Consideraciones acerca del propósito de Dios y su obra presente.

La cuádruple obra de Cristo a favor de su Iglesia

Veamos un pasaje en Efesios 5:23: «…porque el marido es la cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador». Aquí dice que el Señor Jesús es el Salvador de la iglesia.

Luego, en los versículos siguientes, dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla…» (Ef. 5:25-26). Aquí se agrega que el Señor es el Santificador de la iglesia.

Y luego en el versículo 29 dice: «…porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia». Aquí tenemos dos maravillosas funciones del Señor para con la iglesia. Es el que la sustenta y el que la cuida; es decir, Sustentador y Cuidador.

Entonces, todo el plano completo nos muestra que Cristo es, primero Salvador; segundo, Santificador; tercero, Sustentador; cuarto, Cuidador de su Iglesia. Entonces, ¿quién hace la obra? ¿Quién edifica su iglesia? La respuesta está aquí, en esta cuádruple expresión de la obra de Cristo.

Y cuando todo esté concluido, cuando se termine el tiempo, y el Señor diga: ‘Ya, he terminado mi obra con la iglesia; está plenamente edificada, ha alcanzado la madurez, la perfección’. Entonces va a tener cumplimiento el versículo 27: «…a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha».

Nos acordamos de la escena en el Génesis, cuando Dios creó a Eva para Adán: «Eso es carne de tu carne; salió de ti, y mira cómo te devuelvo lo que tomé de ti. Te saqué una costilla y mira lo que te doy a cambio’. Y cuando Adán la contempló debió quedar extasiado. Así también Cristo, cuando se presente a sí mismo la iglesia que él santificó, que el salvó, que el cuidó, y que él sustentó. Es su obra, es su maravillosa obra.

Por lo tanto, ¿qué hombre podrá decir: ‘Yo agregué esto para embellecer la iglesia’? La iglesia procede de Cristo y volverá a Cristo, hermoseada, ataviada para su marido. Sólo lo que sale de Cristo puede volver a Cristo. Ahí la intervención humana es cero, ¡cero!

Es tan doloroso cuando hay siervos de Dios que se arrogan méritos. ¿Por qué se alaba a sí mismo? ¿Por qué se gloría de haber hecho algo? ¿No dice aquí que Él es el que lo hace todo? ¿No dice aquí que es de él, por él y para él? ¿Qué tenemos que ver nosotros con la gloria de Dios? Y es mucho más doloroso todavía escuchar a personas mayores arrogarse méritos en la obra de Dios.

Diáconos y esclavos

Nosotros, ¿sabe lo que somos? Simplemente somos diáconos. La palabra que se traduce en ciertos lugares como ministro, significa servidor. Pablo le dice a Timoteo: «Quiero seas un buen ministro de Jesucristo», y la palabra ministro allí es diácono.

Entonces, ¿cómo se edifica la iglesia? ¿Cómo la iglesia madura, crece? Cuando cada miembro sirve Cristo al otro miembro. O sea, cuando tú abrazas a tu hermano, cuando tú le dices una palabra que lo alienta, cuando tú le sonríes – porque a veces basta una sonrisa para ministrarle Cristo a un hermano. Cristo no sólo es ministrado con las palabras, sino también con las actitudes, con los hechos. Somos diáconos, servidores.

En la cristiandad de hoy se usa mucho poner nombres altisonantes a los siervos de Dios. Ustedes los conocen. Se usan para destacar a un hombre de Dios, en circunstancia que la única expresión más repetida, reiterada, en las Escrituras es ésta: servidores.

Incluso más, el Señor llega a utilizar otra palabra: doulos, que es ‘esclavo’. Somos esclavos los unos de los otros en Cristo. Entonces, los grandes títulos son una cosa lamentable. Somos sólo servidores, y esto por la gracia de Dios, según lo que cada uno ha recibido.

Ahora, para que alguien esté dispuesto a renunciar a esos títulos altisonantes, se requiere la operación de la cruz. Porque a uno le acomoda y le gusta que lo traten con palabras bonitas. El ego se siente acariciado. Por eso es necesario que se produzca un quiebre de nuestra egolatría, de nuestra presunción, de nuestra vanidad. Y Dios tiene que tratarnos con fuerza por algún tiempo, hasta llegar a aceptar que sólo somos servidores. No somos amos, no somos señores, ni ninguna de esa clase de cosas.

La iglesia edifica con Cristo a la iglesia

Hay un pasaje en Efesios 4 muy utilizado por los predicadores. Dice: «Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos…». (v. 11-12). Por mucho tiempo se entendió este pasaje como que es tarea de estas cinco clases de ministros el perfeccionar a los santos y la iglesia. Entonces, resulta que el ‘señor apóstol’, y el ‘señor profeta’ y este otro señor, ellos perfeccionan a los santos.

Pero mire, aclaremos un poco el concepto. La palabra griega que se usa aquí es muy rica en significados; tanto, que el traductor aquí tuvo que elegir entre varios el que le pareció mejor: perfeccionar.

Pero a la luz de todo el contexto, mejor que perfeccionar es capacitar, equipar, tomar a alguien que no tiene las herramientas, que está herido, que está dañado, y ponerlo en condiciones de hacer la obra de Dios. Simplemente eso, equipar a los santos para la obra del ministerio, para que los santos hagan la obra del ministerio, para que los santos edifiquen el cuerpo de Cristo.1

Entonces, ¿se fija usted que cambia bastante el asunto? No es la obra de estos cinco ministerios perfeccionar a los santos y llevarlos a la estatura de la plenitud de Cristo. No, es simplemente dotarlos de las herramientas espirituales para que los santos hagan la obra del ministerio y hagan la edificación del cuerpo de Cristo.

No son los ministros de la palabra, por decirlo así, los ingenieros, los creativos, los capaces. No son ellos tampoco el centro de la atención. El centro de la atención son los santos, la iglesia. En ella descansa el trabajo de la obra de Dios. Ellos realizan la edificación.

1ª Tesalonicenses 5:11 dice: «Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis». Pablo les escribe aquí a los santos, no a los obreros o a los ancianos. Y dice: «Anímense unos a otros y edifíquense unos a otros». Entonces, ¿quién edifica la iglesia? ¿Cuál es el medio que Dios utiliza? ¿Cuáles son las personas que Dios utiliza para edificar la iglesia? ¡Los santos! La iglesia edifica a la iglesia.

Otro ejemplo. 1ª Corintios capítulo 14. Aquí en este capítulo se habla acerca de la importancia de la profecía. El tema central no son las lenguas, sino la profecía. Y en el versículo 26, tratándose de las reuniones de la iglesia, Pablo dice: «¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene … cada uno de vosotros tiene salmo, doctrina, lengua, revelación, interpretación. Hágase todo para … edificación».

¿Quién edifica en la iglesia? Los santos. Porque aquí dice: «Cada uno tiene…». Y luego en el versículo 31 dice: «Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados». Así que, no endiosemos a los ministros de la palabra. Esto puede comenzar por algo muy sutil. Puede ser un simple afecto que va creciendo, y nos vamos introduciendo en un terreno peligroso.

La atención de Dios está puesta en los santos, en la iglesia. Son ustedes, hermanos. El abrazo suyo al hermano que está al lado, el aliento suyo, el pequeño o el grande servicio que usted le presta a su hermano, eso lo edifica. Así nos vamos edificando todos, estableciendo lazos y nexos de amor, de comunión.

Las predicaciones y la enseñanza sólo entregan ciertas herramientas, cierta capacitación, para que los hermanos luego hagan la obra del ministerio, la edificación del cuerpo de Cristo.

La multiforme sabiduría de Dios

Efesios 3:10 dice: «…para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor».

Sabemos que la sabiduría de Dios es Cristo. Y aquí dice: «…para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer…». Es decir, el propósito eterno de Dios es que Cristo, en su multiforme expresión, sea dado a conocer por medio de la iglesia. No dice por medio de los obreros, ni por medio de los profetas, ni por medio de los ancianos. No; es por medio de la iglesia. ¿A quiénes? «…a los principados y potestades en los lugares celestiales».

De modo que Cristo está siendo expresado aquí mismo en este campamento de Callejones. En todo lugar donde está la iglesia, Cristo es expresado en su multiformidad. Porque a Cristo no lo puede expresar sólo Pablo, porque si fuera así, el Nuevo Testamento lo hubiera escrito Pablo enteramente. Se necesitaba de Pedro, se necesitaba de Juan, y aun, fíjese usted, se necesitaba hasta de Marcos y Lucas, que ni siquiera eran apóstoles.

La palabra griega que se traduce como «multiforme» dice mucho más que «multiforme». Entendemos multiforme como algo que tiene varias formas, distintas expresiones. Pero en griego significa iridiscente, es decir, una realidad, algo de muchos colores y que destella esos colores, que despide brillos.

Entonces, por decirlo así, cuando las potestades superiores ven desde los cielos esta realidad que hay aquí en Callejones, y cuando ustedes se ministran Cristo unos a otros, cuando ustedes se edifican unos a otros, ¿que es lo que ellas ven? Es como si vieran, hermanos, una multitud de luciérnagas de diversos colores. ¿Cómo creen que se vería eso?

Eso lo digo por poner un ejemplo que nos visualice la realidad espiritual de Cristo en la iglesia. Porque obviamente eso de las luces de colores y los destellos es una forma de graficar una realidad espiritual. Lo que significa espiritualmente es esto: Que cada uno de nosotros, siendo miembros de este cuerpo que es la iglesia, expresamos a Cristo de una manera específica, única, irrepetible.

Cada uno de ustedes expresa a Cristo de manera diferente. O, por decirlo más osadamente aun, cada uno de ustedes expresa a un Cristo diferente. Claro, no quiero decir con esto que haya muchos Cristos. Hay un solo Cristo, mas en su expresión tiene una multiformidad tan maravillosa que no hay ninguno que muestre a Cristo de la misma manera que otro.
Hay acentos diferentes. Mateo nos muestra a Cristo como el Rey, Marcos como el siervo, Lucas como el hombre, Juan como Dios. Cuatro, cuatro visiones de Cristo, maravillosas. De pronto, cuando uno piensa en un rey, uno no se imagina un rey humilde; entonces Mateo y Marcos no podrían ir juntos. Sin embargo, el Señor es Rey y es como un siervo, el Señor es hombre y es Dios.

El Salmo 139 dice que nosotros fuimos creados de acuerdo a un diseño de Dios que estaba escrito en un libro. Y luego en Efesios 2:10 dice que él nos hizo, en cuanto iglesia, como un poema. Si la iglesia es un poema, tú eres un verso del poema. Si la iglesia fuere un arco iris, tu serías uno de los colores del arco iris.

Cristo no puede ser expresado totalmente por nadie en particular. Por eso que cuando los hermanos de Corinto decían: «Yo soy de Pablo, yo soy de Cefas, yo soy de Apolos», y otro decía: «Yo soy de Cristo», por eso el Espíritu Santo a través de Pablo se levanta para decir: ‘¡Están equivocados! Ustedes no pueden amar sólo al Cristo de Pablo, porque es como estar tomando una parte de Cristo y excluyendo las otras. Ustedes tiene que amar al Cristo de Pablo, más al Cristo de Cefas, más al Cristo de Apolos’. Todos expresan a Cristo de una manera diferente, y nosotros no tenemos que decir: ‘Este o aquel’, sino: Éste y aquel, este y este y este y este y aquel’. Es la iridiscencia de Cristo. Así que, cada uno de nosotros en particular somos sólo un color, sólo un destello.

Cuando nosotros no hemos visto aún la iglesia, sufrimos mucho con la idea de tener que contener y expresar todo lo que Cristo es. ‘¡Ay! tengo que ser un cristiano completo, maduro, espiritual, que sea un buen predicador, que eche fuera demonios, que sea compasivo, que sea un buen visitador, etc. Yo tengo que alcanzar la suma de la perfección. Yo tengo que expresar a Cristo, y todos los frutos del Espíritu, y realizar todas las bienaventuranzas’.

Sin embargo, eso nunca será posible. A Cristo completo sólo lo podemos ver en la iglesia, no en una sola persona. Así que no se decepcione usted si ve a un hermano que muestra la dulzura de Cristo, pero que a la hora de tener la autoridad de Cristo, él no la puede expresar. No le es dado a él expresar ese aspecto de Cristo; pero otro lo expresará.

Por eso, cuando vemos la multiformidad de dones, y la multiformidad de expresiones de Cristo que hay en la iglesia, cuando surge una determinada necesidad en medio de la iglesia, buscamos a los hermanos que han recibido los dones adecuados para suplir esa necesidad. Ahí están los siervos que Dios ha preparado, que ha diseñado de antemano para cumplir ese ministerio y desarrollar esa función’.

Entonces, en el cuerpo de Cristo encontramos el reposo y la paz. Cuando descubrimos nuestro lugar en el cuerpo – que es la de ser un solo miembro, la de hacer tal vez una sola cosa – descansamos porque en el cuerpo están todas las demás gracias que yo no tengo.

Así que, hermanos y hermanas, estos días ustedes han escuchado varios mensajes, han visto a muchos hermanos y hermanas haciendo cosas, sirviendo. Vean ustedes, en el conjunto, la belleza de Cristo. ¡Qué maravilloso es Cristo!

Cada uno de nosotros hagamos lo que el Señor le llamó a hacer, cumplamos las obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas, despidamos el color de Cristo que nos es dado expresar, y dejemos que cada cual muestre el suyo. Yo me alegraré con el hermoso color verde que tú expresas, y con el rosado que expresa aquel otro hermano, y con el amarillo que expresa el de más allá –estoy hablando metafóricamente–. Ese es el Cristo multicolor, iridiscente, que somos la iglesia.

Así, cuando vemos estas cosas, nosotros vamos saliendo de nosotros mismos, del «yo», para entrar en el «nosotros». Por muchos años lo hemos hablado todo en primera persona singular: «Yo te mando», «yo digo», «yo creo», «yo propongo», etc. ¡Oh, individualismo! Tenemos que salir del «yo» y entrar en el «nosotros».

¿Qué somos nosotros? ¿Individualistas? ¿O somos un cuerpo? Incluso, al decir «yo y mis colaboradores» nos estamos poniendo por encima de los demás. Mejor sería decir que somos ‘co-laboradores’, que co-laboramos con Dios, todos juntos. Hermanos, el único que tiene colaboradores es Dios. Nosotros tenemos compañeros, consiervos, co-obreros. Eso es cuerpo de Cristo. Que el Señor nos ayude.

Extracto de un mensaje impartido en Callejones, enero de 2008.