La realidad del Espíritu Santo es todo lo que necesitamos para tener una familia santa y victoriosa.

Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos…».

– Hechos 2:39.

En el Antiguo Testamento vemos con frecuencia expresiones en las cuales los padres y los hijos son vinculados como compañeros en los pactos y las bendiciones de Dios: «Tú y tu casa», «Tú y tu descendencia», «Yo y mi casa», «Tú y tus hijos».

Expresiones como éstas revelan el maravilloso vínculo que convierte a la familia en una sola unidad a los ojos de Dios. Y, gracias a Dios, la misma expresión es hallada también en el Nuevo Testamento: «Vosotros y vuestros hijos». En ningún otro lugar podría tener un significado mayor que en el texto citado arriba.

En el día de Pentecostés, la iglesia de Cristo, que acababa de nacer por medio de la resurrección de Jesús de entre los muertos, recibió el bautismo en el Espíritu Santo y oyó esta palabra: «Para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos». Todas las bendiciones de la nueva dispensación y del ministerio del Espíritu fueron garantizadas también para los hijos.

«Para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos». La promesa es del Espíritu de Jesús glorificado, en toda su plenitud, en el bautismo de fuego y de poder. Cuando somos bautizados en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, estamos confesando nuestra fe en la Santa Trinidad, y en el Espíritu Santo, no solo como uno con el Padre y con el Hijo, sino como siendo la Tercera Persona, trayendo la plena y perfecta revelación de la gloria divina.

Todo lo que fue prometido por Dios en el Antiguo Pacto, todo lo que fue revelado y ofrecido para nosotros de la gracia divina en Jesús, el Espíritu Santo vino para implantarlo y convertirlo en propiedad nuestra. Por medio de él, todas las promesas de Dios son cumplidas, toda la gracia y la salvación en Cristo pasan a ser una experiencia y una posesión personal. La palabra de Dios llama, a nuestros hijos, los hijos de la promesa. Es especialmente de esta promesa del Espíritu Santo que son herederos. Y el secreto para educar a hijos en los caminos de Dios es criarlos en la fe y en la expectativa del cumplimiento de esta promesa.

Dependencia del Espíritu para entrenar a los hijos

Con fe en la promesa, necesitamos aprender a considerar la ayuda y la presencia del Espíritu en el entrenamiento diario de los hijos como absolutamente necesarios e imprescindibles. Pero, no es solo eso: el obrar del Espíritu en nuestro hogar nos es garantizado por la promesa.

En todas nuestras oraciones por ellos, en la vida diaria y en los cultos familiares, necesitamos aprender a esperar la operación directa del Espíritu Santo y a depender de ella. De esta forma, los educaremos en función del cumplimiento de la promesa, de tal forma que la vida de ellos, aún más que la nuestra, sea, desde la juventud, vivida en el poder del Espíritu, santa al Señor.

Esta idea de entrenar a los hijos todos los días en la dependencia de la presencia del Espíritu Santo, con la expectativa de que él venga para llenar la vida de ellos, parece muy extraña y elevada para algunas personas – totalmente impracticable. La razón de pensar así es simplemente porque aún no han aprendido a considerar la habitación del Espíritu en nosotros como esencial para una vida cristiana auténtica.

Solo cuando los padres reconozcan que es imposible vivir conforme al deseo de Dios sin el toque del Espíritu para guiarlos en el día a día, es que ellos tendrán la capacidad de creer plenamente en la promesa a favor de sus hijos. Solo así lograrán convertirse en ministros del Espíritu para su familia. ¡Oh, que la iglesia de Cristo comprenda el lugar y el poder que el Espíritu de Dios debe tener en cada creyente y en cada hogar cristiano!

Influencia poderosa

«Para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos». Así como en la vida natural, también en la gracia ustedes y sus hijos fueron íntimamente vinculados para el bien o para el mal. Física, intelectual y moralmente, ellos participan de su vida. Espiritualmente puede ser así también. El don del Espíritu y de su operación bondadosa para con ustedes y para con ellos no son dos hechos distintos y separados; por el contrario, es en ustedes y por medio de ustedes que también llega a ellos. La vida y la influencia diaria de los padres es el canal que él utiliza para alcanzar a los hijos con su vivificación y gracia que santifica.

Si usted está tranquilo con el pensamiento de que ya fue salvado y no está buscando ser realmente lleno del Espíritu; si su vida sigue siendo más carnal que espiritual; si usted tiene más del espíritu del mundo que del Espíritu de Dios, no se sorprenda si sus hijos crecen sin convertirse de verdad. Será solo un resultado natural y lógico. Usted está obstaculizando la acción del Espíritu Santo. Usted infunde en ellos, día a día, el espíritu del mundo. Puede ser de manera inconsciente, pero su influencia los está dirigiendo con gran eficacia a la religión humana, en armonía con el espíritu del mundo, en lugar de inspirarlos para la vida de Dios, en el poder del Espíritu Santo enviado del cielo.

La promesa es para ustedes, y para sus hijos. A pesar de la influencia errada de los padres, la bendición puede aun alcanzar a los hijos por medio de la fe de otros; sin embargo, los padres no tienen ninguna garantía de esto, a menos que se entreguen al Señor y se conviertan en el canal para llevar la vida verdadera a ellos. Si aún no somos despertados por ningún otro factor, permita Dios que nuestro amor de padres nos haga ver que nada menos que la llenura del Espíritu Santo nos permitirá ganarlos para Dios.

La poderosa promesa de Dios

La promesa es para ustedes y para sus hijos. Es muy común considerar la promesa de Dios como mera palabra o pensamiento – algo que no tiene poder hasta que nosotros, por nuestra parte, hagamos aquello que es necesario para volverlo eficaz.

No reconocemos que la palabra de Dios tiene en sí misma un poder vivo y de gran alcance, una simiente divina que solo necesita ser escondida y ser preservada en el corazón para generar la fe capaz de traer el cumplimiento maravilloso de la promesa.

Cuando Dios da una promesa, esto significa que él, en su infinito poder, se comprometió para cumplir lo que él dijo, y que él ciertamente hará esto tan pronto como tomemos posesión de ella por la fe. En este caso, la promesa significa que el Espíritu Santo de Dios ya es nuestro, con toda su gracia capaz de vivificarnos, santificarnos y animarnos; él solo está esperando para venir y convertirse, en nuestro hogar y en nuestra vida diaria, en todo lo necesitamos para tener una familia santa y victoriosa.

No importa cuán distante esté nuestro hogar del ideal de Dios y cuánto parezca ser imposible, con nuestras circunstancias y dificultades, cambiarlo; si solo nos refugiamos en la promesa, apegándonos a ella por medio de la oración de fe, Dios mismo se encargará de cumplirla.

Una promesa requiere dos cosas: aquél que está recibiendo necesita creer y tomar posesión de ella, y quien está haciendo la promesa necesita cumplirla y hacerla real.

Que nuestra actitud sea de fe simple y confiada en Dios, a favor de nosotros mismos y de nuestros hijos, contando con la certeza de la promesa: Dios es fiel y ciertamente él la cumplirá.

Corazones y hogares llenos de la presencia del Espíritu

Amados compañeros, padres y madres, humillémonos y reconozcamos que nuestra vida familiar no ha comprobado la verdad y la gloria de esta promesa. Confesemos con vergüenza cuán carnales son aún nuestros corazones, llenos del espíritu del mundo y no del Espíritu de Dios.

Abramos el corazón para aceptar la promesa de Dios como algo que tiene el poder divino de vivificar y de generar, por sí misma, exactamente el estado de la mente que Dios requiere para poder cumplirla.

Considerémonos a nosotros mismos como ministros del Espíritu Santo, elegidos por Dios para preparar y entrenar a nuestros hijos desde su infancia bajo influencia de ella, y rindámonos totalmente a su acción y dirección.

Entrenar correctamente a un hijo significa prepararlo como templo del Espíritu Santo, significa vivir, nosotros mismos, en el poder del Espíritu. Que ningún sentido de incapacidad o de debilidad nos desanime: «Para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos». Pongamos nuestra vida como padres bajo la dirección del Espíritu Santo, pues solo podemos ser para nuestros hijos aquello que realmente somos para Dios.

Que el Espíritu de alabanza y de acción de gracias nos llene incesantemente, porque Dios nos ha concedido la maravillosa gracia de hacer, de nuestra vida familiar, la esfera para la acción especial de su Espíritu.

Nuestra oración constante y nuestra expectativa confiada son que, por el poder del Espíritu Santo enviado del cielo, nuestro hogar aquí sea cada vez más semejante al hogar en el cielo, del cual debemos ser la imagen y para el cual queremos ser la preparación.

Tomado de The Children for Christ (Os Filhos para Cristo).