Lo que no pudo hacer Adán, hace Cristo – el postrer Adán corporativo: levantar una descendencia para Dios.

Lecturas: Mal. 2:15; Gn. 1:27; Gn. 2:24; Ef. 5:31-32.

El hombre de Génesis no es un individuo, sino un ser corporativo. Cuando Malaquías se refiere a ese hombre dice que Dios lo hizo uno porque está incluyendo a la mujer. Es un hombre macho y hembra y ¿por qué, o para qué? Para que ese hombre le procure (a Dios) una descendencia o una simiente. Esta descendencia sería la iglesia que comenzó con el Adán corporativo, luego siguió con los patriarcas, con el Israel terrenal y, finalmente, la iglesia que emerge de Cristo, de su costado herido, de la misma manera que Eva emerge del costado herido de Adán. La Versión Antigua de la Biblia Reina Valera aclara mejor el texto de Malaquías: “Pues qué ¿no hizo él uno solo aunque tenía la abundancia del espíritu? ¿Y por qué uno? Para que procurara una simiente de Dios”.

El Adán corporativo

A Dios no le servía un individuo. Obviamente, no podría haberle exigido multiplicación a un individuo. Los requerimientos de Dios entregados al hombre de Génesis son en términos plurales; Dios no le está hablando a un individuo, sino a los dos como si fuesen uno, y lo son, pues tal es el sentido de su creación. “Multiplicaos… señoread”, son mandamientos entregados a un ser colectivo.

Cuando Dios dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” no está pensando en un individuo sino un ser corporativo. La imagen de Dios no es la de un individuo, sino de Dios que coexiste en unidad, en una pluralidad de personas. Un individuo solo jamás puede mostrar la imagen de Dios. Nuestro Señor Jesucristo es la imagen de Dios en tanto se nos revela en una estrecha comunión con el Padre y con el Espíritu Santo. Nada hizo de sí mismo, ni habló nada de sí mismo. Su vida y obra fueron intensamente corporativas.

Cuando leemos el Nuevo Testamento, notamos que todos los consejos y mandamientos de la Palabra de Dios están dirigidos a un ser colectivo, esto es, a la iglesia, con la sola excepción de las cartas personales. La Palabra de Dios no se aplica a un individuo sino a éste en tanto está inserto en la iglesia como miembro del cuerpo, en comunión con el Padre y con el Hijo a través del Espíritu Santo.

El misterio de la unidad

De dos hizo uno. No podía ser de otro modo. Dios es uno, aunque en tres personas. Sí, el ser que Dios habría de llevar su imagen tenía que ser de ese modo, o no se daría el estilo de vida de Dios, el cual es intensamente corporativo. La voluntad de Dios es que el hombre, al unirse a su mujer, sea con ella una sola carne, para que este hombre completo le procure a Él una descendencia. De ahí la importancia de la multiplicación.

La unidad no es sólo llegarse a la mujer para procrear; sino unidad de vida, de naturaleza, como Eva, que tiene la naturaleza de Adán, y la iglesia la de Cristo. Unidad de carácter determinado por la vida de Cristo, moldeado en el tiempo en la multiplicidad de relaciones de la vida cotidiana que se da en un matrimonio y en el contexto de la vida de iglesia. La unidad del matrimonio tiene como fin procurarle una descendencia a Dios. No sólo en procrear hijos, sino en formarlos para que sean una simiente para Dios. Por eso es imprescindible que nazcan de nuevo mediante la regeneración del Espíritu Santo, para que Cristo sea así el centro del hogar. Sin embargo, el lugar escogido por Dios para la formación de su imagen en sus hijos es la iglesia.

Dios está en contra del divorcio, en contra de la deslealtad del hombre con la mujer de su juventud. “Dios aborrece el repudio” (Mal.2:16) pues esto rompe la unidad. Las personas que viven un quiebre familiar, de alguna manera quedan afectadas, con una personalidad fisurada. Sólo cuando la persona se encuentra con Cristo y es traída al seno de la iglesia para vivir una vida corporativa, tiene la opción de ser sanada y recuperada para el propósito de Dios.

Por lo antes expuesto, podemos comprender cuánto afecta a los designios de Dios y a su corazón la división de los cristianos. La división de la iglesia revela que los cristianos desconocen la naturaleza de la iglesia, puesto que la iglesia es una con Cristo, es de una misma naturaleza con él. Dios le impartió la misma vida de su Hijo. El diablo, no obstante, se las ha arreglado para dividirla; por eso, es tiempo que los cristianos se levanten a resistir la obra del enemigo y se vuelvan al propósito de Dios.

La división de la iglesia es semejante a la tragedia de un divorcio entre esposos. Toda la familia se afecta, y deja sin efecto el propósito de Dios. Pablo, hablando de la división entre los Corintios, señala que la división es una evidencia de la carnalidad; mientras que la unidad es evidencia de espiritualidad y madurez. La división es señal de niñería, de egoísmo y de incapacidad de vivir una vida corporativa.

El misterio de Cristo y la Iglesia

La unidad entre un hombre y una mujer como una sola carne es un símil de la unión entre Cristo y la iglesia. Puesto que la primera pareja fracasó en la procreación de una familia para Dios, vino el Señor Jesucristo como cabeza de una nueva creación a fin de obtener la descendencia que Dios buscaba. Cristo es el Adán que había de venir, todo lo que se dijo y se esperó del primer hombre con su ‘ayuda idónea’, era figura de lo que había de venir en Cristo y su iglesia. El primer hombre falló, el segundo Hombre cumplió y consiguió lo que el Padre quería: una descendencia para sí, la cual son los hijos de Dios que han sido unidos a Cristo por la fe en él. Es la multiplicación que vino como resultado de su costado herido. Esta descendencia es el fruto de la aflicción de su alma.

El verdadero sentido del matrimonio está en la revelación del misterio de Cristo y de la iglesia. Muchas veces, en las bodas se aplica esta revelación, pues la iglesia actualmente es la novia de Cristo y se está preparando para ser su esposa. Un día en el futuro próximo la iglesia será la esposa del Cordero. Cristo es el Novio que viene a buscar a la novia. Si no ha venido aún, es que ella no está preparada. La señal más perfecta de su preparación será el día en que ella lave la mancha de su división. Entonces y sólo entonces el Novio vendrá por ella. El romance ha durado casi dos mil años. Él ha sido muy paciente en la espera, y ella ha sido probada en la paciencia esperándolo a él. Ni él ni ella han desistido en la paciente espera. Pero fiel es el que prometió. No es que se haya olvidado de ella; sólo que ella aún no está lista.

Era necesario que ella fuese moldeada a su semejanza para llegar a ser su ayuda idónea en las futuras tareas del reino que le espera. Esto no podía lograrse en un siglo ni en dos ni en diez, sino en todo el tiempo necesario para cumplir el deseo del corazón de Dios.

Volvamos a hacernos la pregunta del principio: “¿Por qué uno?” ¡Pregúntele al hermano de la otra congregación! ¡Pregúntele a su esposo! ¡El ministro pregunte a los novios! ¡Los padres a los hijos! ¡Los siervos a sus consiervos! … ¿Por qué uno? La respuesta es clara. Dios quiere que le procuremos una descendencia. Como dice Hebreos: Dios se ha propuesto “llevar muchos hijos a la gloria” (2:10). Esta es la descendencia de Dios: La iglesia unida a Cristo, siendo de un mismo espíritu con él. Siendo ella el cuerpo y Cristo la cabeza. Así aparecerá el nuevo hombre colectivo, configurado por los muchos miembros asidos a la Cabeza.