Los propósitos divinos con la pandemia covid-19.

Por causa de los acontecimientos finales

El primer pensamiento que surgió en mi mente con la pandemia Covid-19 fue que, una crisis mundial como ésta, creará las condiciones necesarias para el surgimiento de un gobierno mundial y la aparición del anticristo. Soy de los que creen que, basado en los escritos del apóstol Juan, existe: 1. El espíritu del anticristo (1 Jn. 4:3), 2. Los muchos anticristos (1 Jn. 2:18) y 3. La aparición de un anticristo final que encarnará el triunfo del humanismo por un corto tiempo (Ap. 17:12-13). Por lo tanto, al ver cómo un pequeño y microscópico ser pudo causar una crisis mundial de efectos aún insospechados, me resulta totalmente verosímil creer que el Apocalipsis, en este punto, puede cumplirse literalmente.

Por causa de la Iglesia

Una segunda impresión que vino a mi corazón fue el hecho de que Dios todo lo que hace o permite en la historia humana está en función de la edificación de su Iglesia. Lo que acapara el corazón de Dios en esta dispensación de manera principal y fundamental es la edificación de su Iglesia. Por lo tanto, esta pandemia del Covid-19 ha venido y ha sido permitida por causa de la iglesia de Jesucristo.

Esta pandemia nos ha quitado temporalmente la posibilidad de reunirnos en los mal llamados templos o iglesias y, además, nos ha impedido disfrutar de manera presencial de los ministros de la Palabra.

El asunto es que la grey de Dios con el paso del tiempo se ha vuelto excesivamente dependiente de las reuniones y de los ministros. Casi toda nuestra experiencia y vida cristiana se reduce a los momentos de reunión como iglesia. Pero ¿qué pasaría si de la noche a la mañana nos quitaran los lugares de reunión y se nos privara del servicio de los ministerios de la Palabra? Como nos recordó un pastor en estos días: “Nosotros no vamos a la iglesia, somos la iglesia”.

El rebaño del Señor depende primera y fundamentalmente de él. La cabeza de la iglesia es nuestro Señor Jesucristo, quien directa y personalmente la dirige por medio del Espíritu Santo. Esto significa que cada creyente, cada miembro del cuerpo de Cristo, debe estar asido fuertemente de la cabeza que es Cristo en una relación personal, vital, íntima y profunda con él.

Es verdad que la relación con nuestro bendito Señor Jesucristo es tanto individual como corporativa. Sin embargo, creo que lo que la pandemia ha sacado a luz es la pobreza que existe en nuestra relación personal con Cristo. Permanentemente tendemos al desequilibrio y creo que Dios nos quiere equilibrar con esta crisis.

Entonces, el énfasis no debe estar en procurar hacer reuniones para los hermanos por las redes sociales, ni dotarlos de materiales tecnológicos para que se nutran y sustenten, sino motivarlos a buscar al Señor en la intimidad de sus corazones y de sus casas.

¡Llegó la hora de que cada creyente descubra por sí mismo que el Señor vive, sustenta y dirige personalmente a los suyos! “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Jn. 10:27). “Más vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados” (Ef.4:20-21). Este es el privilegio y la gloria del Nuevo Pacto: “Y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos” (Heb. 8:11).

Reitero que, lo que afirmo no excluye en ningún caso la dimensión corporativa; lo que digo es que la vida cristiana debe desarrollarse en una perfecta armonía entre la dimensión individual y la corporativa.

Por causa del mundo

Una tercera y última impresión en mi espíritu que ha causado esta pandemia, ha sido la de re-pensar la relación de Dios con las personas del mundo. No son pocos los pensamientos que me acosan pensando que Dios está castigando al mundo. Pareciera que esta clase de pensamientos siempre está en la superficie de nuestra mente. Y sin lugar a dudas, si nos paramos en el Antiguo Testamento (Pacto), todas estas plagas no son otra cosa que azotes del Señor a las personas del mundo por sus pecados.

Pero ¿qué si nos paramos en el Nuevo Pacto (Testamento)? Aquí, encontramos que “Dios amó de tal manera a la tierra habitada que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn. 3:16-17).

Y Pablo agrega: “Pues Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando más en cuenta el pecado de la gente. Y nos dio a nosotros este maravilloso mensaje de reconciliación. Así que, somos embajadores de Cristo; Dios hace su llamado por medio de nosotros. Hablamos en nombre de Cristo cuando les rogamos: “Vuelvan a Dios”. Y el apóstol termina sus palabras, enfatizando una vez más la buena noticia: “Pues Dios hizo que Cristo, quien nunca pecó, fuera la ofrenda por nuestro pecado, para que nosotros pudiéramos estar en una relación correcta con Dios por medio de Cristo” (2 Cor. 5:19-21, NTV).

Por lo tanto, mis queridos hermanos, la relación de Dios con las personas del mundo es de amor y no de juicio. Por supuesto que creo que habrá un juicio futuro, pero en esta dispensación Dios está manifestando su gracia y su bondad a las personas del mundo. ¿Cuál es entonces la causa de esta pandemia en relación con el mundo?

Como dijo C.S. Lewis: “El dolor y la enfermedad son el megáfono de Dios para hacerse oír en un mundo de sordos”. Dios no está azotando a las personas para condenación, sino llamándolas a venir a su Hijo. No es juicio, sino amor de Dios.

Y a propósito del juicio venidero, termino con esto: La única factura que Dios le cobrará al mundo no será por sus pecados, sino por no haber creído en su bendito Hijo Jesucristo. Juan dijo: “Esta es la condenación: Que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Jn. 3:19). Y en el Apocalipsis, Juan lo dijo así: “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida del Cordero fue lanzado al lago de fuego” (20:15). Amén.