Lucas 1:63-79.

Zacarías ha estado nueve meses mudo. No es un hombre ignorante, ni es un hombre cualquiera; él pertenece a la familia de los sacerdotes de Israel. Se le ha aparecido un ángel, que le ha hablado. Pero hace nueve meses que Zacarías está en silencio.

El ángel le había anunciado que su mujer, ya anciana, tendría un hijo. Y aquel hijo llegaría a ser un profeta. Zacarías calló de asombro… ¡y de incredulidad! Entonces, el ángel le dejó mudo. Zacarías hablaba por señas y escribiendo en una tablilla. Todos estaban conmovidos. ¡Zacarías había visto una visión en el santuario! ¡Algo grande iría a ocurrir!

Pasan los nueve meses, y Zacarías no pronuncia ni una sola palabra. Cuando nace el niño, le preguntan al padre: «¿Cómo se llamará?». Él anota en una tablilla: «Juan es su nombre». Entonces Zacarías abre su boca y un río de alabanza comienza a fluir. ¡Oh maravilla! Siguen ocurriendo cosas asombrosas en esta familia.

Luego, hay un segundo milagro. Zacarías habla, pero no de su hijo allí presente. Lleno del Espíritu Santo, él bendice a Dios y comienza a hablar de Aquel que aún no ha nacido, pero que hará una obra portentosa. Por Él serán libres de sus enemigos, para servir a Dios. ¡La alabanza fluye a raudales para el Santo Ser que nacerá en breve! Luego, Zacarías habla de su hijo, Juan, el profeta precursor. Él preparará el camino al Señor. Eso es todo. Pero no es poco.

Son dos milagros. El primero de ellos da lugar al segundo, al mayor: el testimonio acerca de Jesucristo. Lo primero que Zacarías habló, luego de su mudez, fueron palabras para anunciar a su Señor.

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