Todo escriba docto en el reino de los cielos saca de su tesoro cosas viejas y cosas nuevas.

La llanura y el monte

En el capítulo 19 de Génesis se alternan significativamente la llanura y el monte, como símbolos de juicio y salvación, respectivamente.

Sabemos que cuando Abraham le dio a elegir a su sobrino Lot la tierra en la que él quería vivir, escogió la llanura del Jordán, porque toda ella era de riego, como el huerto de Jehová. Así que mientras Abraham habitó en la tierra de Canaán, Lot habitó en la llanura, y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma. De modo que Sodoma era una ciudad asentada en la llanura.

Cuando Dios decidió destruir Sodoma y Gomorra, los ángeles sacaron a Lot, y le dijeron que escapara al monte, pero Lot ruega poder refugiarse en Zoar, una pequeña ciudad que también estaba en la llanura, y que iba a ser destruida. Por causa de la petición de Lot, la ciudad fue salvada, y Lot se refugió en ella.  Las ciudades de la llanura – Sodoma, Gomorra, Adma y Zeboim – y todos sus moradores fueron destruidos. Al día siguiente Abraham miró desde el monte y vio que humo subía de la tierra como el humo del horno.

Pasado el peligro, Lot subió de Zoar y moró en el monte, porque halló insegura la llanura de Zoar.

Pero así como la llanura del Jordán es objeto de los juicios de Dios, el monte es motivo de la bendición de Dios. Jerusalén está levantada sobre el monte de Sion, “que no se mueve, sino que permanece para siempre”. El monte es el lugar del encuentro con Dios, el lugar de la transfiguración. Desde el monte sale le ley, y desde un monte el Señor enseñó su más grande sermón. Ezequiel y Juan vieron desde el monte la santa ciudad de Dios.

Los que conocen a Dios de verdad han estado en el monte con Él, y están con Él cada día. En el monte se ve la gloria de Dios, en tanto, en la llanura se reciben los juicios de Dios.

Cuando Abraham se desvió de la perfecta voluntad de Dios “descendió a Egipto”, lo cual es bajar desde el monte a la llanura. Líbrenos el Señor a nosotros de bajar a Egipto, porque en el llano hay juicio. Abraham supo que de verdad es así.

El problema del templo

En un lapso relativamente breve, dos grandes personajes son acusados y ultimados por asuntos relativos al templo de Jerusalén. Estos personajes son el Señor Jesús y Esteban.

El Señor Jesús desafió a los judíos a que destruyesen el templo y que él en tres días lo levantaría. Cuando lo oyeron, ellos se espantaron, porque el fastuoso templo de Herodes había sido construido en 46 años. ¿Cómo él iba a levantarlo en 3 días? ¡Era un blasfemo o un loco! Mas Jesús hablaba del templo de su cuerpo.

Ellos no lo entendieron así. La idea del cuerpo humano como templo de Dios era una idea inconcebible para ellos. Impensable.

Después, cuando los judíos buscaron pruebas contra él para eliminarle, se acordaron de sus palabras sobre el templo. Rápidamente urdieron la trama. “Nosotros le hemos oído decir: “Yo derribaré este templo hecho a mano, y en tres días edificaré otro hecho sin mano” (Marcos 14:57-58). Aquí ya hay acomodo, hay tergiversación. El Señor no habló de un templo “hecho a mano”. Él simplemente había hablado de “este templo”.

Algunos años después –tal vez siete u ocho– Esteban es llevado ante el mismo concilio que juzgó al Señor. Y la acusación esta vez es similar: “Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas contra este lugar santo y contra la ley; pues le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar …”

“Este lugar santo” y “este lugar” se refieren el templo de Herodes, en Jerusalén. Hablar contra él es blasfemar contra Dios. Tocarlo es atacar la sagrada religión judía.

Sin embargo, los judíos no sabían que desde que Jesús vino, Dios ya no habitaba allí, que ellos defendían lo que Dios había abandonado, y atacaban la nueva habitación de Dios. Por defenderla, la atacaban, y de la peor manera, llevándola a la muerte.

Esto sigue ocurriendo hoy. Muchos son atacados por tocar los templos hechos por manos humanas – como si Dios habitase todavía ahí, 20 siglos después de que Dios decidiera abandonarlos.