Algunos principios de la guerra espiritual, basados en el libro de los Jueces.

Buscaron sus propios intereses y no fueron a la guerra

Cuando toda guerra termine, la pregunta será: ¡Cómo nos comportamos en ese tiempo de batalla?

Anteriormente, vimos que Débora y Barac miran hacia atrás y en un canto profético recuerdan cómo cada uno se comportó en el tiempo de la batalla. Consideramos hasta aquí a aquellos que participaron en la batalla del Señor. Ellos fueron recordados con alabanza. Entretanto, otros fueron recordados con tristeza y reprensión. Ahora queremos considerar la situación de estos últimos.

Como ya mencionamos con anterioridad, tenemos en el cántico de Débora una figura de aquello que ocurrirá un día, cuando todos nos presentemos ante el tribunal de Cristo. Allí recibiremos alabanza o reprensión por aquello que hicimos durante este tiempo presente (2a Cor. 5:10; Mat. 25:14-30).

No nos alegra describir esta parte del cántico de Débora. ¡Pero cuán necesario es! La palabra del Señor siempre nos exhorta, alentándonos o advirtiéndonos. Podemos decir que hasta aquí tuvimos una palabra de aliento; sin embargo, nuestra reflexión ahora, siguiendo lo que está registrado en el cántico de Débora, nos conduce a una palabra de advertencia. Que el Señor pueda, por su Espíritu, recordarnos el momento presente en que vivimos y que podamos asumir nuestra responsabilidad en este asunto de la batalla espiritual, especialmente en el aspecto corporativo.

¿Por qué algunos hijos de Israel no fueron a la pelea junto a los demás?

El primero en ser mencionado es Rubén. ¡Él no fue a la guerra porque se quedó cuidando sus propios intereses! «Entre las familias de Rubén hubo grandes resoluciones del corazón. ¿Por qué te quedaste entre los rediles, para oír los balidos de los rebaños? Entre las familias de Rubén hubo grandes propósitos del corazón» (Jue. 5:15-16).

Hubo un gran escudriñamiento del corazón entre los rubenitas. Ellos estaban allí pensando, reflexionando sobre la batalla, y hubo grandes decisiones en sus corazones. Hay algunas traducciones que dicen que ellos hicieron grandes proyectos. Ellos trazaron grandes proyectos de cómo irían en ayuda de sus hermanos. ¡Pero no fueron! Permanecieron cuidando sus propios intereses.

Muchos de nosotros aún estamos como los rubenitas. En este tiempo de guerra, nos quedamos apenas en las decisiones, en los proyectos, en escudriñar el corazón, pero nunca ejecutamos aquello que decidimos. Ellos resolvieron en sus corazones, pero no asumieron ninguna actitud. Son aquellos que gustan de estudiar todo sobre la batalla espiritual, ¡pero nunca entran en batalla por sí mismos o en favor del resto del pueblo de Dios! Se interesan por cosas como: ‘Diez pasos para alcanzar la victoria’, o ‘Diez pasos para vencer el pecado’. Conocen mucho acerca de la batalla espiritual, pero sólo de oídas. Hablan y exhortan a otros de que es necesario batallar en oración por tales y tales asuntos, mas nunca llevan a la práctica aquello que proclaman. Están muy bien informados de la realidad espiritual, pero sólo en el campo teórico. Aún no han conocido lo que es estar en el campo de batalla.

Los rubenitas son como muchos de nosotros hoy que hacemos grandes resoluciones a fin de año. Conocemos nuestras propias necesidades espirituales, y por eso decidimos que en el año que se inicia haremos muchas cosas: ‘Este año me dedicaré a la vida de oración … Este año no voy a practicar más aquel pecado … Me esforzaré en la predicación del evangelio; este año quiero ganar algunas personas para el Señor…’. La lista es grande. ¡Muchas y buenas decisiones!

¡Oh amados, grandes resoluciones o grandes decisiones no bastan! Es necesario, con la ayuda del Espíritu del Señor, poner por obra aquello que sabemos es la voluntad de Dios. La guerra está ocurriendo y sabemos que el Señor nos llama para que seamos participantes de ella. Muchas veces decidimos ir, pero terminamos quedándonos. ¿Por qué? Se nos dice de Rubén que él no fue a la guerra porque «se quedó en los corrales para oír los balidos de los rebaños».

‘¡Oh, que cosa loable!’, podríamos justificar. Nos parece que los rubenitas se estaban mostrando responsables con sus casas, sus familias. Ellos quedaron cuidando sus ovejas, buscando su sustento. Pero en tiempo de batalla, quedarse escuchando el balido de las ovejas es preocuparse de sus propios intereses. Los rubenitas ‘actuales’ son así: toman una determinación, pero en seguida tienen una disculpa para no ir. Una disculpa para acallar la conciencia. Perciben las luchas que los hijos de Dios están afrontando, pero hallan una excusa para no participar en la batalla, y se justifican a sí mismos.

La pregunta hecha a Rubén fue: «¿Por qué te quedaste entre los rediles, para oír los balidos de los rebaños?». ¿Y por qué le fue hecha a él esta pregunta? Porque Rubén no debía haberse quedado oyendo el balido de las ovejas, sino que debía estar en el monte oyendo el toque de la trompeta. ¡Cuánta diferencia! A veces estamos tan ocupados con nuestro propios intereses, que éstos nos impiden participar en la batalla del Señor. Pablo, escribiendo a los filipenses, dice que muchos buscaban lo suyo propio y no aquello que era de Cristo Jesús, ¡pero que Timoteo buscaba con sinceridad los intereses de los hermanos! (Filip. 2:20-21).

Cuántas veces podemos estar oyendo el balido de ‘nuestras ovejas’, mientras la trompeta de Dios ha sonado llamando a sus hijos para la batalla. La batalla a favor de nuestros hijos ha sido obstaculizada, el enemigo ha buscado apartarlos de la vida con Dios, pero nosotros estamos ocupados en nuestros intereses y ni aun en nuestra intimidad batallamos en oración en favor de ellos. La iglesia del Señor ha estado en gran apostasía, hay mucha mezcla de aquello que es verdadero con la mentira, pero nosotros estamos en silencio; aunque pensamos en dedicarnos a orar en favor del pueblo de Dios, finalmente nos quedamos envueltos en nuestros intereses y no tenemos tiempo para participar en esta lucha.

¡La trompeta está sonando! Que el Espíritu del Señor nos despierte para ir a la batalla, dejando ‘nuestras ovejas’ en las manos de aquel que puede guardarlas para cada uno de nosotros.

Que el Espíritu del Señor nos socorra, y que en aquel día del tribunal de Cristo, el Señor no nos reprenda: «Tú tuviste grandes decisiones, grandes proyectos; sin embargo, ¿por qué no fuiste a la batalla? ¿Por qué escogiste quedar oyendo la voz de tus propios intereses?».

El segundo en ser mencionado es Galaad. ¡No fue a la guerra por causa de los obstáculos naturales!

«Galaad se quedó al otro lado del Jordán…» (Jueces 5:17). Para que los galaaditas fuesen al monte Tabor, de donde los hijos de Israel partían a la guerra, ellos debían atravesar el Jordán.

Creo que el registro del río Jordán aquí es para recordarnos que muchas veces podemos dejar de ir al campo de batalla con nuestros hermanos porque nos justificamos a consecuencia de los obstáculos naturales. «Atravesar el Jordán» para muchos de nosotros puede ser afanoso, y si está de crecida puede también ser peligroso. Y por eso, entonces, de la misma forma que los rubenitas, los galaaditas encuentran algo para acallar sus conciencias, disculpándose por tener frente a ellos un obstáculo natural. Pero el verdadero motivo es que sus corazones, de hecho, no deseaban ir a la guerra. ¡Cuánta diferencia hay entre ellos y Zabulón y Neftalí! Estos últimos expusieron sus vidas corriendo grandes riesgos, ¡pero fueron a la batalla y vencieron! Entretanto, los galaaditas son recordados aquí de modo negativo.

Es muy común, aun en las cosas pequeñas de nuestra vida diaria, ponernos muchos obstáculos naturales para no estar identificados con el propósito del Señor. Tome como ejemplo las veces en que tenemos frente a nosotros las reuniones del pueblo de Dios, sea para recordar al Señor en el partimiento del pan, o de oración o de estudio de la Palabra. A veces ponemos los obstáculos naturales como disculpa para no participar de esas reuniones. Si comienza a llover, o si el frío aumenta, es suficiente para que dejemos de participar, y nos quedamos en la comodidad de nuestras casas. Otras veces estamos trabajando mucho, o nuestro día está tan atareado que nos sentimos cansados físicamente y por eso decidimos quedarnos en casa, y perdemos la oportunidad de ser bendecidos y fortalecidos.

Hemos conocido a muchos hijos de Dios que, al contrario de esa situación, aun en momentos de debilidad física, y a despecho de todo y cualquier obstáculo natural, aun así son verdaderos soldados del Señor Jesús. Son incansables en la predicación del Evangelio, en las vigilias, en los ayunos, en las oraciones, peleando «la buena batalla». Para éstos vale la palabra del Señor: «yo honraré a los que me honran», mas para aquellos que se quedan al otro lado del ‘Jordán’, la palabra del Señor es: «…los que me desprecian serán tenidos en poco» (1 Samuel 2:30)

¡Que el Señor nos dé un corazón dispuesto a atravesar ‘nuestro Jordán’ y nos identifiquemos con Su propósito y estemos juntos en el campo de batalla con aquellos que oyeron el toque de trompeta!

«Y Dan, ¿por qué se detuvo junto a las naves?» (5:17). Un navío nos evoca el comercio. Traer mercadería, llevar mercadería, transacciones comerciales. Y esa fue la razón que impidió a Dan.

Dan nos recuerda a aquellos que no van al campo de batalla por causa del dinero.

Este es un motivo que ha llevado a muchos del pueblo de Dios a no participar del propósito del Señor, y no van al campo de batalla. Mamón ha robado el corazón de muchos hijos de Dios.

Amados, esta situación terrenal de la búsqueda de riqueza, la búsqueda de una vida confortable, ha oprimido al pueblo de Dios impidiéndole pelear la buena batalla. ¡Y cuántos han naufragado en la fe! Pablo advierte a Timoteo sobre ese riesgo: «Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores» (1a Tim. 6:8-10)

Muchos santos de Dios van bien en la carrera cristiana, pero de pronto no vigilan, ¡y he aquí que surge ese tirano: el afán por las riquezas! Desean tener una casa mejor, un automóvil último modelo… No hay nada impropio en eso en sí mismo. Pero aquello se torna un tirano en sus corazones. Sus corazones quedan sobrecargados con los cuidados de esta vida (Lucas 21:36). Por eso, ellos tienen que trabajar más. En lugar de estar con la familia, en vez de estar leyendo la Palabra, buscando al Señor, ellos están por allá, trabajando mucho, pues quieren ganar un poco más de dinero. Algunos ya tienen un empleo, pero también necesitan un segundo y un tercero. Esa es la situación: «¿Por qué se detuvo junto a las naves?».

¡Cuán actual para nosotros es esta palabra! ¿Por qué se detuvo? En verdad, es justo y es correcto tener nuestros navíos, ellos son el sustento de Dios para nosotros. Es nuestro trabajo, nuestros negocios, mas la palabra de advertencia es: ¿por qué nos detenemos en ellos. ¿Por qué nuestro corazón está preso en ellos? ¿Por qué ellos se vuelven un obstáculo para que participemos en el campo de batalla y así experimentemos la victoria que el Señor nos quiere dar? Cuán peligroso es este detener nuestras naves.

Algunos participaban de las reuniones de iglesia, evangelizaban, visitaban a los enfermos, tenían una vida de oración, pero ahora no tienen tiempo para nada más aparte de sus negocios. Están muy ocupados con sus riquezas, sus bienes, su vida confortable, con aquello que sus ganancias pueden generar.

¡Qué tragedia ha significado esto en medio del pueblo de Dios! Cuántos hermanos sinceros se han dejado seducir por sus navíos. Cuánto daño espiritual ha venido a causa de esto. Oigamos las palabras del Señor Jesús: «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33).

«Se mantuvo Aser a la ribera del mar, y se quedó en sus puertos» (5:17). ¡Los aseritas no fueron a la guerra por estar ocupados con su propia comodidad! «Reposaron en sus puertos» 1. Esta actitud de los aseritas representa a aquellos que, aun en tiempo de guerra, están ocupados de su propia comodidad.

¡Cuán distinta era la actitud de nuestro Señor! Cuán incansable era él. Y él mismo nos dio su testimonio de que «…el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza» (Mateo 8:20). El Hijo del Hombre sólo puede descansar después de completada su carrera. Después de la obra de la cruz – «¡Consumado es!» – es que él puede descansar. Durante toda su vida no buscó su propia comodidad, sino al contrario, «…anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo» (Hech. 10:38). Su compasión lo movía en favor de las multitudes y junto con sus discípulos «…eran muchos los que iban y venían, de manera que ni aun tenían tiempo para comer» (Mar. 6:31).

Pablo también, en el mismo espíritu del Señor Jesús, desempeñó su carrera. Su testimonio fue que él, como siervo de Dios, pasó por tantas cosas, como peligros de muerte, azotes, trabajos y fatigas, vigilias, hambre, sed, ayunos, frío, desnudez… (ver 2a Cor. 11:23-33). ¡Pasó por tantas cosas por amor al Señor y al Evangelio! ¡Nunca fue tras su propia comodidad! ¡Nunca «se mantuvo a la ribera del mar y reposó en sus puertos»! Al contrario, ¡oyó el toque de trompeta y peleó la buena batalla como soldado de Jesucristo!

Queridos hermanos, ciertamente nos gusta nuestra comodidad. Es justo. Pero esa nuestra comodidad no puede impedir que nos identifiquemos con el propósito del Señor y avancemos en aquello que es Su voluntad para nuestras vidas y para Su pueblo.

Tal vez no es el momento para hacer una indagación sobre «una buena conciencia hacia Dios» (1a Pedro 3:21). ¿Habrá sido la búsqueda de nuestra propia comodidad la motivación para no participar en la batalla del Señor?

El Señor, a través del profeta Amós, advirtió al pueblo en este sentido: «Ay de los reposados en Sion … Duermen en camas de marfil, y reposan sobre sus lechos; y comen los corderos del rebaño y los novillos de en medio del engordadero; gorjean al son de la flauta, e inventan instrumentos musicales, como David; beben vino en tazones, y se ungen con los ungüentos más preciosos; y no se afligen por el quebrantamiento de José» (Amós 6:1, 4-6).

Rubén, Galaad, Dan y Aser, fueron recordados en el cántico de Débora porque no fueron a la batalla, pues estaban muy ocupados consigo mismos. ¡Que el Señor nos ayude y nos libre de caer en la misma situación! (Continuará).

Tomado con permiso de http://esquinadecomunhao.blogspot.com.