La batalla del creyente en contra de ideologías seculares hostiles al evangelio de Cristo.

En los evangelios y cartas de Pablo se nos exhorta de manera frecuente a predicar y enseñar el evangelio, siendo tal vez el pasaje más citado aquél donde Jesús les da un mandato a sus discípulos, justo antes de su ascensión a los cielos: «Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mar. 16:15). Predicar el evangelio es sin duda alguna la principal labor que debe desarrollar todo creyente que sigue a Cristo. Este es el mandato fundamental.

Sin embargo, la Biblia también nos da un mandato de segundo orden, y se nos dice que debemos estar preparados para presentar defensa. ¿Pero defensa de qué? Debemos hacer defensa de la fe, de los fundamentos cristianos. La Escritura nos señala que hemos de presentar defensa de lo que hemos creído (1 Ped. 3:15), hemos de defender y confirmar el evangelio (Flp. 1:7), contender ardientemente por la fe (Jud. 1:3) y derribar argumentos que se levantan en contra del conocimiento de Dios (2 Cor. 10:4-5).

¿Es que Dios necesita ser defendido? Obviamente Dios no requiere defensa, pero quienes sí la necesitamos somos nosotros, los creyentes. Todo creyente libra una fuerte batalla en contra de filosofías y corrientes de pensamiento seculares que son hostiles al evangelio de Cristo. Y la batalla a veces continúa dentro de determinadas agrupaciones de creyentes, cuando se introducen enseñanzas que corrompen la sana doctrina.

La apologética entonces se entiende como la defensa de la fe cristiana, y tiene como propósito defender los principios y fundamentos del evangelio y la enseñanza bíblica. Pero el practicar apologética no es un asunto que está destinado exclusivamente a los cristianos eruditos o a los teólogos. Todos los creyentes debemos saber cómo defender nuestra fe.

El apóstol Pablo lo señala en Filipenses 1:7: «…en la defensa y confirmación del evangelio, todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia».

Por cierto que no todos hemos de ser expertos en apologética, pero todos deberíamos poder dar una explicación razonable de la fe cristiana cuando se nos pregunte, y defenderla si es necesario. ¿Qué creo? y ¿por qué lo creo?, es un ejercicio que debemos desarrollar para presentar defensa de nuestra fe, adecuada y firmemente, en un mundo que avanza más y más sobre mentiras, muchas de ellas aceptadas de forma deliberada, en esta era de la posverdad en la que nos toca vivir.

La era de la posverdad, uno de los últimos ataques masivos en contra de la fe

Tal ha sido el impacto mundial de este nuevo concepto llamado posverdad, que el prestigioso diccionario inglés de Oxford lo distinguió en 2016 como la palabra del año. Pero la fuerza de la posverdad (o más bien de la mentira disfrazada como verdad) siguió pisando fuerte y a fines de 2017 la RAE (Real Academia Española de la Lengua) la incluyó en su diccionario, definiéndola así: «Posverdad = Distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales, en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales».

Ya desde 2003 la RAE venía reuniendo antecedentes de este neologismo llamado posverdad, y luego de 14 años decide aceptarlo como un concepto totalmente válido, el cual se instaló profundamente en la cultura hispano parlante. Los ingleses ya lo habían hecho un año antes.

Hoy, las redes sociales tienen un potencial técnico enorme para convertir en «verdad» cualquier mentira. Esto es gravísimo en el ámbito social y relacional de escuelas, universidades, empresas, iglesias, o de cualquier grupo humano. Casi todo el mundo cuenta hoy con un teléfono celular o tableta, lo que da acceso en tiempo real a eventuales noticias falsas, difamaciones o injurias acerca de las personas, de sus compañeros, familiares, etc. Parece increíble, pero muy pocos se ocupan de indagar en fuentes primarias si una determinada noticia es o no correcta. Muchos jóvenes suelen decir que le creen más a Internet o a YouTube que a otra fuente. Son un referente para ellos en la era en la cual vivimos.

Esta era de la posverdad ya está generando consecuencias desastrosas. Un estudio pediátrico publicado en junio de 20191 señala que el suicidio es la segunda causa de muerte en EE.UU., entre adolescentes y jóvenes entre 10 y 18 años, siendo los 13 años la edad promedio de niños con ideas suicidas.

Según el Profesor de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de Harvard, Dr. Gene Beresin, este grave problema del suicidio afecta a todas las edades, pero el grupo más vulnerable son los niños y los adolescentes. Los datos de los estudios realizados apuntan a dos variables como las principales causas; una es el aumento de la presión académica y la segunda, es la proliferación de redes sociales, donde abundan las injurias, calumnias y el ‘ciberbullying’. No todos los niños y adolescentes tienen la madurez suficiente para soportar estos embates de mentiras difundidos a millones de teléfonos celulares.

¿Cómo defender la verdad en una era poblada de mentiras?

En la actualidad, la fe cristiana es la que más ataques recibe en el mundo, muy por encima del islamismo o del judaísmo. Uno de los mayores blancos de los ataques es el libro bíblico del Génesis. Esta es una estrategia fundamental de los enemigos de Cristo, porque si se destruye el Génesis, entonces se destruyen los orígenes, los fundamentos, y la propia estructura basal del evangelio (Gén. 3:15) queda muy fuertemente dañada.

Pero también quedan anuladas la creación del universo a partir de la nada, la creación de la Tierra como un planeta diseñado especialmente para albergar vida, la creación del ser humano a imagen de Dios, la creación de los seres vivos según su género. Todo esto último es explicado solo académicamente, a partir de teorías naturalistas, anulando la explicación bíblica.

Cuando cristianos liberales y sincretistas señalan que el libro de Génesis no es literal sino solo poesía, están ayudando fuertemente a esta estrategia enemiga de la posverdad. Pero Cristo avaló una y otra vez el Génesis como literal y no poético.

El Señor Jesucristo corroboró categóricamente el diluvio global como un hecho real (Luc. 17:26-27), avaló la creación especial y sobrenatural del hombre y la mujer al comienzo del proceso de creación (Mar. 10:6), y les dijo a sus discípulos que debían creer a los escritos del libro del Génesis, porque su autor (Moisés), escribió de Él (Juan 5:46-47). Cristo avala los hechos escritos en el Génesis como siendo dirigidos por el Espíritu Santo, y les dice «…de mí escribió él (Moisés). Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?».

Cristo señala aquí lo fundamental de los escritos del Génesis, porque Él fue el Creador de los portentosos hechos que allí se relatan, porque el Génesis relata la caída del ser humano en desobediencia, la cual arrastró a la Creación, y también nos relata la maravillosa promesa de su sacrificio redentor que reconcilia al ser humano con Dios. Todo ello constituye el contexto y las bases del evangelio. Sin este contexto, sin estas bases, el evangelio queda fuertemente debilitado.

¿Queremos creerle a Cristo? Necesariamente debemos creer los escritos del Génesis, porque este libro habla de Él. En el Nuevo Testamento existen más de 200 menciones a citas del Génesis, o a referencias del libro del Génesis, principalmente de los primeros once capítulos, donde la mayoría de ellas son referencias a situaciones reales, no poéticas ni figuradas.

Defensa y confirmación del Evangelio

Bíblicamente contamos con una referencia parecida a la que estamos describiendo para la iglesia de hoy. Fue experimentada por los creyentes de Éfeso en el primer siglo de nuestra era. Éfeso era una importante ciudad comercial y religiosa del imperio grecorromano, pero a la vez muy inmersa en las mentiras diabólicas de la inmoralidad y de las ciencias ocultas como camino hacia el conocimiento.

¿Cómo pudieron el apóstol Pablo y sus discípulos defender y confirmar el evangelio en Éfeso, siendo un ambiente tan hostil? En Hechos 19:1-7 se relata que los discípulos allí no habían confirmado su fe, ni sabían los rudimentos básicos del evangelio. En esas condiciones, los nuevos creyentes de Éfeso no podían defender adecuadamente su fe, ni confirmarla entre los hermanos.

La confirmación requiere obediencia e instrucción, pero la defensa utiliza otros métodos, porque se enfrenta a una visión contraria y hostil al evangelio. Por tanto, se ha de estar equipado para una confrontación y discusión, pero entendida esta última como un intercambio pasivo de ideas, de opiniones, sin violencia ni agresividad, sino más bien con persuasión.

Todos los creyentes somos exhortados a participar en la defensa y confirmación del evangelio (Flp. 1:7), sostenidos por la gracia de Cristo, para fortalecer la fe, debiendo poner el foco de atención solo en el evangelio de Cristo y de su Palabra, y evitando caer en sincretismos entre evangelio, como verdad eterna e inmutable, y las teorías y filosofías humanas, fuertemente reduccionistas y en constante cambio.

¿Cómo aplicar la apologética?

La apologética comienza teniendo como base la autoridad de la palabra de Dios; por tanto, ha de ser una apologética bíblica. No se basa en el entendimiento imperfecto y restringido del ser humano (Rom. 1:21) para «verificar» la veracidad de la palabra de Dios; por el contrario, la asume desde el principio como la verdad única y completa.

La apologética bíblica no debe apoyarse en el conocimiento humano como autoridad absoluta, dado que este conocimiento puede cambiar en función de nuevos descubrimientos. No obstante lo anterior, la apologética puede utilizar evidencias validadas científicamente, que consideren variados estudios, idealmente independientes, para que las hipótesis den lugar al conocimiento con base teórica real y no especulativa.

Por ejemplo, el cómo explicar la gran cantidad de agua del planeta Tierra, ha sido un gran problema para la ciencia desde siempre, y por mucho tiempo hubo hipótesis científicas altamente especulativas que señalaban que el agua de la Tierra había sido traída por meteoritos. Hoy, múltiples estudios afirman que el ciclo del agua es mucho más complejo de lo que se sabía, pero que solo está circunscrito a nuestro planeta (no intervienen meteoritos).

El hecho que nuestro planeta tenga muchísima agua en su superficie (los océanos y mares), y que a pesar del uso del agua en superficie, ésta siga permaneciendo, se explica porque va siendo renovada por agua que surge desde las profundidades abismales desde el centro de la Tierra, debido a la actividad tectónica volcánica2,3,4. Entonces, estos nuevos hallazgos con información científica validada independientemente, avalan fuertemente lo señalado en la Biblia acerca de la «rotura del gran abismo» (por actividad tectónica volcánica) desde donde fluye el agua hacia la superficie (Gén. 7:11).

La hipótesis del meteorito que habría traído el agua a la Tierra se basaba más en especulación que en datos corroborados científicamente. Las evidencias actuales tienden a concordar, de manera no forzada, lo que la Biblia señalaba desde hace miles de años acerca de cómo se inició el diluvio, y desde dónde provino esa enorme cantidad de agua que cubrió la Tierra, dado que los hallazgos actuales señalan que el agua bajo el manto terrestre sería unas 8 o 10 veces la existente en la superficie, sumando todos los océanos. Este solo hecho nos habla de la seguridad e infalibilidad de la palabra de Dios y de lo variables que pueden ser las teorías y explicaciones humanas.

La apologética apela también a la historicidad de los relatos bíblicos, respaldados por las evidencias arqueológicas; pero no se debiera dar más relevancia a estas evidencias que al relato bíblico, porque a veces también pueden fallar determinadas evidencias arqueológicas. La apologética bíblica siempre debe considerar a la palabra de Dios como la fuente fundamental de conocimiento, aun si no se cuenta con evidencias respaldadas con conocimiento humano.

El apóstol Pablo con su discurso en Atenas nos da una pauta importante de cómo funciona la apologética. Luego de dominar su espíritu enardecido por la gran idolatría de los atenienses (Hech. 17:16-18), él discutía (argumentaba en defensa de la fe) en la sinagoga con judíos y piadosos, y en la plaza con filósofos griegos epicúreos y estoicos. Pero para argumentar adecuadamente a favor de la fe, él requería conocer a quienes tenía al frente; judíos, piadosos, epicúreos y estoicos tenían cada uno su propio sistema de creencias.

La Escritura citada no refiere explícitamente la discusión que tuvo con judíos y piadosos, pero sí entrega detalles respecto al diálogo con los pensadores griegos. Los filósofos epicúreos y estoicos se sintieron desafiados por el apóstol Pablo, a tal punto que lo tomaron y lo llevaron al areópago (17:19). No le consultaron si quería ir o no, simplemente lo tomaron y lo llevaron, sin darle tiempo para pedir algunos rollos de la Escritura que le permitiesen tal vez revisar pasajes claves, antes de dar su discurso.

El areópago griego era un tribunal donde se daban conferencias de muy alto nivel para los intelectuales de Atenas en Grecia. Hoy sería algo así como ser invitado a la célebre Universidad de Harvard de EE.UU., a dar una conferencia sobre nuestros fundamentos de fe.

Pero el apóstol Pablo sabía quiénes eran los epicúreos y los estoicos, conocía su cultura, su literatura, su forma de pensar, y en función de ello aborda la discusión. Ello sugiere que la estrategia argumental debiese estar en relación con quiénes serán los oyentes. Pablo les cita incluso a autores y poetas griegos. Toma parte de la cosmovisión errada de los griegos y sabiamente la dirige hacia el argumento que él les quiere presentar, cual es mostrarles al único Creador de todo y también al Redentor y Salvador Jesús.

El apóstol Pablo utiliza un argumento imposible de rebatir, al menos durante la primera parte de su disurso. Él les dice que les viene a presentar al Dios que ya adoran sin conocerle, puesto que había descubierto en uno de los santuarios un altar, entre un alto número de deidades griegas, el cual tenía la inscripción «AL DIOS NO CONOCIDO» (17:23). ¿Cómo poder rebatir esto? Él les dice «No les traigo nada nuevo, solo se trata del mismo Dios al que ya adoran». Pablo apunta aquí al razonamiento de los griegos en primer lugar para poder entrar con su discurso, y más adelante, les habla al corazón, cuando les hace el llamamiento (17:30-31).

El apóstol Pablo y la apologética bíblica

En Hechos 17, el apóstol Pablo da por asumido que Dios existe, que es todopoderoso, Creador de todo cuanto existe, y que es también nuestro Redentor y Salvador. No intenta mostrar pruebas acerca de Dios y de sus poderosos atributos, sino que los asume a priori. Tampoco usa una apologética basada en su testimonio, aunque esto lo hizo en otras instancias, como por ejemplo cuando hubo de defenderse ante el rey Agripa, relatando su testimonio de conversión, y diciéndole: «No fui rebelde a la visón celestial» (Hech. 26:19).

En su defensa de la fe ante los griegos, Pablo les muestra pasajes del Antiguo Testamento; les habla con la verdad, utilizando «…la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios» (Ef. 6:17). Esto es fundamental en el ejercicio apologético.

Una de las conclusiones a obtener de este profundo pasaje bíblico, es que al llevar el mensaje de Cristo a no creyentes nos enfrentamos a cosmovisiones variadas, a distintos sistemas de creencias. El hombre no creyente está sumido en sus pecados y no puede entender las cosas espirituales (1 Cor. 2:14). Entonces, no importa cuán convincentes sean las evidencias o las razones lógicas que le pongamos delante, él simplemente no lo puede ver, ni lo puede entender, debido a su naturaleza caída.

Los argumentos evidenciales y racionales pueden ser necesarios en una primera etapa, para remecer los fundamentos errados de los no creyentes; pero esto es solo una herramienta inicial, solo un medio, nunca un fin. El fin será conducirlos a Cristo; pero ello solo ocurrirá por medio de la acción del Espíritu Santo en el corazón de las personas, y el que las personas se enfrenten a la espada del Espíritu, la palabra de Dios. Es de esta forma como llegan las buenas noticias del Evangelio.

El axioma primario de la apologética bíblica es que debemos asumir la existencia de Dios y su verdad eterna, sin cuestionamientos ni intentar probarlo. El que se acerca a Dios debe creer que Él existe (Heb. 11:6). Pero también las cuantiosas evidencias de diseño y propósito desde el inmensurable universo (Salmos 8 y 19), hasta la fabulosa información codificada escrita en nuestros genes (Salmo 139), nos permiten conocer el excelso poder de Dios y su divinidad (Rom. 1:20).

Esto último da pie para una apologética que también considera evidencias, porque es la propia Escritura la que nos desafía en este sentido («…su eterno poder y deidad … entendidas por medio de las cosas hechas…»). Sin embargo, no es para poner a prueba estas evidencias, sino para asumirlas como una verdad.

Apologética en el colegio y universidad

El fracaso, y la consecuente crisis de fe, que experimentan muchos estudiantes cristianos hoy se debe a que no se han planteado el cómo defender su fe, ¿qué creo y por qué lo creo? El secularismo académico les inculca que la Biblia es una recopilación de mitos, y la teología liberal les enseña que el Génesis es una colección de poesías y metáforas.

La enseñanza bíblica acerca del primer hombre Adán, como una persona histórica y real que trajo muerte y corrupción a la creación de Dios, es reemplazada con la versión evolutiva de la historia.

Es claro que los fundamentos de los jóvenes cristianos deben estar firmes para defender su fe y contrarrestar estos argumentos falaces opuestos a Cristo y su evangelio, los cuales deben ser derribados (2 Cor. 10:4-5).

El apóstol Pablo escribe en Romanos 1:20 que las pruebas de diseño en la naturaleza son tan abrumadoras, que todos están sin excusa. Sin embargo, los estudiantes son llevados a creer que un diseñador no es necesario para explicar el diseño en la naturaleza. Por su parte, los evolucionistas teístas niegan que la evolución sea esencialmente atea, pero la dinámica detrás de todas las teorías evolutivas es explicar todas las cosas solo en base a procesos naturales (Naturalismo metodológico), sin necesidad de la intervención sobrenatural de un Dios Creador.

Se ha reportado en los Estados Unidos que más del 90% de estudiantes de una universidad cristiana cambiaron su posición de creacionismo literal a la de la evolución teísta después de asistir a un curso sobre evolución5. Tal es la influencia de las teorías evolutivas naturalistas en los estudiantes, que si bien pueden estar en una muy fuerte crisis respecto a sus fundamentos, como lo están hoy6,7, sus componentes ideológicos, respaldados por la academia, siguen siendo considerados como una verdad.

El propósito de la apologética es glorificar al Señor

Si bien uno de los objetivos secundarios de la apologética bíblica es eliminar las barreras intelectuales que les impiden a las personas no creyentes abrir su corazón a la verdad del evangelio y de Cristo, su objetivo principal y primario es glorificar al Señor. Por lo tanto, la apologética no es para competir en conocimiento con los hermanos. Tampoco es para apabullar a un eventual oponente no creyente, porque si bien se puede imponer el argumento apologético sobre el argumento secular, de nada servirá si la persona no creyente queda molesta o enojada por nuestro comportamiento agresivo. La defensa debe ser siempre con mansedumbre, con persuasión.

La defensa y el contender por la fe puede usar en ocasiones elementos culturales, filosóficos o científicos más o menos complejos, como lo hizo el apóstol Pablo frente a los filósofos griegos en Atenas, cuando les cita a sus autores clásicos, lo cual seguramente debe haber tomado por sorpresa a los epicúreos y estoicos presentes en el areópago. Pero esto es solo un medio, si el Señor lo permite, dependiendo de las circunstancias. Nunca puede ser el propósito final.

El fin del discurso apologético es llevar la luz de Cristo y su evangelio a aquellos que se encuentran inmersos en tinieblas, enredados en marañas teóricas y filosóficas, las cuales son un camino de muerte, lejos de Cristo. Pero este difícil trabajo solo lo puede hacer el Espíritu Santo. La contienda, por tanto, no es intelectual ni de grados de conocimiento. Definitivamente, la batalla es espiritual.

El apóstol Pablo tenía un alto nivel de conocimiento secular y religioso, dominaba varios idiomas, era considerado un sabio de la época. Pero todo esto él lo miraba como basura, al lado de la excelencia del conocimiento de Cristo (Flp. 3:8).

Sin embargo, él, más de una vez, utilizó su conocimiento de idiomas o su vasta cultura, como lo hizo ante los filósofos griegos, hablándoles en griego y citándoles a sus propios autores, pero lo utilizó teniendo como fin el glorificar a Cristo, nunca buscando su vanagloria personal.

Por lo tanto, el practicar apologética es única y exclusivamente para glorificar al Señor. Quien la realiza no puede llevarse un porcentaje de la gloria, porque aunque lo hubiésemos hecho todo, no somos más que siervos inútiles. Nada nos pertenece, todo es del Señor y para él.

Nuestros talentos, nuestras capacidades, nuestro conocimiento, etc., no son en realidad nuestros; todo nos lo ha dado el Señor. ¿De qué nos hemos de gloriar, entonces? Pero el enemigo es astuto, y suele mover en contra nuestra esta tendencia humana de buscar reconocimiento.

Con firme denuedo frente a la posverdad

Denuedo es una palabra que casi no se utiliza hoy, tal vez porque no cabe en una sociedad relativista y permisiva. Denuedo significa actuar o hablar con valentía, con coraje, con decisión. No cuadra muy bien hablar con denuedo en nuestra cultura actual de la posverdad, o donde se transan verdades por expresiones que son ‘políticamente correctas’.

¿Cómo dar a conocer el evangelio en medio de una cultura inmersa en falacias filosóficas acerca de la vida, del ser humano y su sexualidad, etc., donde se le llama bueno a aquello que no lo es? La fuerte presión cultural anticristiana hoy, institucionalizada y validada por leyes, puede generar una tendencia a no hablar el evangelio con denuedo, y a suavizar e incluso anular ciertos aspectos de la enseñanza bíblica que se aprecien como adversos o no acordes con los pensamientos modernos. Sin embargo para un cristiano siempre será imprescindible obedecer Dios y a su Palabra antes que a los hombres.

Es evidente que detrás de este fenómeno cultural y social llamado posverdad se encuentran las fuerzas malignas enemigas de Cristo y su verdad. Esto es fácil deducirlo a partir de la propia Escritura, la que nos dice que la verdad nos hará libres (Juan 8:32). La era de la posverdad, o la era de la mentira, es exactamente lo contrario, esclaviza al ser humano, y no puede sino ser obra del «padre de mentiras».

El suicidio adolescente en EE.UU., es una cruda realidad gestada en parte por la era de la posverdad; pero hay consecuencias más nefastas aún, como lo es el asesinato espiritual masivo, por negar o trastocar verdades bíblicas fundamentales.

Ante esto último, hacer defensa de la fe en nuestro tiempo no será opcional sino imperativo, aunque puede que se vaya haciendo cada vez más difícil. No obstante, no estamos solos en esta batalla y tenemos una promesa gloriosa de la cual aferrarnos, aquella que pronunció el Señor antes de su ascensión al Padre: «…y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mat. 28:20).

Bibliografía

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