Algunas consideraciones bíblicas respecto de nuestro papel en el cosmos.

En las primeras décadas del siglo XIX, a medida que aumentaba la evidencia de que el cosmos no se puede medir, se hizo popular una idea llamada «la objeción astronómica», la cual desafió a los creyentes con esta pregunta: ¿Cómo pueden los cristianos afirmar que la humanidad tiene una significación especial cuando apenas somos algo más que un grano de arena en una especie de Sahara cósmico?

Thomas Chalmers, un eminente teólogo escocés del siglo XIX, también era un matemático de primera que entendía las teorías científicas que se proponían entonces. Consciente de que los incrédulos veían «la objeción astronómica» como un argumento aplastante contra la credibilidad de la fe cristiana, la confrontó. En 1816 dio una serie de charlas que se publicaron con el título Astronomical Discourses (Discursos astronómicos), en las cuales refutó la «objeción astronómica” afirmando que las creencias sobre el origen divino y la autoridad de la Biblia no serían amenazadas incluso si se encontrara vida inteligente en algún lugar que no fuera la Tierra:

«El mundo en que vivimos es una bola de determinada magnitud y ocupa su propio lugar en el firmamento. Pero cuando exploramos otros trechos en ese espacio, que nos rodea por todas partes, nos movemos con otras bolas de igual o superior magnitud, y desde las cuales nuestra Tierra, o bien sería invisible, o parecería tan pequeña como cualquiera de esas estrellas centelleantes que se ven en el cielo. Entonces, ¿por qué suponer que este punto, pequeño al menos en la inmensidad que lo rodea, debe ser la morada exclusiva de vida e inteligencia? ¿Qué razón hay para pensar que esos globos más poderosos que existen en otras partes de la creación, y que según hemos descubierto son mundos en magnitud, no son también mundos en uso y dignidad? ¿Por qué debemos pensar que el gran Arquitecto de la naturaleza, supremo en sabiduría y poder, haría que existieran esas majestuosas mansiones para luego dejarlas inhabitadas?».

Aun si Chalmers estuviera equivocado en sus especulaciones respecto a la vida en otros planetas, su argumento demuestra que una persona que cree en la Biblia no tiene que sentirse aprensiva ante esa posibilidad.

No obstante, debemos tener en cuenta que todavía no se ha hallado evidencia que la apoye.

Razones bíblicas para ser escépticos

Es importante que corrijamos algunas de las ideas excesivamente desinfor-madas que prevalecen sobre la perspectiva bíblica del universo físico. En lugar de ser, o bien antropocéntrica (centrada en el hombre), o geocéntrica (centrada en la Tierra) en su perspectiva, la Biblia expone un punto de vista que está más allá de la realidad creada. No afirma que los humanos sean los únicos seres inteligentes y las únicas personas en todo el espacio. Por el contrario, las Escrituras afirman que hay vastas multitudes de seres no humanos, inteligentes y personales, que habitan regiones que escapan la detección de nuestros telescopios y microscopios. Esos seres, que no tienen cuerpos materiales, son ángeles y demonios, grandes jerarquías de espíritus buenos y malos. Aunque la Biblia nos dice poco de ellos, sí dice que esas criaturas, sin excepción, están vitalmente preocupadas por el «insignificante» planeta en el que vivimos. De hecho, cuando estudiamos lo que dicen las Escrituras sobre la relación de nuestro planeta con el cosmos y estos espíritus, surgen tres verdades fascinantes: La Tierra es (1) el teatro del universo; (2) el campo de batalla del universo; y (3) la escuela del universo.

La Tierra es el teatro del universo

Primero, este insignificante planeta es el teatro del universo. Los ángeles y los demonios observan por igual con fascinación las cosas que ocurren aquí, no los acontecimientos que estremecen al mundo y que proporcionan material para los historiadores, sino las cosas que pertenecen a la obra de la salvación divina. Los demonios esperan que se frustren los propósitos redentores de Dios; los ángeles esperan que esos propósitos se cumplan gloriosamente.

¿Le suena todo esto fantástico o le parece increíble?

Considere 1 Pedro 1:12. “A éstos (a los profetas) se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas … cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles”.

Nótese las palabras «cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” y compárese con 1 Cor. 4:9. “Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como … a sentenciados a muerte: pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”.

Los ángeles, pues, están absortos en este espectáculo de la redención. En resumen, estos pasajes declaran que nuestra Tierra es objeto de interés de una hueste de seres invisibles. Por tanto, nuestra Tierra es el teatro mismo del universo donde se escenifica el drama de la redención ante un vasto auditorio.

La Tierra es el campo de batalla del universo

Segundo, este insignificante planeta es el campo de batalla del universo. Huestes de seres espirituales, criaturas malvadas que son inteligentes y personales, se ponen en contra de Dios y de sus seres humanos redimidos intentando derrotar el amor y la misericordia divinos. El apóstol Pablo escribió: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12).

Estos seres malvados están bajo la guía y el poder de Satanás, líder maligno cuya mente, voluntad y corazón son totalmente corruptos. Estos demonios tratan de cegar a los humanos a la verdad. (2 Corintios 4:3-4). Además, como advirtiera Jesús, los demonios arrancan la semilla del evangelio mientras éste es proclamado, desviando la atención de los oyentes con vanidades seductoras de esta vida. (Lucas 8:12).

Por consiguiente, y por increíble que parezca, el destino del cosmos se está decidiendo aquí en la Tierra. Nuestro pequeño planeta es el campo de batalla entre el bien y el mal, entre el reino de la luz y el de las tinieblas.

La Tierra es la escuela del universo

Tercero, este insignificante planeta es la escuela del universo. Al observar las cosas que suceden a nivel humano, los ángeles y los demonios aprenden sobre la bondad, el poder y la gracia de Dios. ¿Parece esto demasiado fantástico? Si es así, considere Efesios 3: 10. “Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales”.

Nuestras mentes no pueden comprender el contenido de la inagotable sabiduría de Dios. No obstante, Pablo afirmó categóricamente que los seres no humanos están aprendiendo ahora lecciones esenciales sobre Dios mientras observan el drama de la redención que se escenifica en nuestra Tierra. Los ángeles, a medida que alcanzan nuevos niveles de entendimiento, son inspirados a un nuevo amor, una nueva adoración y una nueva obediencia. Hasta los demonios se dan cuenta de la verdad de la misericordia y el poder divinos, una realidad que reprimen ferozmente. Santiago hizo este enigmático comentario: «¡Los demonios creen y tiemblan!» (2:19). Pero un día de estos serán compelidos a confesar la verdad que ahora niegan (Filipenses 2:9-11).

Aunque nuestra Tierra es menos que una partícula de polvo en términos espaciales –como teatro, campo de batalla y escuela–, es el centro espiritual del cosmos.

Los efectos cósmicos de la cruz del Calvario

Suponga que existen otros mundos habitables. De ser así, puede que sean el hogar de seres no humanos inteligentes y personales. Podrían ser rebeldes contra Dios y por tanto, necesitar redención. Pero las Escrituras dicen claramente que no hay otra provisión, ni la habrá, que no sea Jesucristo (Juan 14:6; Hechos 4:12). Claro que no pertenecen a nuestra raza y por tanto, el Dios encarnado no murió –ni podría– morir por ellos como lo hizo por nosotros haciéndose como uno de nosotros por medio de su nacimiento virginal. No obstante, las influencias sanadoras, perdonadoras y salvadoras de la cruz del Calvario no se limitan a nuestra Tierra. ¡Todo lo contrario!

Según Pablo, Jesucristo es el Salvador cósmico cuya muerte irradia gracia, misericordia y amor a las partes remotas de la creación de Dios. “Y por medio de él (de Cristo) reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20).

Las implicaciones de esta afirmación son asombrosas, pero su significado central es claro: los seres extraterrestres, criaturas que no son humanas, de alguna manera se benefician del sacrificio de nuestro Señor. ¿No podríamos, entonces, usar este texto como trampolín para una osada cruzada de especulación santificada? Tal vez el mensaje del amor expiatorio de Dios de alguna manera sea comunicado a otros seres en el cosmos, siempre y cuando existan, y existan en un estado de pecado.

Puede que la maravilla de la compasión divina revelada mediante la cruz capture sus mentes y corazones de tal manera que los lleve a confiar en Dios, obedecerle y servirle en gratitud.

Claro que todo esto es conjetura. Pero es una conjetura maravillosa. Si quiere divertirse aún, más al dejar que la imaginación que Dios le dio viaje dentro de los límites de la verdad bíblica, lea la trilogía de ciencia ficción de C.S. Lewis. En sus obras Out of the Silent Planet [Fuera del planeta silente], Perelandra [Perelandra] y That Hideous Strength [Esa espantosa fortaleza], Lewis considera algunas implicaciones teológicas, espirituales y sociológicas de largo alcance de las civilizaciones extraterrestres. Aunque estos libros fueron escritos hace mas de 50 años, sus implicaciones tal vez sean aún más significativas hoy.

Por tanto, si alguna vez se descubren en el cosmos seres que de alguna manera se parezcan a nosotros, no tendremos que abandonar nuestra fe bíblica. Incluso si esta noche aterrizara en este planeta un visitante del espacio exterior, podríamos seguir aferrándonos a las Escrituras como la verdad de Dios. Podemos acomodar en nuestra perspectiva mundial la existencia de seres no divinos que no sean humanos. No hay nada en las Escrituras que diga que esta conjetura es imposible; por el contrario, la enseñanza bíblica permite esta clase de especulación reverente.

Vernon Grounds
Extractado de: ¿Somos los únicos en el Cosmos?, RBC Ministries.
(Usado con permiso).