Francisco Fernández de Capillas nació en España en 1608. Entró en el monasterio de Los Dominicos a los 17 años de edad, y a los 23 se ofreció voluntariamente como misionero a Filipinas.

Pese a las dificultades en la jungla infestada de enfermedades, anhelaba mayores sacrificios y pidió que lo transfirieran a un campo misionero más peligroso.

Esperaba el traslado a Japón, donde muchos misioneros habían muerto, pero finalmente fue a Fukien, China. Luego de varios años, los tártaros invadieron la región y Francisco cayó prisionero. En el juicio se le acusó de brujería, de espionaje y de rechazar el “sacrificio a los antepasados”.

A pesar de haber sufrido muchas torturas en prisión, logró convertir al carcelero y a varios presos al cristianismo.

Por fin, en 1648, los jueces, desconcertados por la fe obstinada de Francisco, lo condenaron a morir decapitado con el falso cargo de estar ligado al ejército rebelde que sitiaba la ciudad.

Al declarar su disposición de morir por Jesús, escribió la siguiente oración: “No tengo hogar sino el mundo, no tengo cama sino el suelo, no tengo alimentos, sino los que la Providencia me envía día a día, y no otro objetivo que hacer su voluntad y sufrir, si es necesario, por la gloria de Jesucristo, y por la eterna felicidad de aquellos que creen en su nombre”.

Tomado de Más Allá de la Fe, por Arnold y Hudson.