La historia del hermano Yun es la historia intensamente dramática de cómo Dios llamó a un joven semi-desnutrido de un pueblo pobre de China, y le usó poderosamente para predicar el evangelio a pesar de una horrible oposición. He aquí una síntesis de su relato, que desafía la tibieza.

Arrodillados alrededor de una cama humilde, cinco niños y su madre oran a Jesús pidiendo un milagro a favor del hombre que yace agónico en cama, víctima de un cáncer terminal. Se trata de una modesta familia china, que pocos momentos antes había sido fuertemente impactada por el relato de un sueño que tuvo la madre la noche anterior. En el sueño la mujer había escuchado nítidamente una voz que le dijo: “Jesús te ama”. Al despertar, la madre llamó a sus hijos y les habló de Jesús, conduciéndolos luego a entregarle sus vidas. Ahora estaban todos orando por la sanidad de su padre, pues esa era la única esperanza de sanidad.

Para la familia Zhenying la situación era extremadamente grave, tanto, que la mujer había llegado a pensar, en su desesperación, en el suicidio. Sin embargo, milagrosamente, dentro de una semana el padre estuvo completamente sano. Llena de gozo, la familia Zhenying, pese a las prohibiciones del gobierno respecto de las reuniones cristianas, cerró sus puertas y ventanas para contar a muchos familiares y amigos las maravillas que Jesús había hecho con ellos.

Así surgió, en ese pequeño pueblo rural de la provincia de Henan, en China, una pequeña iglesia clandestina.

Un misionero de 16 años

Inmediatamente después de este impactante episodio, cuando Yun –uno de los niños de la familia Zhenying– tenía 16 años, tuvo el anhelo por conocer más al Señor. La madre, frente a tal inquietud, le dijo que Jesús había dejado sus enseñanzas en la Biblia, pero que ningún creyente en su pueblo jamás había tenido una. Ella recordó entonces a una persona que había sido pastor antes de la Revolución Cultural (1966), y comenzaron una larga caminata en su busca. Al encontrarlo, el ex pastor dijo al muchacho que la Biblia era un libro celestial, y que si quería uno, tendría que orar al Dios de los cielos. Así, sin saber orar, Yun comenzó a pedir al Señor su Palabra, con una pequeña oración que repetía cada noche: “Señor, por favor, dame una Biblia. Amén.”

Después de un mes sin resultados, el ex pastor volvió y le dijo que debería orar, ayunar y llorar delante del Señor. Yun hizo eso durante cien días, comiendo sólo un pequeño plato de arroz cada noche. Finalmente, el Señor le dio una visión: era la imagen de un anciano que le preguntaba si tenía hambre, y que luego sacaba un pan de una bolsa. Cuando Yun lo ponía en su boca éste se convertía en una Biblia. El anciano decía entonces: “Cómelo inmediatamente.” Apenas terminó la visión, un hombre tocó a su puerta y le entregó una bolsa en cuyo interior había una Biblia. Pese a que Yun sólo tenía tres años de escolaridad y que para leer la Biblia debía buscar cada palabra en el diccionario, llegó a memorizar en 28 días el evangelio de Mateo.

Un día el Señor dijo a Yun que iba a enviarle al oeste y al sur para que fuese su testigo. Esa misma noche tuvo un sueño que describía en detalle a un hombre que vendría a su puerta pidiendo que fuera a predicar a su pueblo. Al siguiente día le contó a su madre el sueño, diciendo: “Hoy vendrá un joven llamado Yu Jing Chai, desde el sur, tiene 24 años. Por favor, no le dejes salir hasta que yo vuelva a casa”.

Yun salió en dirección hacia el oeste, para cumplir lo dicho por el Señor, y avanzado un trecho, se encontró con un cristiano que le contó que en un pueblo cercano llamado Gao habían estado orando y ayunando para que alguien fuera a predicar la palabra de Dios. Yun fue a aquel lugar, pero no sabía predicar; entonces, simplemente recitó lo que sabía, el evangelio de Mateo. Para no olvidar nada de lo que había memorizado, cerró sus ojos y comenzó a hablar rápidamente sin saber si la gente entendía o no. Al abrir sus ojos, vio que el Espíritu Santo les había convencido de sus pecados, puesto que estaban arrodillados, con lágrimas en sus ojos.

Esa noche se convirtieron muchas personas. “Aunque sólo tenía 16 años, esa noche aprendí que la palabra de Dios es poderosa. Cuando la compartimos con un corazón encendido, muchas personas son tocadas”.

Cuando Yun volvió a su casa, Yu Jing Chai le esperaba para llevarle a su pueblo. Ambos se sintieron muy conmovidos por el encuentro y salieron esa misma noche. Así comenzó el llamamiento del hermano Yun.

Tiempos de tormenta

En ese tiempo, la persecución en China comenzó a aumentar contra cualquier persona que no formara parte de la “Three Self Church” (Movimiento Patriótico Cristiano Triautónomo), la iglesia oficial china. Debido a esto, el hermano Yun y otros cristianos hacían un evangelismo muy peculiar: ellos predicaban en un lugar, y en seguida debían huir a otro pueblo, siempre perseguidos por la policía. El grado de persecución era tal, que la única manera segura en que podían bautizar a los nuevos creyentes era durante la noche, cuando la policía dormía. Incluso en las épocas más frías del año, ellos debían romper el hielo de la superficie de los ríos, y bautizar allí, orando al mismo tiempo para que los hermanos no sufrieran los efectos de las bajas temperaturas.

Sin embargo, el sufrimiento, persecución y encarcelamiento de los hermanos en China, hizo que el evangelio se expandiera mucho más rápido que si hubieran tenido vidas cómodas y tranquilas: en su huida, ellos iban proclamando el evangelio, el cual llegó hasta los lugares más remotos.

Muchas veces fueron capturados por la “Public Security Bureau” (Agencia de Seguridad Pública), organismo del gobierno encargado de la represión religiosa. Fueron golpeados severamente y exhibidos en los pueblos para disuadir a la población de seguir a Cristo.

En la cárcel

En diciembre de 1983, durante un retiro, el Señor reveló a los hermanos que dentro de los tres días siguientes muchos de ellos serían atrapados, torturados, e incluso muertos por causa de su nombre. La última noche ellos lavaron sus pies unos a otros con lágrimas en sus ojos, en una demostración de la más íntima comunión. Al finalizar el encuentro, cuando iban de regreso a sus hogares, el hermano Yun y otros cristianos fueron capturados. Al momento de la detención fueron maltratados brutalmente con el fin de que confesaran el paradero de sus hermanos. Mientras Yun era golpeado recordó el pasaje de Apocalipsis 2: 9-10: “Conozco tus sufrimientos y tu pobreza. ¡Sin embargo eres rico! Sé cómo te calumnian…no tengas miedo de lo que estás por sufrir…”. Con esto, su corazón cobró aliento. Y como respuesta a las preguntas de los policías, simuló ser un loco, gritando: “Soy un hombre celestial, vivo en el pueblo llamado evangelio”. Así, él podría ser oído por sus hermanos para que pudieran escapar.

El hermano Yun y cuatro consiervos fueron puestos en la parte de atrás de un tractor y llevados a la ciudad de Wuyang, donde estuvieron maniatados juntos, y atados a una sola cuerda, como ganado yendo al matadero. Sin embargo, Yun cantaba en voz alta: “Cruz, cruz, siempre mi gloria, Su sangre ha lavado mis pecados; sólo por la sangre de Jesús”. Fueron puestos en una celda con temperaturas bajo cero. Sus extremidades se pusieron azules de frío, y las esposas cortaron sus muñecas como cuchillos. Entonces Yun empezó a cantar el salmo 150, alabando al Señor por su gran victoria, mientras que los cuatro hermanos, arrodillados, oraban por las almas en China. El hermano Yun resume así cuál era el espíritu de los encarcelados por el testimonio del Señor.“Tal como Sadrac, Mesac y Abed-nego, aprendimos que donde está el espíritu del Señor allí hay libertad, en una celda congelada o en un horno de fuego ¡Aleluya!”.

Yun y sus hermanos fueron transferidos a la cárcel de su pueblo donde fueron torturados permanentemente. Sin embargo, siempre se les ofreció la posibilidad de salir en libertad si delataban a sus hermanos y renegaban de su fe.

En el momento más duro, el Señor llevó a Yun a hacer un ayuno. Era el 25 de enero de 1984. Yun sintió que el Señor usaba este encarcelamiento para quebrantar su ego y enseñarle a amar a sus enemigos. El favor de Dios estuvo con ellos y fueron librados de enfermedades, pese incluso a los intentos de los guardias por infectarlos. Finalmente, después de 74 días de ayuno, el poder del Señor se derramó, y todos los hombres de su celda fueron salvos.

Las golpizas fueron cada vez menos frecuentes, y Yun comenzó a discipular a los que habían aceptado a Cristo. Llegado el momento, se le dio una sentencia de 4 años, con trabajos forzados, en la cárcel de Xinyang. Debía trabajar 14 horas diarias. Para Yun, este fue un nuevo tipo de tortura, que parecía no acabar, sintiéndose lejos de su familia. Debía trasladar pesadas cargas sobre sus espaldas; la comida no era suficiente para sustentarle, y comenzó a sentirse débil. Muchas veces se desmayó de las escaleras colgantes; muchas veces no tenía fuerzas ni para subir a su camarote, así que dormía en el piso.

Durante ese período se alejó del Señor, sintiéndose sin fuerzas para acercarse a él. Después de ese tiempo de prueba, se arrepintió delante del Señor, quien cambió su debilidad en fortaleza. Había sentido mucha indignación por todas las injusticias que había sufrido, hasta que el Señor le habló diciendo: “No sientas lástima por ti mismo. Esta es mi voluntad para ti. Deberías caminar en ella”.

La iglesia crece

1989 fue un año fundamental para las “iglesias por las casas”, en China. Hubo miles de conversiones, muchos milagros, y el anhelo de las personas hacia Dios era increíblemente intenso. El Espíritu se movía de tal forma que la gente en las calles caía arrodillada, arrepintiéndose de sus pecados y volviéndose al Señor. Empezaron programas de entrenamiento y muchas escuelas bíblicas surgieron secretamente en cuevas. Los obreros trabajaban sin cesar desde el amanecer hasta la medianoche, para volver a comenzar al siguiente día.

Pese a que la obra creció, Yun se apagó en el ministerio. El Señor le advirtió por medio de la Palabra, diciendo: Yo conozco tus obras … has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de donde has caído, y arrepiéntete… pues si no vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar (Apocalipsis 2:3-5). La obra había comenzado a ser más importante que el Señor mismo y comenzó a crecer su orgullo. El Espíritu fue silenciándose poco a poco en él y el ministerio se convirtió en su ídolo. Yun fue advertido una vez más de parte del Señor que si no obedecía Su guía, sería llevado a un lugar donde no querría ir. Sin embargo, Yun no escuchó el aviso, por lo cual el Señor permitió que nuevamente fuera encarcelado por dos años.

Pasado ese período, Yun fue restaurado y junto con otros obreros recibió de parte del Espíritu una carga por instruir a creyentes jóvenes para el servicio. Fueron seleccionados 30 jóvenes para participar de un entrenamiento intensivo en una cueva. Durante dos meses debieron levantarse a las 4:30 de la mañana para alabar al Señor y orar por las iglesias en China. Leían el Nuevo Testamento completo cada día, y memorizaban un capítulo.

Después de este periodo, enviaron a los jóvenes como obreros y empezaron a participar en una misión llamada “mes del evangelio”, la que requirió a cada miembro de la iglesia llevar tres personas a Cristo. Después del primer mes, en las provincias de Henan y Anhui, 13.000 nuevos creyentes fueron bautizados. Dos años después de que empezó esa misión, el número había aumentado a 123.000 hermanos.

Tal como Pedro

En 1997, el hermano Yun estuvo encarcelado por tercera vez y fue torturado tan severamente que sus piernas quedaron paralizadas. Otros tres cristianos encarcelados fueron designados para llevarlo en sus brazos desde la celda al baño o al lugar donde se realizaban las torturas. Como este último estaba tres pisos más arriba que su celda, ellos siempre aprovecharon este tiempo para orar y tener comunión juntos pidiendo al Señor por fortaleza. Al no poder obtener la información requerida acerca de los movimientos de la iglesia en China, las autoridades de la cárcel enviaron un espía a la celda de Yun. Para poder pasar como creyente, trajo consigo una Biblia, e intentando ganar su confianza, se la prestó a Yun. Éste la compartió con sus hermanos y escribió versículos en pequeños papeles fáciles de ocultar. Así el Señor usó a este hombre para bendición, permitiendo a los hermanos ser fortalecidos por medio de su Palabra.

Al paso de las semanas y meses, le fue pareciendo a Yun que el Señor le había rechazado y que le dejaba pudrirse en la cárcel. Llegó así al abismo más profundo de su vida. Sus piernas estaban inservibles, y su espíritu abatido. Con sus ojos hinchados y su cara empapada en llanto le reclamó con amargura al Señor, diciendo: “Cuando era joven me llamaste a predicar tu evangelio en el oeste y el sur. ¿Cómo puedo hacer eso ahora? Estaré sentado en esta cárcel con mis piernas inválidas hasta que me muera. Nunca veré a mi familia de nuevo. Me has engañado”. El Señor lo consoló como un padre que toma a su hijo en brazos, diciendo: Si te convirtieres, yo te restauraré y delante de mí estarás … Y te pondré en este pueblo por muro fortalecido de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová. Y te libraré de la mano de los malos y te redimiré de la mano de los fuertes.

Él sintió que el Espíritu Santo le mostraba que era tiempo de escapar. El edificio tenía tres pisos, y él estaba en el tercero. En cada piso había una puerta de hierro permanentemente cerrada, que era custodiada por dos guardias. Para escapar, necesitaría pasar por tres puertas de hierro y seis guardias. A pesar de su invalidez, se levantó y comenzó a avanzar, cojeando, hacia fuera, con un cinturón de papel en que tenía escritos unos versículos bíblicos, en la cintura. Entonces, Yun oró: “Señor, me has mostrado que debo intentar salir de esta cárcel. Obedeceré e intentaré escapar. Cuando los guardias me disparen, por favor, recibe mi alma en tu morada celestial”.

Al avanzar a la primera puerta, el teléfono sonó y el guardia corrió a contestarlo, dejando solo a un hermano que había estado barriendo el piso y que en ese momento volvía a su celda. La puerta quedó abierta y Yun pasó por ella. Tomando una escoba, avanzó, bajando la escalera, hacia la segunda puerta. Esta puerta muchas veces quedaba abierta porque no la consideraban un riesgo; sin embargo, había un guardia junto a ella. En ese momento, el Espíritu Santo le habló: “¡Ve ahora! ¡El Dios de Pedro es tu Dios!”

De alguna forma, el Señor cegó al guardia, el cual, aunque miró directamente hacia Yun, sus ojos no registraron su presencia. Yun siguió orando y caminando hasta la tercera puerta ubicada en el primer piso, la más segura y guardada. Estaba vacía y abierta. Salió al patio y caminó hacia las puertas principales de la cárcel, pasando frente a muchos guardias, ninguno de las cuales le vio ni habló. Aún esta puerta mayor estaba abierta. Justo en ese momento un taxi paró y le preguntó dónde quería ir. Sólo después, cuando estuvo seguro en casa de los hermanos, Yun se dio cuenta que, en el cumplimiento de la palabra, sus piernas habían sido sanadas. “Haced sendas derechas para vuestros pies, para que el cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.”

Pese a la búsqueda de la policía, Yun no pudo ser hallado y pasó un largo tiempo recuperándose de sus heridas, oculto entre los hermanos. Luego de esto el Señor le dijo que saliera de China, recordándole sus palabras iniciales. Entonces comprendió que su llamamiento hacia el Sur y al Oeste tendría consecuencias más amplias.

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Actualmente, el hermano Yun vive en Alemania y visita varias iglesias en Europa con el llamado a despertar a los cristianos dormidos y compartir acerca de «Back to Jerusalem» (Volviendo a Jerusalén, www.backtojerusalem.com). Esta misión pretende llevar el evangelio desde China hasta Jerusalén, pasando por varios países musulmanes, budistas e hindúes. Su slogan, de sólo 5 palabras, es elocuente: “Sacrificio, renunciación, pobreza, sufrimiento y muerte”.

En la actualidad hay más de 100.000 cristianos en China, preparándose para llevar el evangelio a las naciones musulmanas, budistas e hindúes. Ellos entienden que los últimos 30 años de sufrimiento, persecución y tortura en China ha sido el entrenamiento de Dios. Ellos no oran para que la persecución se detenga, ni para que la carga sea más liviana de llevar, sino por una espalda más fuerte para poder soportarla.

Tomado de “The Heavenly Man”, por Brother Yun y Paul Hattaway.
Traducción y adaptación: Andrew Webb.