Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre”.

– Apocalipsis 3:8.

Una de las características más visibles del hombre de nuestros días es su preocupación por el cuidado del cuerpo. Nunca como hoy había existido tanto interés en las tallas, los pesos, las dietas y los ejercicios corporales. Sí, el hombre moderno se preocupa mucho por la salud y apariencia de su cuerpo físico y le dedica gran atención, tiempo y dinero.

La iglesia de Cristo no escapa de este énfasis e interés. Con ligeras variaciones en algunos casos, se buscan cuerpos más estéticos, más tonificados, pero también más fuertes, más resistentes. En la medida justa, y dentro de límites sanos y normales, creo que tal interés puede resultar provechoso; a final de cuentas nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo.

Pero cuando se establece como prioritario el cuidado del cuerpo sobre el cultivo de la vida espiritual (o cualquier otra cosa), se corre el peligro de graves consecuencias. Más importante que un cuerpo fuerte es un espíritu vigoroso en la fe y en la comunión con Dios. La iglesia de Filadelfia y su pastor nos enseñan que a pesar de las pocas fuerzas, de los pocos recursos, del escaso poder, se puede ser fiel a Dios, siendo esto lo que más le honra a Él.

David Brainerd es un gran ejemplo de ello. De contextura enjuta y enfermiza, murió muy joven, a la edad de 29 años, como consecuencia de la tuberculosis. Sin embargo, a pesar de su debilidad física, en su corta vida logró mucho más de lo que la mayoría logran al llegar a la ancianidad. Solo su biografía impulsó la vida de muchos grandes hombres de Dios como Adoniram Judson, Guillermo Carey y Robert Murray M’Cheyne, quienes fueron como misioneros a Birmania, India e Israel respectivamente.

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