De todos los escritores del Nuevo Testamento, Marcos es, sin duda, el que tiene un perfil más bajo. No fue un apóstol, ni un ministro de la Palabra. No fue un anciano, ni un diácono. Aún más, en su breve hoja de vida hay incluso un par de desaciertos más o menos graves, que motivaron a un escritor eclesiástico del siglo III a ponerle el vergonzoso apodo de «el hombre del dedo mutilado». ¿Cómo es que Dios lo usó, entonces, para escribir uno de los cuatro evangelios?

Marcos era hijo de una familia acomodada en Jerusalén; según muchos, de aquella familia que facilitó el aposento alto para la última cena del Señor, y para la espera de Pentecostés, pocos días después. Según otros, él fue un testigo oculto de aquella última cena y de la agonía del Señor en Getsemaní. Él habría sido aquel joven anónimo que, dejando su sábana, huyó desnudo.

Seguramente Marcos se maravilló oyendo primeramente al Señor, y después, viendo cómo los apóstoles hacían la obra de Dios. Muchos sueños de juventud debieron forjarse allí, junto a aquellos hombres.

Muy pronto, Marcos halló la ocasión de hacerlo. Cuando Pablo y Silas van de Antioquía a Jerusalén para llevar un donativo, Marcos se ofrece como compañero, y se une a la comitiva. Luego, sale con Pablo y Bernabé a la obra en condición de «ayudante». Sus anhelos de joven se ven cumplidos. Sin embargo, apenas había comenzado la gira, Marcos deserta y regresa a Jerusalén, probablemente –como dice Crisóstomo– buscando el refugio de su madre. Algunos piensan que una enfermedad de Pablo habría desanimado a Marcos.

La Biblia guarda silencio sobre él, hasta que vuelve a ser mencionado en la discordia entre Pablo y Bernabé. Éste quería llevarlo de nuevo a la obra, pero Pablo se opuso porque «no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado… y no había ido con ellos a la obra». Pablo y Bernabé se separan por causa de Marcos. ¡Cuántos fracasos acumula el joven, cuántas lágrimas!

Entre los romanos, existía la costumbre que, cuando alguien no quería enrolarse en el ejército, para evitar así ir a la guerra, se cortaba un dedo. Teniendo ese defecto, era desechado. Ahora bien, ¿era Marcos esa clase de persona, un desertor, como sugiere aquel escritor? Alguien podría decir que lo era, y doblemente, pues la huida del Getsemaní también podía imputársele como tal.

Ahora bien, ¿hay un propósito de Dios detrás de la elección de Marcos para la redacción del segundo evangelio? El evangelio de Marcos muestra al Señor Jesús como siervo, según el símil del becerro (Ap. 4:7). Todo en este evangelio es concordante con tal propósito. El lenguaje es sencillo, el relato escueto. No hay una genealogía de Jesús al principio, lo cual es coherente con su condición de siervo. El perfil de Jesús muestra muchos rasgos humanos, algunos muy delicados y tiernos, que los otros evangelistas omiten.

¿Y el escritor? Para completar este cuadro, el escritor debía ser el más común, uno que hubiese experimentado en carne propia la más triste condición humana. Debía ser, entonces, un hombre que tuviera «el dedo mutilado», para que todos los demás Marcos que habrían de existir supieran que, en Dios, siempre hay esperanza, y una nueva oportunidad.

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