Hay dos ambientes donde la cruz de Cristo es más que una doctrina: uno es el matrimonio y el otro es la iglesia. Naturalmente, es mucho más fácil aceptar que la cruz esté presente en la iglesia; pero en el matrimonio, ¿cómo?

¿Qué significa la cruz? El significado de la cruz está muy bien reflejado en las palabras del Señor en Getsemaní. Él vivió allí la cruz aún antes de ir a la cruz física: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Luc. 22:42). La cruz es negarse a sí mismo para que se haga la voluntad de Dios. Y, en un sentido más general, la cruz es negarse a sí mismo por el bien del otro.

En el momento mismo del acto del matrimonio, cada cónyuge recibe en su corazón a la otra persona, para venir a ser uno solo con ella. Hasta ahora él (o ella) estaba acostumbrado a pensar en sí mismo, a decidir en singular, y a buscar el bien propio. Pero ahora todo se muda, todo debe ser pensado y decidido en plural, pero en unidad, por causa de que los dos son ahora la unidad.

Este es el primer paso en el camino de la cruz. Luego vendrán otros muchos, en cada momento del vivir cotidiano. Todo, en un matrimonio normal, está marcado por la cruz. Por eso Pablo, en 1 Corintios 7, admite que el casado tiene una realidad muy diferente de la del soltero. Mientras el soltero tiene cuidado de las cosas del Señor, de cómo agradarle, el casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer. Pablo lo admite, no lo reconviene.

Es precisamente por eso que Pablo en ese capítulo presenta el celibato –su propia realidad– como la mejor opción para servir al Señor. Por eso aconseja a las viudas que se queden solas, porque así serán más dichosas. Tendrán más libertad para servir al Señor, y su carga será menos pesada. ¿Por qué más dichosas? Porque el matrimonio es una restricción de sí mismo en bien del otro, es un ejercicio permanente del operar de la cruz de Cristo.

Esto es también aplicable a la situación de un matrimonio entre creyente e incrédulo. El creyente debe negarse a sí mismo, en pro de la salvación del otro. A veces deberá soportar dolores y tribulaciones, aceptar injusticias y callar en la espera de la vindicación del Señor. Todo eso es también una expresión de la cruz de Cristo.

Sin embargo, Pablo va aún más allá, hasta llegar al ámbito de la vida íntima, de la vida sexual. Y entonces establece que cada cónyuge mire el bien del otro y no el suyo propio. No la gratificación personal, sino la del otro.

Cuando los judíos escucharon del Señor las condiciones del matrimonio cristiano, dijeron: «Si es así la condición del hombre con la mujer, no conviene casarse» (Mat. 19:10). Por supuesto, para ellos significaba un retroceso en sus derechos. Moisés les había permitido el repudio, y el Señor rechaza esa posibilidad. Y con esto, el Señor establece que el matrimonio sea una instancia donde la cruz opere en forma profunda y eficaz.

Como resultado de esta operación, los cónyuges irán siendo transformados en la semejanza de Cristo. Sus almas, antes ensimismadas y egocéntricas, comenzarán a vivir, en la realidad práctica, la generosidad y el amor de Cristo.

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