La expresión práctica del reino de Dios en la vida de la iglesia.

Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”.

– Mat. 24:14.

La palabra «mundo» en este pasaje no es cosmos, sino la expresión griega que indica la tierra habitada. Así que podríamos leer así: «Y será predicado este evangelio del reino en toda la tierra habitada».

El evangelio tiene que llegar a las personas, así que donde haya personas viviendo en este planeta, allí es necesario predicarlo. Y dice: «…para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin». Esta es una interesante señal; el fin no puede venir sino hasta que el evangelio del reino haya sido predicado a todas las naciones. Por lo tanto se debe entender que, si el fin no ha llegado, es porque todavía falta predicar el evangelio del reino.

En el Nuevo Testamento, cuando se hace mención del evangelio, la mayoría de las veces solo se usa la expresión «el evangelio». Sin embargo, aunque con menor frecuencia, hay otras expresiones donde esta palabra va acompañada de un apellido, como «el evangelio de Jesucristo», «el evangelio de su Hijo», «el evangelio de Cristo». En estos casos, su contenido subraya aspectos particulares acerca de la persona de Cristo.

Así también «el evangelio de la gloria de Cristo», resalta de manera específica la gloria del Señor. Otra expresión es «el evangelio de Dios», la buena noticia de Dios, nuestro Padre; «el evangelio del Dios bendito», «el evangelio de la gracia de Dios», «el evangelio de la paz», «el evangelio eterno», son también hermosas expresiones. Y por último, agregamos «el evangelio del reino de Dios».

El testimonio de la iglesia

El tema del evangelio es inagotable. Y la expresión «el evangelio del reino de Dios» puede darnos una orientación clara respecto a qué le corresponde hacer a la iglesia frente a las contingencias que vivimos en nuestro entorno.

Sin duda, Dios se mueve en la historia, por lo menos en esta dispensación, en función de su iglesia. La iglesia es la amada del Señor y es él quien está edificando su iglesia; por lo tanto, creemos que todo aquello que Dios hace y aun permite en los movimientos de la historia está en función de la edificación de su iglesia.

Mateo 24:14 dice: «Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin». O sea, antes que venga el fin, Dios quiere a la iglesia como el testimonio de Cristo en medio de las naciones.

¿Será este un testimonio que tenemos que dar solo con palabras? No, Jesús era el testimonio de Dios el Padre entre los hombres, fiel representante del carácter, del poder, del amor, de la misericordia de Dios aquí en la tierra, al punto que él dijo: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14:9). ¿Cómo es el Padre? ¿Cuál es el carácter del Padre? Podemos decir: «Tal como es Cristo, así es el Padre».

La iglesia es el testimonio de Cristo en la tierra, porque Cristo ascendió al cielo y está sentado a la diestra del Padre, en tanto la iglesia quedó aquí como su testimonio. ¿Podremos decir con toda certeza que ella es el fiel reflejo del carácter de Cristo, del poder, de la gracia y de la autoridad de Cristo? Ahí está nuestro desafío.

No solo palabras

«Haced todo sin murmuraciones y contiendas» (Flp. 2:14). Aquí podemos ver cómo Pablo está apelando no solo a las palabras, sino también a la conducta. ¿Cuál es la conducta? Haced todo sin murmurar y sin pelear, «para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo».

El apóstol enfatiza la conducta; no solo son palabras. «Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras» (Rom. 15:18). Pablo solo quiere limitarse a testificar lo que Dios ha hecho por medio de él, pero ¿cómo lo ha hecho? Con la palabra y con las obras. Y agrega un tercer elemento en Romanos 15:19: «…con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios» – palabra, obras, señales, milagros y sanidades.

«…de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo». Todo ese campo de acción lo ha llenado el apóstol del evangelio de Cristo, con la palabra, con las obras y con señales y prodigios. Así que, cuando dice Mateo 24:14 que el evangelio tiene que ser predicado en toda la tierra habitada para testimonio a las naciones, debemos entender que es un testimonio íntegro, que no consiste solo en predicar, sino con el respaldo de obras y de señales.

«…y entonces vendrá el fin». Esta frase parece indicar que Dios no tratará con el mundo mientras Él no haya levantado a la iglesia como Su testimonio. Dios quiere mostrar a las naciones lo que Cristo es capaz de hacer, de tal manera que, al juzgar a las naciones, él pueda decirles: «¿Por qué ustedes no creyeron, si vieron a través de mi iglesia lo que yo puedo hacer?».

Para que el mundo crea

Pareciera que esa es la idea: será predicado el evangelio del reino para testimonio a todas las naciones y luego Dios tratará con los pueblos de la tierra. Así, es probable que la razón por la cual el Señor no ha regresado después de dos mil años sea porque la iglesia no ha sido fiel a su misión, porque ella no ha llenado la medida de Dios. Pero nos llenamos de esperanza y de fe, porque a pesar de ello, Dios levantará su iglesia en esta última hora, a fin de manifestar esa medida de Cristo, para que el mundo crea.

La iglesia no es un pedazo del mundo, es un pedazo de cielo aquí en la tierra, y eso tiene que ser notorio. La gente que no conoce al Señor no puede verlo, porque no tiene vida espiritual, está ciega, está muerta; pero sí pueden ver a los creyentes. ¿Y qué es lo que ellos ven cuando están entre nosotros?

«Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?» (1 Ped. 4:17). Creemos que este texto tiene relación con Mateo 24:14. Si el juicio divino tiene que comenzar por Su Casa, imaginen lo que ha de venir después, cuando él trate con los que no son de la Casa. La palabra «juicio», aquí, no es la condenación, pues el Señor no está condenando a su iglesia, sino más bien la está llamando a levantarse.

El juicio de Dios es para despertar a su iglesia. ¿Y qué estamos haciendo nosotros? Esperamos un nuevo ánimo del Espíritu Santo de Dios, anhelando que él levante a su pueblo y nos permita manifestarnos como su iglesia santa y gloriosa. «Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?» (v. 18).

«…y entonces vendrá el fin». Dios tratará con los que no obedecieron el evangelio, con los que fueron rebeldes a la autoridad del Señor Jesucristo; pero solo después de haber tratado con nosotros y haya levantado su iglesia como el testimonio vivo de su Hijo entre las naciones. Repito: el testimonio no consiste solo en palabras, sino también en obras.

«De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien» (v. 19). Aunque la iglesia sea perseguida y esté pasando por sufrimientos, debe actuar como Cristo. Nuestras armas no son carnales sino espirituales. Nosotros vencemos el mal con el bien, y esto tenemos que hacerlo realidad.

El reino se ha acercado

«Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio» (Mar. 1:14-15).

Consideremos este texto, pues de esta forma comenzó Jesús su ministerio en la tierra.

Aquí queremos destacar dos frases. La primera es: «El tiempo se ha cumplido». La palabra «tiempo» ahí no es cronos, sino la expresión griega kairós, que quiere decir el momento oportuno, el instante justo para dar comienzo a algo.

Todo el Antiguo Testamento había profetizado sobre ese momento. Y ahora Jesús dice: «Llegó el momento, ahora es». «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado». La palabra «acercarse» pareciera sugerir la idea de que algo está más cerca, pero que no llegó aún.

Hay un texto paralelo en Mateo 12. Jesús dice: «Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios» (v. 28). Está escrito en pasado o pretérito perfecto. El reino de Dios se ha acercado. En español, quiere decir: «Ya llegó, y llegó para quedarse».

No es que la acción ya ocurrió en el pasado, pero ignoramos qué pasa en el presente. El pretérito perfecto habla de una acción que llegó, pero que continúa. No es lo mismo decir que Dios nos amó, a decir que él nos ha amado. La frase «Dios nos amó» afirma que él nos amó en el pasado, pero no aclara si en el presente él nos sigue amando. Eso es el pretérito indefinido.

Pero cuando la Escritura dice que Dios nos ha amado, quiere decir que nos amó en el pasado y esa acción continúa hoy y hacia el futuro. Dios nos ha amado, nos ama y nos amará por siempre. El reino se ha acercado de tal manera a los hombres, que Jesús dice a Nicodemo: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios», y luego agrega: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:3, 5).

El reino de Dios está presente, y podemos entrar en él. Y para nosotros que hemos creído, Pablo dice que Dios «nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo» (Col. 1:13). Dios nos libertó, y nosotros ya ingresamos y permanecemos en el reino de su Hijo. Jesucristo es nuestro Señor, nuestro Rey. No pertenecemos al dominio de las tinieblas, sino al reino del Hijo de Dios. ¡Gloria al Señor!

La era de lo escatológico

El reino de Dios es una buena noticia. El evangelio del reino de Dios son las buenas nuevas del reino de Dios. Es buena noticia, porque el reino ha llegado en la persona del Rey. Donde está el Rey está el reino; donde es reconocido el Rey, ahí está el reino; donde Cristo es reconocido como Señor, ahí está el reino. ¿Está el reino realmente entre nosotros? ¿La iglesia ha reconocido a Jesús como su Rey?

A los cristianos, en el primer siglo, se les perseguía por declarar que había otro rey. En el imperio romano todo el mundo decía: «César es el rey». Pero aquellos «locos» decían: «Hay otro rey, y este rey es Jesús».

Pero ¿por qué más es una buena noticia el reino de Dios? Porque la llegada del reino en la persona de nuestro Señor Jesucristo, significa que los que creen y entran en su reino han sido introducidos en la era de lo definitivo y lo eterno – lo escatológico.

Los tratos de Dios anteriores a la venida de nuestro Señor Jesucristo eran manifestaciones de vida, por supuesto; pero solo temporales y parciales. Aquello era incompleto e imperfecto; aún no se establecía lo definitivo, lo eterno, lo que ya no pasará.

Por ejemplo, recuerden qué pasaba con el perdón de los pecados. Cada año, el sumo sacerdote debía entrar en el Lugar Santísimo con sangre ajena y hacer expiación por los pecados de él mismo, de su casa y de todo el pueblo. En cada ocasión, había incertidumbre. «Hemos vuelto a pecar y necesitamos el perdón». Y todos los años había un día establecido; el día del perdón, el día de la expiación.

¡Cómo esas generaciones habrán anhelado y añorado un perdón definitivo, un perdón que resolviera realmente el problema de los pecados! Y así pasaba con todo, con las liberaciones, con los milagros, con las sanidades. Todo era temporal. Una y otra vez se necesitaba una manifestación del Señor.

Pero, cuando Jesús dice: «El reino de Dios se ha acercado», él anuncia que ha llegado lo definitivo, la dispensación final y perfecta. El perdón del Señor es completo; al morir en la cruz, él nos lavó con su sangre de nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Él no morirá otra vez, habiendo entrado en el Lugar Santísimo una vez y para siempre con su propia sangre, obteniendo redención eterna. Él nos sanó de todas nuestras enfermedades. La obra de Dios en Cristo Jesús es completa y definitiva.

En el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo venía ocasionalmente sobre los hombres y luego se iba. Mas el Señor Jesús dijo: «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre» (Juan 14:16). ¡Bienvenido Espíritu Santo que ha venido a morar en la iglesia, no por un año, no por un milenio, sino por la eternidad! Nos ha sido dado el Espíritu de Dios para siempre. Lo definitivo, lo eterno, ya llegó.

«El Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo», dice Daniel 2:44. El reino de Dios es el último reino, y éste ya es una bendita realidad. No vivimos en la época de las sombras, sino en la dispensación de la realidad.

Ya… pero todavía no

Dicho eso, debemos acotar lo siguiente: el reino ha llegado en la persona de Cristo, pero aún no ha llegado la plenitud de ese reino. Una cosa es saber que algo ya comenzó y otra es decir que estamos en la plenitud de aquello. La eternidad ya llegó, el cielo ya llegó, la salvación ya llegó, definitiva, eterna, perfecta, completa; pero aún no tenemos la plenitud de aquello que se inició con la primera venida del Señor.

La Escritura es clarísima para decir que la era escatológica, lo definitivo y lo eterno, comenzó con la primera venida del Señor. Sin embargo, nada llegará a la plenitud sino hasta que él regrese por segunda vez. Todo lo inicia el Señor y todo lo consuma él; pero eso no nos impide gozarnos, puesto que la resurrección ya está aquí.

La victoria ya es nuestra. Por eso, «somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó» (Rom. 8:37).

Nada nos puede arrebatar la gloria y el gozo de saber que ya estamos en lo definitivo y en lo eterno; pero necesitamos anhelar el regreso del Señor, porque solo cuando él regrese la iglesia entrará a la plenitud de todas las realidades celestiales.

Los teólogos utilizan una explicación muy clara para esta situación. «Estamos en un ya, y estamos en un todavía no», ambas cosas a la vez. «Ya», porque con Cristo hemos entrado a lo eterno, pero «todavía no» porque el Señor no ha regresado, y solo cuando él regrese la iglesia alcanzará aquella plenitud. «Todavía no, pero ya». Hay una tensión entre lo que Jesús comenzó, que es lo definitivo y lo eterno, y la consumación o la plenitud de aquello, que se alcanzará cuando él regrese.

En 1 Juan 3:2 vemos el «ya, pero todavía no». Dice: «Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es». Es indudable que somos hijos de Dios hoy, pero aún no se ha manifestado toda la plenitud de lo que significa ser hijos de Dios.

Hay otros ejemplos en las Escrituras. Juan dice: «Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna» (1 Juan 5:13). Y el Señor, hablando a sus discípulos que lo habían dejado todo para seguir a su Maestro, les dice: «De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas … por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo … y en el siglo venidero la vida eterna» (Mar. 10:29-30).

Jesús pone la vida eterna en el futuro, y Juan la pone en el presente. ¿Por qué? Porque la vida eterna es: «Ya, y todavía no». En Lucas 21:28, dice: «Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca». O sea, la redención es «ya y todavía no». La redención ya llegó y nosotros hemos entrado en ella, y podemos afirmar con toda propiedad que somos un pueblo redimido.

Sin embargo, hay un aspecto de la redención que aún no culmina: Dios ha redimido nuestro espíritu y nuestra alma, pero aún falta la redención de nuestros cuerpos. Esto es muy esperanzador, pero solo ocurrirá en el regreso del Señor, donde «los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad» (1 Cor. 15:52-53).

La redención es una realidad pasada, presente y futura. Ahí está el «ya» y el «todavía no». Hay esperanza: el Señor nos dará un cuerpo nuevo. Y en Lucas 21:31 tenemos otro ejemplo: «Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios».

Cuando estos textos hablan acerca de la redención y del reino en futuro, debemos leer así: «Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca la plenitud del reino de Dios». Y en el versículo anterior: «Cuando comiencen a suceder estas cosas, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque la plenitud de vuestra redención está cerca».

Lo que Dios comenzó, lo terminará. «…estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Flp. 1:6). No solo tu espíritu, no solo tu alma; sino también tu cuerpo. «(Jesucristo) transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya» (Flp. 3:21).

El reino en la vida de iglesia

Hemos dicho que estamos en el reino del amado Hijo de Dios, en lo eterno y lo definitivo. Solo esperamos, con el regreso del Señor, la consumación de todas las realidades celestiales. Pero ¿qué tipo de vida de iglesia produce el reino de Dios?

Veamos, en Hechos 2:41, el resumen que hace Lucas de la vida de la iglesia en Jerusalén. «Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas». Eran ciento veinte y en un solo día, la congregación pasó a tener 3.120 hermanos. ¡Qué tremendo!

¿Cómo vivían aquellos 3.120 hermanos? «Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (v. 42). Ellos perseveraban en cuatro prácticas. Y ¿qué debemos hacer hoy nosotros? Simplemente, perseverar en lo mismo, hasta que regrese el Señor.

«…y sobrevino temor a toda persona» (v. 43). ¿Cómo andamos nosotros en relación a esto? Esta clase de vida de iglesia es el fruto del reino de Dios. «…y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno» (v. 44-45). ¡Y nosotros estamos dedicados a comprar!

«Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas». ¡Qué bonito! Ellos anhelaban estar juntos, al punto que todos los días «comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo» (v. 46-47). ¿Es esta también nuestra realidad? Cómo vivimos nosotros? ¿Estamos llevando el evangelio a los homosexuales, a los drogadictos? ¿Estamos atendiendo a las madres solteras, a los enfermos de SIDA? ¿Estamos teniendo favor con todo el pueblo?

Y el corolario de este tipo de vida es éste: «Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos» (v. 47). Aquí tenemos una radiografía de aquella iglesia. ¿Puede haber un mejor evangelismo que una iglesia con estas características? No hay mejor evangelismo que ser la iglesia que el Señor quiere que seamos.

Después de ese resumen, ¿qué ocurre? Los apóstoles hacían maravillas y señales. Y en el capítulo 3 hay un ejemplo: la sanidad de un cojo, y como producto de la sanidad, la gente fue atraída. Pedro se levantó, igual que en el día de Pentecostés, y volvió a predicar.

Un corazón y un alma

«Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron» (Hech. 4:4). Y aquellos que creyeron eran como cinco mil. Más 3.120, ya son 8.120. Mostramos esta cifra solo para entender cómo una comunidad de 8.120 hermanos puede vivir de la manera en que ellos lo hicieron.

«Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma» (v. 32). Solo la gracia del reino de Dios, puede producir eso. En circunstancias normales, si hay ocho mil personas habrá ocho mil corazones… pero ellos eran de un solo corazón. El corazón de Jesús, por el Espíritu Santo se expresaba en esa iglesia.

«…y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común». Había propiedad privada; ellos tenían sus casas y sus bienes, pero ellos no decían: «Esto es solo mío», sino: «Esto es de todos, está al servicio de todos».

«Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos» (v. 33), la buena noticia del reino de Dios con gran poder, con el poder del Espíritu Santo.

Justicia social

«Así que no había entre ellos ningún necesitado». ¿Cómo era esto? Porque «todos los que poseían heredades o casas las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad» (v. 34-35). No vendían la casa donde vivían. Los que tenían más se deshacían de alguno de sus bienes y propiedades.

¿Qué tipo de iglesia produce el reino de Dios? Este es el testimonio que tenemos que mostrar entre las naciones. En la iglesia había justicia social; afuera no la hay, y nunca habrá, pues ¿cómo puede brotar la justicia de corazones injustos? Pero es indudable que en la iglesia debe haber justicia social, porque aquellos que tienen más habrán de deshacerse de parte de lo suyo y suplir las necesidades de los otros.

Dios nos está hablando en estos días, y esto tendrá que comenzar a ocurrir. Y cabe mencionar que no se trataba de que cada hermano iba haciendo misericordia por su cuenta. No, dice que ellos traían todo a los pies de los apóstoles. Había un orden, una tesorería, una administración, y de ahí se repartía.

¿No es maravilloso leer que «no había entre ellos ningún necesitado»? ¿Qué ocurriría si alguien nos preguntase hoy acerca de cuál es la situación de los pensionados, entre nosotros que decimos que Jesucristo es aquel que traerá la justicia? ¿Quedaríamos bien parados o no? ¿Y si resulta que afuera, donde no reina Cristo, los ancianos están desamparados; pero en la iglesia de Jesucristo, donde se proclama que reina el juez justo, también están desamparados?

Si alguien piensa que nos salimos de la Escritura al tratar esto, Pablo dice que la iglesia debe hacerse responsable de «las viudas que en verdad lo son» (1 Tim. 5:3). Hay un orden. ¿Por qué dice «las viudas que en verdad lo son»? Él llama viudas que en verdad lo son, a las que viven solas y dependen del Señor; porque otras tienen hijos y nietos. En este otro caso, «si algún creyente o alguna creyente tiene viudas, que las mantenga, y no sea gravada la iglesia, a fin de que haya lo suficiente para las que en verdad son viudas» (v. 16).

Es impactante leer estos textos. Hechos 4:36 menciona a José, llamado Bernabé, como ejemplo de uno de los tantos hermanos que vendió una propiedad y puso lo vendido a los pies de los apóstoles.

El capítulo 5 de Hechos cita el caso de Ananías y Safira, y es hermoso que el Espíritu Santo dé ese ejemplo para que entendamos que esto no es por obligación. Esto es el reino de Dios, esto es lo que opera la gracia. Por eso dice: «abundante gracia era sobre todos ellos», de tal manera que los que tenían más se desprendían para suplir a los que tenían menos.

La Escritura dice: «El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos» (2 Cor. 8:15). El que necesita más recibe más, y tiene lo suficiente, y el que necesita menos recibe menos, pero tampoco le falta. De manera que no hay ningún desamparado. Esto no es algo que se puede imponer, pero esperamos que la gracia de Dios opere en nosotros.

Conclusión

¿Qué es lo que Dios nos está diciendo a nosotros en medio de la convulsión social presente? Creo que los primeros que tenemos que arrepentirnos somos nosotros mismos, pues no estamos alcanzando a cabalidad la medida que el Señor espera de su iglesia. Sin embargo, queremos animarles: tenemos que crecer, tenemos que avanzar.

Es posible que aún haya egoísmo y avaricia; que aún estemos corriendo tras el dinero, buscando tener más y más. Y eso nunca sacia.

¿Por qué los hermanos vendían sus propiedades? Lucas, en su evangelio, tomó nota cuando Jesús dijo: «No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino» (12:32). Y acto seguido, el Rey dice: «Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye».

Que el Espíritu Santo de Dios nos hable.

Síntesis de un mensaje oral impartido en Rucacura (Chile), en enero de 2020.