– Juan 6:60-69.

Luego que el Señor recrimina a sus discípulos porque le seguían interesados solo en el pan material, muchos de ellos hallaron dura su palabra, y se volvieron atrás. Él entonces les dijo: «El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida».

Los hombres acostumbran seguir a aquellos que dicen cosas bonitas. Los maestros, escritores, poetas, los grandes predicadores, tienen muchos seguidores. Pero los más de ellos se caracterizan por un discurso fácil de oír, agradable, emotivo. Sin embargo, esas palabras no tienen vida. Los verdaderos discípulos de Cristo deben saber diferenciar entre los cantos de sirenas –que proceden de un alma muy refinada– y las palabras de vida de nuestro Señor.

Muchos libros se escriben hoy por hombres que dicen cosas muy atinadas, mucha metáfora, idealismo, espiritualismo y cosas parecidas a las palabras de vida del Señor. Suenan muy bien a los oídos incautos. Pero, ¿cuál es su fuente, su origen? ¿Hay detrás de esas palabras uno que conoce a Cristo y la cruz de Cristo? ¿Hay un corazón regenerado, un hombre que teme a Dios? ¿O se trata simplemente de un filósofo del alma, un ideólogo nuevaerista?

Ay, cuánto vano alimento es usado para alimentar a la grey de Dios. Son mera palabrería, pero no la palabra viva de Dios, que sacia y nutre. Cuando el Señor les dice a sus discípulos: «¿Queréis acaso iros también vosotros?», Pedro le contesta: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Esta respuesta es la única posible para un verdadero discípulo. Decirla, significa reconocer que, por más que a veces parezcan duras, las palabras de nuestro Señor son confiables, sanas, y suficientes.

«¿A quién iremos?». Esta pregunta lleva implícita su respuesta. No hay nadie más a quien podamos ir en busca de palabras de vida eterna. No solo hay que valorar las «sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tim. 6:3), sino que hay que nutrirse de ellas (1 Tim. 4:6). Es preciso que la palabra de Dios «more en abundancia» en nosotros (Col. 3:16), ella irá renovando nuestra manera de pensar, conformando nuestros pensamientos y llenándolos de fe.

Un cristiano debilucho será fácilmente influenciado por el mundo y vencido, pero un cristiano nutrido de las palabras de Cristo, está fortalecido para enfrentar toda circunstancia. No el pan material, sino el espiritual – Cristo; no las palabras carnales adornadas con sabiduría humana, sino la palabra del Señor, suficiente y segura.

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