La vida de un siervo de Dios está llena de luces y sombras, de montes y de valles. Y no siempre son las luces y los montes los que más resaltan en su experiencia. Entonces, el corazón se deprime, se busca la soledad para mitigar el dolor, y vienen algunas preguntas: ¿Valdrá la pena seguirse esforzando? ¿Valdrá la pena dar tanto para ser igualmente incomprendido y criticado?

Así se comienza a entrar en un túnel largo y oscuro. El corazón duele; los sentimientos chocan entre sí. Casi no hay fuerzas para hacer nada. Pero, de pronto, el cristiano deprimido, buscando socorro, abre la Escritura. Los ojos se pasean anhelantes, hasta que surge una pequeña luz, y un versículo se destaca sobre el resto: «Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos» (2 Cor. 12:15).

Las palabras del apóstol dan de lleno en el corazón. La experiencia de Pablo debió ser la misma de este creyente. He aquí ahora, el Espíritu Santo, a través de Pablo, muestra la salida. Un siervo debe estar dispuesto, primero, a gastarse a sí mismo, a perderse por los demás. Como Juan el Bautista, de quien se dijo que «era una antorcha que ardía y alumbraba». No solo alumbraba, sino que también ardía. Y en ese arder, la antorcha se va consumiendo.

Lo segundo, hay que gastar lo nuestro. Esto toca un poco más profundo. Porque se puede estar dispuesto a lo primero, pero no a lo segundo. «Lo nuestro» toca un aspecto distinto del egoísmo que también debe ser demolido.

Y lo último, lo relacionado con la ingratitud, y tal vez, la crítica: «Aunque amándoos más, sea amado menos». El amor de Pablo es tan abnegado, que no espera correspondencia. Como él mismo lo definió en otro lugar: «El amor es sufrido … no busca lo suyo … no guarda rencor … todo lo sufre … todo lo soporta». El amor es, sobre todo, darse a los demás, sin esperar recompensa.

La ingratitud es parte del alma humana, pero ella no puede desanimar a un siervo de Dios, porque esa es la seguridad de que la recompensa vendrá de Dios. Por otro lado, si la crítica es severa, ¿no tendrá algún punto de verdad? Sin duda, ella ayudará, aunque sea con dolor, a ver lo que requiere ser corregido.

Esto es parte de la experiencia normal de un siervo de Dios, tanto el pasar por el túnel, como el ver la luz al final; tanto recibir el aguijón en el alma como ser salvado por el don de Dios.

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