Antes de que uno se salve, está muerto en pecados y transgresiones. No sabe nada acerca de la justicia. Pero después de que se salva, gradualmente comienza a conocer por grados la santidad y bondad de Dios. Sin embargo, aquí radica el peligro para un joven creyente que surge con el nuevo conocimiento que ha adquirido después del nuevo nacimiento.

¿Cuál es la naturaleza de este peligro y cómo se manifiesta? El joven cristiano puede volverse demasiado recto en su actitud y acción y exigir más de los demás. Con su nueva luz, se vuelve más sensible a la diferencia entre el bien y el mal, y entonces comienza a medir a otras personas con esta nueva comprensión suya. Durante este periodo, puede llegar a enfadarse con los cristianos normales. Cuando ve algo malo en otros, se apresura a condenarlos diciendo: “¿Cómo es posible que fulano sea así o asá? ¿Por qué actúa así?”. Esto lo hacen a menudo los creyentes nuevos.

Los creyentes que “defienden la justicia” suelen ser personas que no han recibido mucha gracia de Dios. Si hubieran avanzado en el camino del Señor y su vida espiritual estuviera más edificada, serían más misericordiosos con los demás. En el Sermón del Monte se ve que el Señor ya nos ha enseñado que los creyentes no debemos exigir justicia a los demás. No quiere que exijamos justicia a las personas que nos golpean, nos obligan o nos defraudan. Su mandato y enseñanza para nosotros es soportar y pagar con bondad. Necesitamos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. Él da lluvia tanto a los injustos como a los justos. Tengamos cuidado, no sea que el mundo nos critique por no seguir las enseñanzas de nuestro Maestro.

Los cristianos deben ser justos ellos mismos, pero ser amables con los demás. No debemos exigir nuestros derechos ni pedir que nos traten con justicia. Esto es generosidad cristiana. Los cristianos necesitan ser justos ellos mismos pero no exigen la justicia de los demás. Es caminando por este camino que podemos reinar con nuestro Señor.

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