La excelencia y superioridad del Nuevo Pacto sobre el Antiguo.

…hecho tanto superior a los ángeles» (Heb. 1:4); «…con óleo de alegría más que tus compañeros» (1:9); «porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero… ¿Qué es el hombre…? Todo lo sujetaste bajo sus pies… pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas» (2:5, 6, 8); «Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno este» (3:3); «Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto» (7:22); «…tal sumo sacerdote… más sublime que los cielos» (7:26); «pero ahora, tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas» (8:6); «Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto, tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación» (9:11); «cuánto más la sangre de Cristo limpiará … vuestras conciencias de obras muertas» (9:14); «pero las cosas celestiales, con mejores sacrificios» (9:22); «…proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros…» (11:40).

Considerando que el tema central de esta revista es «la gloria del caminar cristiano», es de valor fundamental revisar por qué este caminar cristiano es tan glorioso.

El autor de esta epístola tenía presente en su corazón la nostalgia de los judíos que habían abandonado la gloria del judaísmo: el templo, al que visitantes de todas partes de la tierra concurrían buscando a Dios; los sacerdotes vistiendo espléndidos ropajes que impresionaban a los espectadores; las valiosas oportunidades de intercambio comercial en esos encuentros religiosos, y el peso de una tradición histórica hacía sentirse seguros a los profesantes de esta fe.

¿Qué ofrecía el cristianismo en cambio? Las palabras destacadas en los textos citados, revelan la superioridad de la fe en Jesucristo por sobre la gloria del culto judío.

La palabra «mejor» es la clave de los libros de sabiduría

El autor de la epístola a los Hebreos, inspirado por el Espíritu Santo, usa la misma clave que tienen los así llamados libros de «sabiduría» o libros sapienciales: Job, Salmos, Proverbios, Cantar de los Cantares y Eclesiastés. La clave que caracteriza a estos libros es la palabra «mejor». En ellos, a través de comparaciones de un concepto con otro, se establece lo que es mejor; entonces esta fórmula ayuda a esclarecer la decisión de una persona frente a una determinada situación, pues le ayudará escoger lo más sabio.

La vida nos impone la inevitable necesidad de tomar las mejores decisiones. Para eso necesitamos valernos de la sabiduría; de lo contrario, se tomará por el camino de los necios. En este sentido, como nadie quiere ser necio, buscará la ayuda de la sabiduría práctica, a fin de construir su existencia con los mejores valores.

Este pensamiento estaba también en el apóstol Pablo cuando escribió la epístola a los Filipenses, siguiendo el patrón marcado por Qohelet (Eclesiastés): «¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?» (Ec. 1:3). La vida se plantea en términos comerciales: ¿Qué ganancia hay en hacer tal o cual cosa? Pablo dice: «Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia de Cristo Jesús, mi Señor, por amor al cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura para ganar a Cristo» (Fil. 3:7-8). Aquí tenemos una transacción de valores donde se pierde y a la vez se gana. Lo que antes se consideraba ganancia, ahora se tira, se desecha, para obtener lo que es mucho mejor.

Para Pablo, en su experiencia pasada, como judío, construir su vida sobre la base de los valores del judaísmo, había sido la mejor inversión. Él era ciudadano romano, lo que implica que era de familia acomodada, pues ese título se obtenía por dinero. Siendo judío, tomó por el camino más alto: ser rabino. La carrera del rabino era cara y muy difícil; había mucho que estudiar. No obstante, una vez graduados, eran las personas más respetadas y con mayor status socio-económico entre los judíos.

Pablo había confiado en construir su vida en lo que en aquella época se consideraba lo más valioso: «…circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es por la ley, irreprensible». Pero él había llegado a un punto crucial en su vida, cerca del fin de aquella su carrera: Cristo le salió al encuentro, y él pudo darse cuenta que todo aquello tan valioso con lo que había construido su vida, ahora, al compararlo con Cristo, era todo pérdida. Lo que antes era su gloria, al lado de Cristo, era menos que basura; por lo que prefiere, aun al costo de perderlo todo, obtener aquello que es más excelente.

Entre lo bueno y lo malo, escogemos lo bueno; entre lo bueno y lo mejor, escogemos lo que es mejor, y entre lo mejor y lo excelente, nos quedamos con lo más excelente. Sin duda alguna, puesto que el camino más excelente es Cristo, el caminar del cristiano es glorioso, porque Cristo –quien es el camino del cristiano– es glorioso, y eso no depende de pasarlo bien en este mundo, ni aun de dejar de sufrir, sino que es inevitable que al seguir aquello que es el bien supremo, habrá que dejar atrás todo lo que estorba e impide el goce del bien supremo.

La gloria del caminar cristiano vs. la gloria del caminar judaico

En la epístola a los Hebreos se sigue el mismo patrón de los libros sapienciales, los cuales habían marcado profundamente la mentalidad judía, como observamos en el mismo apóstol Pablo. Siendo que esta carta va dirigida a los hebreos, y considerando que su conversión a Cristo les había llevado a dejar atrás la gloria de su religión, era muy probable que muchos de ellos, al ver que el cambio no les había favorecido en términos materiales ni sociales –pues los convertidos de entre los sacerdotes no se atrevían a expresar públicamente su fe por temor a ser expulsados; muchos habían perdido a sus familiares, perdían clientes en sus negocios y así muchas cosas estaban presionando en contra de la nueva fe que habían recibido–; era necesario, entonces, presentarles una contundente comparación entre los valores que habían dejado y lo que ahora estaban apreciando, con el fin de hacer más firme la decisión que habían tomado por el bien más excelente.

1) Cristo, superior a los ángeles

En el orden de las criaturas, los ángeles tenían la dignidad de ser superiores al resto de los seres creados. La mentalidad judía no podía concebir que Jesús el Cristo estuviese a la altura de la dignidad de Dios. Ellos habían creído en Cristo como un hombre superior que había agradado a Dios, avanzando desde su humanidad hacia la semejanza con la divinidad; había partido desde abajo hacia arriba llegando a obtener la complacencia divina. Esto era lo que planteaba la herejía conocida como el Ebionismo, que fue el ala izquierda de las controversias cristológicas de los primeros siglos.

El ala derecha fue el Docetismo. Esta herejía, al contrario del ebionismo, exaltaba la divinidad de Cristo en desmedro de su humanidad, presentando a Cristo como venido del cielo, con apariencia de humanidad. Esta línea tiene su origen en la cultura helénica.

Los judeo-cristianos creían en Cristo como el Redentor, enviado de Dios. Al ubicarlo en la escala de las criaturas, por ser hombre, ellos lo veían menor que los ángeles y superior al común de los hombres. Entonces serán persuadidos a ver y valorar a Cristo como superior a los ángeles: Puesto que Cristo es la imagen del Dios invisible, copartícipe en la creación del universo y constituido por Dios como heredero de todo, Cristo es el resplandor de la gloria de Dios y su imagen misma y después de haber purificado los pecados mediante la redención, lo cual hizo en su encarnación, se ha sentado a la diestra de la majestad en las alturas, esto es, en su exaltación como el Cristo resucitado. Cristo está por sobre los ángeles y, por lo tanto, es Dios, porque solo Dios está por sobre todo lo creado.

Los ángeles fueron mandados por Dios a adorar al Señor Jesucristo; de modo que los judeo-cristianos no pueden menos que hacer lo mismo que hacen los ángeles: adorar a Jesucristo.

2) Cristo, el más feliz de todos

«…te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros» (1:9). La felicidad está determinada por lo que la persona es y por la misión que tiene; el gozo aumenta cuando la misión es cumplida. Esto fue lo que aconteció con Jesús. Su gozo supera al de todos sus compañeros, tomando como compañeros a los redimidos de Jesús, los cuales, en la escala de la creación, están destinados a compartir la vida, la imagen, la gloria y el reino de Dios.

Esta posición no la tienen los ángeles, pues no se puede decir que los ángeles sean compañeros de Jesús, pero sí los hombres redimidos, pues Jesús siendo Dios con Dios, tendrá un cuerpo y una naturaleza humana glorificada por toda la eternidad. Los redimidos eran el gozo del Señor, puesto delante de él, por lo que sufrió la muerte de cruz y toda la ignominia, porque allí delante estaban sus compañeros, los hombres que por su redención, una vez salvos, estaban destinados a compartir con él la herencia de Dios.

El camino del cristiano es glorioso, porque está en el camino de Aquel que es el más feliz de todos los seres humanos que ha existido. La vida más completa, más plena, de mayor satisfacción, es la vida que Cristo trajo desde el cielo y la exhibió ante sus discípulos: Jamás hubo hombre como él.

La iglesia, compañía de Jesucristo, ha exaltado este testimonio por más de dos milenios. Nunca nadie ha recibido tanto reconocimiento. Las mentes más agudas se le han rendido, los poemas más hermosos y melodías más bellas se han compuesto en su honor. A ningún hombre se le adora, mas a Cristo sí, porque él es cien por ciento Dios y cien por ciento hombre; perfecto Dios y perfecto hombre. Las bibliotecas están llenas de libros sobre su persona y su gloria; volúmenes y volúmenes de comentarios se han hecho a sus enseñanzas. Reuniones por toda la faz de la tierra se celebran en su nombre cada día. La coronación que recibió en los cielos por su gestión salvadora y triunfante invicto, le coloca en el sitial más alto del universo: sentado a la diestra de Dios.

3) Aunque fue hecho un poco menor que los ángeles, todo fue sujeto bajo sus pies

Los hombres, en el presente, se ven opacos al lado de los ángeles a causa de la caída; pero el hombre al que se hace referencia en 2:6-8, es el hombre que Dios diseñó desde la eternidad. Ese hombre es el mismo del salmo 8. No se menciona la caída del hombre en ese salmo, y es porque ese hombre es la obra maestra de Dios. Ese hombre fue hecho figura de aquel que se iba a encarnar, figura del postrer Adán que tomaría nuestra naturaleza en su venida. Por esto es que Cristo es vicario de Dios ante los hombres y vicario de los hombres ante Dios.

Cristo es el representante del hombre genérico, y la posición de este hombre es que «todo fue sujeto bajo sus pies». Todo es todo; incluyendo a los ángeles. «Todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas» (2:8). Esto es porque «Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él porque le veremos tal como él es» (1ª Jn. 3:2).

Sí, vivimos entre el «ya» y el «todavía», entre la fe y la esperanza, entre lo que ya somos y lo que seremos; pero, porque Cristo está sentado a la diestra de Dios y ya venció al pecado, la muerte, el diablo, el mundo y la carne, es seguro que nosotros estaremos donde él está; pues la victoria de Cristo es un hecho consumado.

De modo que, aunque en el presente parecemos inferiores a los ángeles, estamos destinados a compartir la gloria, la vida, el reino y la imagen de Dios, «cosas en las cuales, anhelan mirar los ángeles» (1ª Ped. 1:12).

4) Cristo, superior a Moisés

Para los hebreos, no había hombre superior a Moisés, pues por medio de él Dios entregó sus leyes. El testimonio que se registra de Moisés es que «fue fiel en toda la casa» de Dios (cuya casa fue Israel). «Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo» (3:2-3). Moisés sirvió en la casa que era de Cristo.

5) El sacerdocio de Cristo es superior al de los hebreos

Cristo «fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec» (5:10). Este es un sacerdocio eterno y no como el de los hebreos que, a causa de la muerte, debían sucederse en el sacerdocio. El sacerdocio hebreo era simbólico, el de Cristo es el real. «Si, pues, la perfección fuera por el sacerdocio levítico (porque bajo él recibió el pueblo la ley), ¿qué necesidad habría aún de que se levantase otro sacerdote, según el orden de Melquisedec; y que no fuese llamado según el orden de Aarón?» (7:11).

6) El tabernáculo donde Cristo ministra es verdadero y celestial, el de los hebreos es figura del celestial

«…tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre» (8:1-2). Todo el culto hebreo es una figura del culto que se manifestó cuando Cristo reveló a Dios. El Padre buscaba adoradores que le adoraran en Espíritu y en verdad. El templo es sólo una figura didáctica para mostrar el deseo de Dios de morar en medio de su pueblo; pero ni el templo ni el universo mismo pueden contener a Dios; no obstante, él se complace en el lugar de su reposo, su casa, la cual casa somos nosotros los cristianos.

7) Mejor ministerio, mejor pacto, mejores promesas

Es contundente el hecho de que en un solo texto se destaquen tres asuntos que demuestran la superioridad de Cristo en relación con el culto hebreo.

Los hebreos se jactaban de que de ellos era el culto, los pactos y las promesas. No sabían que lo de ellos era una asignación temporal, pues todo aquello apuntaba a un mejor ministerio, un mejor pacto con mejores promesas. ¡Qué referencias más contundentes se ofrecen a la reflexión de la mentalidad de los judeo-cristianos!

Hoy día, hay grupos de judíos mesiánicos que llaman a celebrar las siete fiestas judías. Ellos no han comprendido que todo eso ya está cumplido en Cristo y con mejores efectos. Cristo es nuestra Pascua, nuestro pan ácimo, nuestra primicia, el pentecostés, las trompetas, el Yom kippur y los tabernáculos. Si alguien quiere celebrar esas fiestas a la manera judía, es que no ha conocido a Cristo y su ministerio.

La intención del Espíritu Santo no es atacar la fe judía, pues ese culto fue dado por Dios. No obstante, hay que discernir por qué y para qué fue dado ese culto. Fue para mostrar de manera didáctica la gloria que sería manifestada en el Mesías.

8) El sacrificio de Cristo hizo cesar el sacrificio de animales

«Cristo habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios… porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (10:12, 14).

Cada año, en los tiempos de Jesús, en el día de la pascua, se sacrificaban 256.000 corderos, según dato del historiador Flavio Josefo. Cristo, el verdadero Cordero de Dios, con un solo sacrificio, efectuó la redención. Los animales eran símbolos, pero venido lo perfecto, lo que era simbólico desapareció con sacrificios, templo y sacerdocio.

Sin duda, las palabras de esta epístola fueron de gran ayuda para los primeros cristianos que habían abandonado toda la gloria del culto hebreo para seguir el camino más glorioso.