipto para vagar toda una vida por el desierto.

El cruce del Mar Rojo representa nuestro bautismo en agua, y el cruce del Jordán nos habla del despojamiento del yo, del juicio de nuestra energía natural, de la cruz, la muerte del yo, para que Cristo viva en nosotros.

Pero, ¿qué representa Canaán? La buena tierra con toda su abundancia (ver Deuteronomio 8:7-10) es Cristo para nosotros.  Canaán nos habla de la plenitud de Cristo.

Pablo nos habla claramente en la carta a los efesios acerca de las inescrutables riquezas de Cristo, de la plenitud de Dios y de la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef.3:8, 19; 4:13), como una meta a la que debemos llegar: «…hasta que todos lleguemos» (Ef. 4:13).

Para un israelita esclavo en Egipto, llegar a Canaán no podía ser otra cosa que la plenitud misma, la herencia de Dios a la descendencia de Abraham, Isaac y Jacob: «…tierra en la cual no comerás el pan con escasez, ni te faltará nada en ella» (Deut. 8:9).

¿Qué tipo de informe estamos dando nosotros?

Todo esto tiene mucho que ver con el pasaje de Números 13 y 14 que estamos considerando. Pues cada vez que leemos las Escrituras o recibimos mensajes de siervos del Señor en retiros y conferencias, estamos por la fe visualizando, viendo anticipadamente las riquezas que están delante de nosotros, esperando ser asimiladas, poseídas, vividas por nosotros como hijos y siervos del Señor, como pueblo escogido del Señor, como casa de Dios, como cuerpo de Cristo.

La riqueza es inmensa: vivir a Cristo en plenitud, fortalecidos con poder en el hombre interior por el Espíritu Santo, por toda la iglesia. ¿Qué es eso? ¿Quién lo está experimentando hoy? ¿En qué medida?

La verdad es que aún vamos en camino, aún hay cruz que experimentar, hay un Jordán que cruzar, hay una medida de obediencia que todavía no es completa. Pero, ¿seremos espías malos o seremos como Josué y Caleb?

Aplicado a nuestra experiencia

Hermanos amados, estos doce espías fueron enviados a recorrer una tierra que nadie conocía, para que la vieran, la disfrutaran, y luego regresaran informando de las bondades de aquel lugar.

Cada vez que nosotros oímos un mensaje inspirado, que nos revela algo más de la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo y del eterno propósito de Dios respecto a Cristo y la iglesia, es como hacer un recorrido por Canaán. Cada mensaje nos muestra algún nuevo aspecto de la Buena Tierra.

Cada uno de nosotros debemos ser príncipes influyentes en la casa del Señor. Debemos ser portadores de un informe positivo, considerando al Señor, quien nos llamó para que estas verdades salgan de la Biblia, y que bajen de la mente al corazón, transformadas en una bendita realidad en la vida práctica normal de la iglesia, en la comunión viva con el Señor.

Nuestra comunión no debe ser una comunión periférica. Debemos salir de ese andar religioso, de ese andar liviano, que denota una falta de Cristo, una falta de la experiencia de la tierra prometida, una falta de la vida de Cristo en los corazones.

Que el Señor nos libre de ser como estos diez espías malvados. El único problema estaba en el corazón de ellos, porque el río Jordán se podía abrir, las murallas podían caer, los enemigos podían ser vencidos, la tierra podía ser poseída.

Solo había que seguir al Señor y confiar en Su poder.

Apreciando la Buena Tierra

De eso quiere hablarnos el Señor en estos días. El gran pecado de aquellos hombres fue que menospreciaron la tierra. Tres veces se repite esto: «…hablaron mal de la tierra que habían reconocido» (13:32), «…desacreditando aquel país» (14:36), «…aquellos varones que hablaron mal de la tierra, murieron de plaga delante de Jehová» (14:37).

Hermanos, de acuerdo a lo que nosotros somos hoy, ¿a dónde nos está llevando nuestro Dios? A una plena comunión con su hijo Jesucristo nuestro Señor. Nuestra tierra prometida es la plenitud de la vida en Cristo, vivida en comunión con los hermanos. Esto es lo que agrada el corazón del Señor.

No buscamos al Señor en forma utilitaria, para que nos resuelva uno que otro problema; eso es mera añadidura. El Padre nos llamó para que la comunión con su Hijo sea una bendita realidad en cada corazón. El Espíritu Santo busca conducirnos más y más profundo en las riquezas de la vida de Cristo, para que se vea más Cristo formado en todos nosotros. No buscamos tener o formar una iglesia prestigiosa o numerosa ante el mundo, no tenemos propósitos propios.

El privilegio nuestro

Es el Señor quien quiere edificar su casa y nosotros tenemos el privilegio mil veces superior al de aquellos doce espías. En un sentido nosotros somos como espías, porque cada vez que oímos mensajes profundos acerca del propósito de Dios, es como si fuésemos enviados por adelantado a ver algo que el pueblo de Dios no está viviendo.

A través de la Palabra, somos enviados a ver algo de la hermosura de la buena tierra. ¿Cuántos de nosotros vemos estas cosas con incredulidad? Las miramos «como de lejos», pensamos que las dificultades presentes son un impedimento para que esto que escuchamos hoy sea posible vivirlo.

Tomemos en serio la palabra del Señor; que nadie ponga el acento en lo negativo. Que cada hermano hable a la asamblea empapado del Señor, que en su oración se pueda percibir el espíritu de Cristo, para llenar de fe a sus hermanos. Que no se oiga el testimonio agrio de alguien que simplemente pretende impresionar a los demás. Mejor ni atender a sus argumentos, pues no contribuye con la vida de Cristo a la edificación de sus hermanos; solo aporta un comentario de muerte, con una atroz auto referencia que nunca glorificará al Señor.

Un hermano en comunión sufre cuando las cosas no están correctas en la casa de Dios, y solo anhela ver la iglesia avanzar. El Espíritu Santo nos quiere llevar a la plenitud de la vida en Cristo. Él quiere vernos llenos de Cristo en comunión unos con otros, expresando la gloria del Señor a un mundo que está en tinieblas.

El «peso» de Josué y Caleb

Estudiando el pasaje de Números 13 y 14, más otros pasajes que aluden el mismo tema (ver Deut. 1 y Josué 14), vemos cuán grande es la diferencia marcada por Josué y Caleb. Ellos se pusieron al lado de Dios, no temiendo ser apedreados. «Pero la gloria de Jehová se mostró en el tabernáculo a todos los hijos de Israel» (Núm. 14:10).

El Señor mismo defendió a sus siervos y les preservó por aquellos cuarenta años. De veinte años arriba, nadie quedó vivo. Josué y Caleb fueron los únicos de aquella generación que entraron a poseer la buena tierra, a la cual no fueron como meros visitantes, sino que, viéndola, la amaron, la valoraron: «La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran manera buena» (Núm. 14:7).

Hermanos, que el Señor traslade esas palabras a nuestro corazón. Este camino es en gran manera bueno, conocer a Cristo es en gran manera bueno. ¡Llenarnos de Cristo y vivir a Cristo en comunión con los hermanos, es en gran manera bueno!

Tesoro inmenso

El Señor tenga misericordia de todos nosotros. Seamos como Josué y Caleb. Valoremos estos tesoros de Cristo.

Nosotros, mediante la gracia de nuestro Señor, estamos entre las personas más privilegiadas de la tierra. Es un privilegio oír de Cristo. Cristo habita por la fe en nuestros corazones. El mismo Espíritu que recibieron aquellos que estaban unánimes juntos el día de Pentecostés te habita a ti, me habita a mí. ¿No es este un especial privilegio?

Tesoro inmenso es la vida de Cristo en nosotros. No lo menospreciemos; pues quien menosprecia la Buena Tierra morirá de plaga (Núm. 14:37), terminará seco, no va a experimentar la vida de Cristo, y su vida se llenará de amarguras, resentimientos y frustraciones, pasando así a engrosar la triste lista de los fracasados.

¿Qué tipo de cristianos tenemos hoy día? ¿Dónde está la luz y la sal de la tierra en estos días? ¿No es ese nuestro llamado? Somos esa luz, somos esa sal. Pero tenemos poca conciencia de lo que somos; hemos tomado poco en serio este llamamiento. En su misericordia, el Señor vuelva a hablar a nuestros corazones. No descuidemos su llamado. Que nuestros corazones no se llenen de cosas vanas. Que seamos conocidos por esa realidad de Cristo en nosotros.

Nos quedamos con las palabras de Josué y Caleb: «Si el Señor se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra…» (Núm. 14:8). Que así sea, para Su gloria.

Síntesis de un mensaje oral impartido en Rucacura (Chile), en enero de 2014.