Hacer tu voluntad, oh Dios mío, es mi deseo, tu ley está dentro de mi corazón”.

– Salmo 40:8.

Hay muchos cristianos a los que les parece imposible pensar en aceptar toda la voluntad de Dios o en ser uno con ella. Miran la voluntad de Dios y ven mil mandamientos e innumerables órdenes providenciales.

Se imaginan que tendrían que ser mil veces más santos y más fuertes en la gracia, antes de poder hacer o soportar toda la voluntad de Dios. No entienden que la dificultad proviene de su falta de comprensión de la voluntad de Dios. Lo ven como una discrepancia con su voluntad natural y sienten que la voluntad natural nunca se deleitará en la voluntad de Dios.

Se olvidan que el cristiano tiene una voluntad renovada. Esta nueva voluntad se deleita en la voluntad de Dios, porque de ella nace. Esta nueva voluntad ve la belleza y la gloria de la voluntad de Dios, y está en armonía con ella.

Si en verdad son hijos de Dios, el primer impulso del espíritu de un niño es seguramente hacer la voluntad del Padre que está en los cielos. Y tienen que rendirse de todo corazón a este espíritu de filiación, y no deben temer aceptar la voluntad de Dios como suya.

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