No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales».

– 1ª Cor. 12:1.

Hoy queremos entrar en más detalles sobre las manifestaciones del Espíritu Santo que, según Pablo, son los carismas o dones del Espíritu. Muchos comentaristas agrupan estos nueve dones en tres grupos. El primero incluye palabra de sabiduría, palabra de ciencia y discernimiento de espíritus; en el segundo grupo tenemos el hacer milagros, los dones de sanidades y el don de fe; y, en el tercero, profecía, diversos géneros de lenguas, e interpretación de lenguas.

  1. Los dones de saber

Con respecto a los primeros dos dones que menciona Pablo en 1ª Corintios 12, hay que notar, a modo de introducción, dos cosas. Primero, que el don no se llama don de sabiduría, sino palabra de sabiduría. No significa que a alguien le será dada sabiduría, sino que el Espíritu manifestará en algún creyente una palabra de sabiduría, o sea, él dirá algo por el Espíritu Santo. Lo mismo ocurre con la palabra de ciencia.

Segundo, estos dos dones no deben ser confundidos con el ministerio de la Palabra. Eso sería confundir los dones del Espíritu con los dones de Cristo (Efesios 4:11). La palabra de sabiduría y la palabra de ciencia son dones del Espíritu Santo, y tienen que ver con otra cosa, que es lo que vamos a analizar ahora. La Escritura no da una definición de cada uno de los dones. Pablo los menciona, pero no dice en qué consisten, lo cual no significa que no podamos saberlo.

Palabra de sabiduría

A modo de ejemplo, veamos Hechos 10:19. Pedro estaba reflexionando sobre la visión que Dios le había dado mientras oraba. «Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu…». Esta es una manifestación explícita del Espíritu. Pedro estaba solo. Los dones no se circunscriben solo al momento en que nos reunimos como asamblea; se pueden manifestar  estando solos, en familia o con otros hermanos.

El Espíritu dijo a Pedro: «He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado». Esta es una palabra de sabiduría, porque a Pedro se le está dando a conocer un hecho –»Tres hombres te buscan»–, y luego contiene una instrucción a seguir, algo que él debe hacer.

La palabra de sabiduría responde a la pregunta: «¿Qué hacer en determinada situación?». Nosotros hemos estado muchas veces en una disyuntiva en que no sabemos qué camino tomar, qué cosa elegir o cómo resolver un problema, ya sea a nivel personal, familiar o como iglesia. Cuando no sabemos qué hacer, necesitamos una palabra de sabiduría, que nos diga: «Sigue este camino».

Otro ejemplo, en Hechos 13:2: «Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo…». Aquí tenemos otra manifestación del Espíritu, esta vez no a una persona sola, sino a un grupo de hermanos que comparten el ministerio de profetas y maestros. ¿Y qué dijo el Espíritu Santo? «Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado».

El Espíritu está diciendo: «Aparten a estos hombres para mí». Estos son los primeros dos apóstoles del Espíritu Santo. Hay apóstoles de Cristo, los Doce; y hay un apóstol del Padre, Cristo. Y estos son apóstoles del Espíritu Santo. «Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo…» (v. 4). Aquí tenemos otro ejemplo de palabra de sabiduría, porque da a conocer una situación que conlleva una dirección, un camino a seguir.

Otro ejemplo muy claro, en Hechos 16:6, durante el segundo viaje apostólico de Pablo: «Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia». ¡Qué interesante es esto! Aquí tenemos una manifestación del Espíritu. «Y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió» (v. 7). Otra manifestación del Espíritu.

Un complemento

Alguien podría decir: «¡Cómo, hermano, si tenemos la palabra: Id y predicad el evangelio a toda criatura. ¿Qué más necesitamos? ¡Vaya no más, pues, hermano!». Por supuesto, aquí está el Logos de Dios, que es Cristo. Es claro que hay que ir por todo el mundo predicando el evangelio; pero el cómo, el cuándo y el dónde, lo determina el Espíritu Santo. Aquí, el ejemplo es clarísimo. Ellos estaban cumpliendo la gran comisión, pero sujetos al Espíritu, y éste sabía perfectamente cómo dirigirlos.

Las cosas no se contradicen; al contrario, los dones del Espíritu complementan el cuadro. Tenemos la palabra de Dios, sabemos lo que debemos hacer, pero es el Espíritu Santo de Dios quien nos indicará el cómo, el cuándo y el dónde.

Entonces, llegaron a Troas. «Y se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. Cuando vio la visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio» (v. 9-10). La prioridad estaba en Macedonia. Esta manifestación del Espíritu corresponde también a una palabra de sabiduría.

Palabra de ciencia

«Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles» (Hech. 21:10-11).

Aquí hay otra manifestación del Espíritu Santo. Es una palabra de ciencia, que simplemente da a conocer un hecho y no contiene instrucción. El Espíritu Santo, a través de Agabo, le dice a Pablo lo que le ocurrirá al llegar allá. Esto servía a lo menos para tres propósitos. Todas las cosas tienen sentido en el Señor y todas las manifestaciones del Espíritu son para edificación, para provecho.

Primero, la palabra de ciencia preparó de antemano a Pablo para aquello que le esperaba. En segundo lugar, la advertencia del Espíritu sirvió para que los demás, al enterarse de que efectivamente Pablo fue encarcelado, supieran que aquello era por causa del reino de Dios y no por algún pecado de Pablo. Y tercero, ¿qué deberíamos hacer nosotros si sabemos que a alguien le esperan tribulaciones? Orar por la situación del hermano.

Tenemos otro ejemplo de palabra de ciencia cuando el Señor Jesús habla con la mujer samaritana. En un momento, él le dice: «Ve, llama a tu marido, y ven acá». Ella responde: «No tengo marido». Y el Señor le dice: «Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad». Aquella fue una palabra de ciencia.

El Señor conocía la vida de esta mujer. ¿Y para qué sirvió esto? La mujer, espantada, dijo: «¡Señor, me parece que tú eres profeta!». Es decir, la señal que le dio el Señor con esa palabra de ciencia la preparó a ella para recibir lo que Cristo tenía para ofrecerle, que no era echarle en cara su pecado, sino darle del agua de vida que él tenía para ella. Y la mujer se convirtió y dio testimonio del Señor.

Discernimiento de espíritus

La palabra de ciencia tiene que ver con personas, situaciones o cosas. Pero, cuando se relaciona con el ámbito de los espíritus, ya no se llama palabra de ciencia, sino discernimiento de espíritus. Esta manifestación del Espíritu consiste en la capacidad de conocer los espíritus. Y entendemos por espíritus no solo demonios o espíritus malignos, sino también el espíritu humano o la actitud de una persona.

Por ejemplo, cuando Jesús vio venir a Natanael, él dijo: «He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño» (Jn. 1:47). ¡Qué hermoso! El Señor Jesús conocía lo que había en el corazón, en el espíritu del hombre. Eso es discernimiento de espíritus, y en este caso, es positivo.

En Hechos 16:16-18, tenemos el caso de la mujer que tenía espíritu de adivinación. Por muchos días, cuando esa mujer veía pasar a Pablo con sus compañeros, decía: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación». Aquello era verdad, pero el problema es que ella lo decía por un espíritu de adivinación. «Y esto lo hacía por muchos días; mas desagradando a Pablo, éste se volvió y dijo al espíritu: Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora».

¿Recuerdan cuando el Señor les anunció a sus discípulos que él iba a ir a Jerusalén y allí iba a morir? Pedro le dijo: «Señor, en ninguna manera esto te acontezca». Pedro habló muy de corazón; pero el Señor discernió detrás de esas palabras una maniobra del maligno. Así que reprendió a Satanás, que estaba detrás de las palabras de Pedro: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!». Y, de pasada, corrigió a Pedro: «No pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres».

El discernimiento de espíritus no termina en el discernimiento mismo, sino que debe conducir a una acción. Si el Señor nos permite discernir algo, es para actuar, ya sea para corregir, como en el caso de Pedro, o para liberar a la persona, como en el caso de la mujer que tenía un espíritu de adivinación, o para disciplina, como en el caso de Ananías y Safira, que fueron disciplinados por el Espíritu Santo.

  1. Los dones de poder

Este grupo comprende el hacer milagros, los dones de sanidades y el don de fe. Con todos ellos se producen milagros, y los tres requieren de la fe, que permite que se produzcan hechos prodigiosos.

Cuando los milagros tienen que ver con enfermedades, son dones de sanidades. Y la diferencia entre hacer milagros y el don de fe reside en la forma como operan el milagro. En el hacer milagros es la persona que, capacitada por el Espíritu Santo, obra como protagonista. Por ejemplo, Jesús caminando sobre las aguas, es quien ejecuta y experimenta el milagro.

En cambio, el don de fe consiste en que la persona tiene tal confianza en Dios, que todo lo que ella hace es creerle a Dios. Ella no ejecuta directamente el milagro, pero, por medio de la fe poderosa que tiene en Dios, aquel don de fe mueve el poder de Dios.

Vemos un ejemplo del don de fe en el libro de Daniel, cuando él fue echado en el foso de los leones. «Entonces Daniel respondió al rey: Oh rey, vive para siempre. Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo. Entonces se alegró el rey en gran manera a causa de él, y mandó sacar a Daniel del foso; y fue Daniel sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios» (Dan. 6:21-23).

Daniel no hizo nada para producir el milagro, excepto confiar en Dios, y esa fe posibilitó que viniera un ángel y les tapara la boca a los leones. Este ejemplo contrasta con la escena de Sansón matando al león. Allí no es don de fe, sino de hacer milagros. Sansón, con fuerza sobrenatural, es el protagonista.

Cuando Pedro estaba encarcelado, el libro de los Hechos dice que la iglesia hacía oración sin cesar por él. Ahí, en toda la iglesia, operó el don de fe. Mientras la iglesia oraba, los ángeles vinieron a libertar a Pedro. Ahí operó el don de fe por medio de la oración.

  1. Los dones de inspiración

El tercer grupo comprende el don de profecía, diversos géneros de lenguas, e interpretación de lenguas. 1ª Corintios capítulo 14 muestra justamente la relación que hay entre los dones de este grupo.

El don de profecía

«Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis» (1ª Cor. 14:1). El amor es más importante que los dones, pero optar por el camino más excelente no significa desechar los dones. «…pero sobre todo que profeticéis». Pablo da preeminencia a la profecía, pero no porque ella sea mayor que las lenguas, sino porque, cuando estamos reunidos como asamblea, la profecía edifica a la iglesia; en cambio, el que habla en lenguas, se edifica a sí mismo.

No nos reunimos para provecho personal, sino para rendir culto a Dios y para bendecir a los hermanos. Yo no debo pensar que el culto se haga a mi agrado, sino pensando siempre en ser de edificación para los demás. Pablo no está diciendo que desechemos las lenguas. En el versículo 14:39, la conclusión es: «Así que, hermanos, procurad profetizar, y no impidáis el hablar lenguas». Tenemos que ser equilibrados. Y termina diciendo: «Pero hágase todo decentemente y con orden».

¿Profetizar o hablar en lenguas?

¿Por qué Pablo dice que en la reunión de iglesia los creyentes debemos preferir la profecía por sobre las lenguas? «Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres…». Cuando alguien habla en lenguas, no está hablando a la iglesia, «sino a Dios; pues nadie le entiende». Ni él mismo entiende lo que dice, porque este don consiste en dirigirse a Dios en un idioma no conocido. Su espíritu está hablando directamente a Dios. «…nadie le entiende, aunque por el espíritu habla misterios».

Cuando alguien está hablando con Dios, lo que él habla ni siquiera pasa por su mente, por eso él no entiende lo que está diciendo. Son misterios.

Yo vengo de otro contexto cristiano, y debo reconocer que muchas de las supuestas lenguas que hay ahí –aunque en el mundo hay miles de idiomas y dialectos– son mera jerigonza. En el Pentecostés, los hermanos no hablaron en jerigonza, sino los idiomas que había en la tierra en ese tiempo. Lo sabemos porque justamente habían subido a Jerusalén judíos de todas las naciones a celebrar la fiesta. Los que hablaban en lenguas allí, estaban hablando a Dios.

Los testigos dijeron: «…cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios» (Hech. 2:11). Ellos hicieron la interpretación ese día. Los galileos no hablaban otros idiomas, pero todos entendieron de qué se hablaba.

La interpretación de lenguas

Entonces, ¿sobre qué tiene que versar la interpretación de lenguas? Si el que habla en lenguas está hablando a Dios, hablando misterios, y si el Señor manifiesta su interpretación, lo que interpretará es qué cosas de Dios está diciendo alguien en ese idioma que no conoce.

Aunque vengo de un contexto donde abundaban las lenguas, nunca oí interpretarlas. Y las pocas veces que lo he visto en otros contextos, creo que están errados, porque al interpretar lo hacen como si Dios estuviera hablando a los hombres. Pero, si alguien habla a Dios en lenguas, la interpretación debería expresar qué ha dicho acerca de Dios.

La interpretación de lenguas debe edificar la iglesia. Todo lo que se nos revele de Dios, proclamando su gloria y su grandeza, edifica la iglesia. Así que dejamos esta pista para la interpretación de lenguas.

Hablando de parte de Dios

«Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación» (1ª Cor. 14:3). Profecía es hablar de parte de Dios; es dar a conocer algo recibido de parte de Dios. Dios pone una carga, una palabra, un sentir, entonces alguien habla de parte de Dios a los hombres.

Tenemos en la mente el entendimiento generalizado de que la profecía tiene que ver con predecir eventos futuros. Es obvio que la profecía, si viene de parte de Dios, puede incluir eso.

El elemento predictivo por excelencia de la profecía es anunciar a Cristo; pero, en general, la profecía consiste en hablar de parte de Dios a la iglesia, «para edificación, exhortación y consolación».

Cuando Pablo dice a los corintios que prefieran la profecía, es porque ellos en sus reuniones preferían las lenguas, que tienen mayor espectacularidad. Para muchos, mientras más espectacular es algo, más de Dios parece ser, más impacta. Pero eso es señal de inmadurez.

Si Dios nos tiene que hablar con cosas espectaculares, es porque hay mayor incredulidad; pero donde hay fe, la profecía es suficiente. Si somos espirituales, sabremos que es Dios quien nos está haciendo un llamado, un ruego, una advertencia. Algunos creen que si Dios hablara con voz audible, eso sería la cima de la espiritualidad; pero Dios nos habla desde el interior, donde mora su Santo Espíritu, en nuestros corazones. Esta es la gloria del Nuevo Pacto. Dios nos habla, nos guía y nos dirige desde el interior.

Edificando a la iglesia

«El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia» (1ª Cor. 14:4). El don de lenguas es el único don en el cual la edificación es personal.

«Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas, a no ser que las interprete para que la iglesia reciba edificación» (v. 5).

Hay espacio para hablar en lenguas en la asamblea. ¿Alguien tiene lenguas? Pues, alce la voz; así abrirá la posibilidad de que haya interpretación.

No nos apresuremos en regular o hacer callar a algún hermano. Si está hablando otro, usted guarde silencio. Primero, demos espacio a eso. Si no hay interpretación, dice Pablo, baje la voz, no lo haga en forma pública, y hable para sí mismo. «Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos; pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes» (v. 22). Para los creyentes, la profecía es señal suficiente de que Dios está presente.

«Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas» (v. 32). Nadie tiene que perder el control; el Espíritu de Dios no hace lo mismo que la posesión demoniaca; él nunca anula nuestra voluntad.

Esto que hemos revisado no es algo dogmático. Estamos iniciando un camino, estamos aprendiendo. Quiero también aprender de todos, ser enseñado por otros, y que juntos vayamos descubriendo todo el consejo de Dios con respecto a estas cosas. Pablo dice: «No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales». Por eso estamos aquí, aprendiendo del Señor. Amén.

Síntesis de un mensaje impartido en El Trébol (Chile), en enero de 2014.