¿Y dónde están, Señor, los niños,
los que tu nombre confesaron?
¿Gustaron de tu amor un tiempo
y se enredaron en afanes,
o locamente confundidos
no estiman ser llamados hijos?

Se manifiestan quejumbrosos,
con una inmadurez tan propia
del que se pasma y nunca crece,
y desprendidos de la rama
no alcanzan nunca a esa estatura
que está completa sólo en Cristo.

Si todavía hay rudimento,
si no hay la plenitud de Cristo;
si es necesario todavía
el «biberón» de la nodriza,
entonces, sí, se hace notoria
la niñería en un creyente.

Mas tú, bendito hermano en Cristo,
la inmadurez se te quebrante
y arriésgate a cruzar con gozo
los ríos impetuosos de la vida.
¡Volver atrás de nada sirve:
crecer en Cristo es lo valioso!