Revisando las Escrituras en medio de la alarma mundial por la propagación del Covid-19.

Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono; y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén. Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” .

– Apocalipsis 1:4-8.

Aquel que nos habla

Este pasaje de la Escritura, de alguna forma, está direccionado a socorrernos en el Señor para saber dónde debemos tener nuestro foco. Es bueno que podamos fijar la vista en aquel que nos habla. Y quien nos habla no es cualquier persona, sino “el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”. Esto nos conviene en un momento de mucha confusión, en el cual muchos temores surgen en los corazones.

Queremos elevarnos sobre el acontecimiento inmediato y fijar los ojos en el Todopoderoso. Él es soberano; no hay nada que escape a su control ni a su gobierno. Eso es algo que debemos tener muy claro. Nos hace bien cuando el Rey nos habla. Aunque no vemos que todas las cosas le sean sujetas, sin embargo le vemos coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte. Efectivamente, él nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su sangre. ¡Gloria al Señor!

El solo hecho de oír y de ver al Señor de esta forma va trayendo tranquilidad y gozo a los corazones. Si consideramos, además, que ni un pajarillo cae a tierra sin el conocimiento del Padre, y que “aun nuestros cabellos están contados”, tenemos que ver que el Señor nos considera, nos conoce a cada uno en particular, y nos ama.

Ninguno de nosotros está aquí por mérito propio. Si estamos creyendo, ha sido por su gracia, porque él fijó sus ojos en cada uno de nosotros en algún momento y nosotros pudimos, por su misericordia, responder con la fe que él mismo nos dio, y hoy somos hijos de Dios. Es el Señor quien nos habla, y es bueno poner atención a lo que él dice, porque esto es lo único que nos podrá conducir en cualquier tiempo y ante cualquier circunstancia.

Una amenaza real

Los acontecimientos actuales, con la propagación mundial del virus Covid-19, son hechos que históricamente nunca se habían vivido como ahora. Este virus se propaga y contamina con mucha rapidez. Y por otro lado, a causa de las posibilidades que tenemos hoy de conectarnos con todo el mundo, podemos ir siguiendo su evolución día a día.

No es lo más conveniente estar pendiente hora a hora de las noticias, pero es algo que todo el mundo está viendo, y es algo por lo cual todo el mundo está asustado. Esto podría confundir a los hijos de Dios, y generar temor, pero lo que nos interesa es saber qué es lo que tiene que decirnos el Señor en relación con estos acontecimientos.

Días de prueba y de juicio

En la comprensión que se nos ha concedido, podemos ver que todo cuanto está sucediendo tiene un doble propósito de parte de Dios. Por una parte, es un juicio para el mundo, y por otra parte, una prueba para cada uno de nosotros en particular y para la iglesia corporativamente hablando.

Alguien podría cuestionar cómo un Dios de amor permite todas estas cosas. En realidad, Dios es santo, no podemos olvidar esto. Pero, en último término, sus juicios también son un acto de misericordia.

La vida humana no es solo la existencia terrenal. Este tránsito es muy breve; pero lo que importa es lo que viene después – la eternidad. Y lo de la eternidad se define en el tiempo y en el espacio, hoy. Por tanto, si los hombres son remecidos para que puedan reaccionar, esto es una misericordia del Señor.

Necesitamos percibir cómo el Señor ve las cosas. Él llama a todos los hombres. “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32). Nosotros no debemos ser atraídos ni por hombres ni por doctrinas humanas; ni siquiera por un ministerio o un líder religioso. No. Nuestra atracción ha de ser Cristo, y solo Cristo. Por eso, nos interesa saber qué es lo que él piensa y qué es lo que él dice.

Es necesario que esto ocurra

“Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores” (Mat. 24:3-8).

En primer término, el Señor nos llama a mirar, a considerar. “Mirad que nadie os engañe”. Nosotros podríamos ser engañados, tanto en las cosas terrenales como en las espirituales. Pero si estamos con el Señor y si él está con nosotros y en nosotros, conduciéndonos, entonces no seremos engañados. En realidad, la única forma de no ser engañados es tener la vista fija en nuestro Señor y Salvador, aquel que intercede por cada uno de nosotros y por su iglesia, preparándola.

“No os turbéis”. Una de las características de esta turbación es el temor. Pero el Señor mismo nos dice que no nos turbemos, que no tengamos miedo, “porque es necesario que todo esto acontezca”. Entonces, si para él necesario, para nosotros también lo es. Muchas veces hemos orado: “¡Ven, Señor Jesús!”,  en la perspectiva de Apocalipsis. Pero ¿queremos que el Señor venga? Pues bien, si queremos que él venga, es evidente que todas estas cosas tienen que pasar con anterioridad.

Es el Señor miso quien nos dice que no temamos, pues él sabrá como ampararnos. Esto no significa que seremos inmunes a todo. Podríamos pensar que a nosotros no nos va a pasar nada. No es así. Lo que sí podemos decir con seguridad es que nuestra paz, nuestro consuelo y nuestro gozo están en aquel que nos amó y nos lavó con su sangre – Cristo. Si tenemos comunión real con él, entonces, sea que vivamos o sea que muramos, estamos en paz.

Desde la perspectiva de Dios, este tiempo que pasamos en la tierra es como un suspiro; mas el tiempo que pasaremos con el Señor en la eternidad es algo precioso. Así podemos ir apartando nuestra vista de lo terrenal y poder elevarla a los lugares celestiales donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.

“Mirad que nadie os engañe”. Podríamos profundizar más en esto, pero en realidad basta con encomendarnos al Señor sinceramente, y él sabrá cómo guiarnos. No temamos, no nos turbemos, porque él está con nosotros. Es necesario que esto acontezca; nosotros no vamos a reclamar queriendo escapar pronto de esto, sino esperando a que el Señor cumpla el propósito por el cual lo envió.

Llamados a la intimidad familiar

Desde la perspectiva humana, cómo se haya generado esto, sea que este virus proviene de los animales, o haya sido creado en algún laboratorio, o sea producto de una guerra biológica, nos da lo mismo. Lo que importa es que el Señor lo permitió, dándonos un escenario nuevo para estar juntos en intimidad con la familia, delante del Señor, una oportunidad para ordenar el corazón, la familia y también la iglesia.

El Señor se está ocupando de nosotros. Tenemos que verlo como una obra de misericordia, porque este tiempo de estar en nuestros hogares con nuestra familia más directa, es algo que el Señor permite para tratar con nosotros. Es juicio para el mundo, pero para nosotros es una prueba.

El Señor quiere que estemos delante de él, para discernir lo que hay en nuestros corazones, ver las cosas que a él no le agradan, y poder juzgarlas, de tal forma que podamos salir de esta situación de manera distinta a cómo entramos, con algo más de Cristo, con vestiduras más blancas, con mayor madurez y preparación para esperar su venida. “Y todo esto será principio del dolores … pero aún no es el fin”.

Como en los días de Noé

“Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mat. 24:37-39).

Y Hebreos 11:7 dice: “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe”.

Todos conocemos la historia de Noé. Sabemos lo que Dios le habló, la reacción que Noé tuvo a la palabra del Señor y lo que ocurrió como resultado. Creemos que en esta hora, en cuanto a nosotros como pueblo de Dios, esta palabra tiene bastante que decirnos.

Necesitamos buscar al Señor pidiendo que él nos socorra, para que nuestra devoción a él sea más profunda y más fuerte, de tal manera de poder entender sus pensamientos, sus sentimientos, su voluntad. Necesitamos poder entender lo que él nos quiere decir; porque si no, seremos engañados, seremos confundidos y seremos turbados.

Aquí vemos, en primer término, que Noé fue advertido por Dios de cosas que aún no se veían. No podemos negar que, en estos últimos años, de distintas formas, por su palabra, el Señor nos ha estado advirtiendo acerca de esta hora que estamos viviendo. Hemos oído de la visión celestial, de poner la mirada en el Señor; se nos ha hablado del Evangelio y de volver al primer Amor, con mucho énfasis.

Preparando el arca

El Señor nos sigue hablando hoy, y cuando vemos que Noé fue advertido, podemos considerar como Noé, que nosotros también hemos sido advertidos y estamos siendo advertidos en este día, no solo de “cosas que aún no se veían”, porque algunas de ellas ya las estamos viviendo. Si volvemos la mirada un poco más atrás, estas cosas de hoy ni siquiera las pensábamos. Pero ¿cuál fue la reacción de Noé?

“…con temor preparó el arca en que su casa se salvase”. Con temor, es decir, que al oír la palabra del Señor, su intención, su voluntad, su pensamiento, debiera sobrecogernos un santo temor, para aprovechar este tiempo que él nos da, para preparar, por decir así, “el arca”.

Sabemos que el arca es Cristo, nuestro Salvador, pero en figura, preparar el arca también significa examinar nuestros corazones ante el Señor, ver con honestidad en qué hemos estado fallando. Nosotros somos conocidos por él. En una reunión podemos tener apariencia piadosa, pero en la intimidad del hogar no hay nada oculto; nuestras mujeres e hijos ven lo que en realidad somos, y no podemos engañarlos.

El Señor nos conoce, y esto nos sorprende grandemente: sabiendo él que en nosotros no mora el bien, su Palabra dice que nos amó desde antes de la fundación del mundo. Así que, hermanos, si estamos aquí, oyéndole, es porque Dios nos amó y por ello nos dio a su Hijo, quien nos compró con su sangre, como leíamos al principio.

Ninguno de nosotros está aquí por mérito propio, sino solo por la misericordia de nuestro Dios y por la obra del Señor Jesucristo, nuestro Señor y nuestra cabeza. Entonces, podemos confiar que, si nos acercamos a él sinceramente, él podrá ayudarnos, sea en la consagración, en la devoción, en poder descubrir y juzgar aquello que no está bien en nuestro corazón, en tener la sensibilidad de entender las cosas como él las ve, como él las siente y como él las quiere.

Todo esto constituye una capacitación para llegar al tribunal de Cristo con vestiduras hermosas. Él quiere que estemos en comunión permanente, que podamos conocerle y podamos ser sus amigos, como María, como Marta, como Lázaro. Él busca un lugar, en cada uno de nosotros y en la iglesia, donde él pueda hablar y ser oído, ser considerado, ser amado, en nuestros corazones.

¿Nos cuesta percibir esto? Sí, tenemos que ser sinceros. Nos cuesta apartar tiempo para la palabra y para la oración; a veces es más fácil ver un programa de televisión. Que el Señor nos socorra, porque en estos días que son “principio de dolores”, necesitamos estar muy afinados con él, conocerle de corazón.

La salvación de la casa

“Por la fe Noé … preparó el arca en que su casa se salvase”. Nuestra casa es lo más íntimo, en donde nosotros estamos hoy: nuestra mujer, nuestros hijos, nuestra familia, y también la iglesia, el cuerpo de Cristo. El Señor, en su misericordia, está preparando su casa. Esto puede parecernos terrible, ya que nos obliga a estar encerrados; pero él sabe cómo hacer las cosas. Inclinémonos, pues, ante su poderosa mano, para que él levante nuestras cabezas cuando sea tiempo (1 Pedro 5:6).

¿Se salvó la casa de Noé? Sí. ¿Él se volvió al Señor de corazón? Sí. ¿Obedeció la palabra del Señor? Sí. Y finalmente aunque parece terrible, “por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe”. ¡Así también nosotros ya tenemos esa justicia, por la misericordia del Señor!

“Por esa fe condenó al mundo”. Hoy existen dos escenarios sobre la Tierra: el mundo y la iglesia; el mundo y nosotros. Dice la Palabra que esto es a causa de nuestra devoción por el Señor, pero no es nuestra la gloria por ello, sino del Señor. Somos siervos inútiles, pues solo hicimos lo que había que hacer. Pero, sea como sea, el mundo es condenado por la actitud de los creyentes.

Aún es tiempo de salvación

Sin embargo, el juicio para el mundo también tiene un propósito, pues, a través del dolor, el Señor llama a todos hacia sí mismo. Hemos visto cómo muchas personas se han acercado a él. Es verdad que cuando vengan las plagas mayores, la Escritura dice que el mundo no se arrepentirá, sino que blasfemará contra Aquel que tiene poder sobre todas estas cosas. Pero hoy no es ese día: aún hay almas que tienen que ser rescatadas. ¿Estamos preparados para ir a buscarlas?

El Señor nos está preparando a nosotros y, por otra parte, él está juzgando al mundo que se apartó de él. Sabemos del posmodernismo, de cómo el mundo ha dejado a Dios fuera de sus planes. Es propio que Él se levante y juzgue, pero su juicio tiene también como propósito atraer a todos a Sí. ¡Bendito es el Señor!

Que nosotros podamos ser instrumentos en las manos del Señor para salvar a otros. Para eso, tenemos que estar llenos del Señor, entendiendo cómo él piensa y cómo él siente.

El Señor nos siga socorriendo. Amén.

Síntesis de un mensaje impartido a la iglesia en Temuco (Chile), en marzo de 2020.