En 1 Corintios se hace una clara radiografía del hombre. En ella encontramos tres clases de personas: el hombre natural, el hombre carnal y el hombre espiritual.

El hombre natural. Este es el hombre no regenerado. Vive en la esfera de su mente, de sus pensamientos, y es por lo tanto enemigo de Dios. Él no conoce a Dios ni los caminos de Dios. Por muy refinada que sea su alma, y exquisitos sus gustos, es un hombre camino al infierno. El más pequeño de los hijos de Dios es superior a él en llamamiento, vocación y destino.

El hombre carnal. En 1 Corintios, Pablo perfila muy bien el carácter del hombre carnal. Él aún es un niño, espiritualmente hablando. No es capaz de asimilar la enseñanza espiritual; es proclive a los celos y a las disensiones. Las obras del cristiano carnal son mencionadas en Gálatas 5:19-21, y se pueden desglosar en cinco grupos. 1) Pecados que manchan el cuerpo; 2) comunicaciones pecaminosas con obras satánicas; 3) temperamento pecaminoso; 4) sectas y bandos religiosos; y, 5) lascivia.

El hombre espiritual. Watchman Nee resume así las características de un hombre espiritual. Ellas abarcan su espíritu, alma y cuerpo. a) La vida de Dios inunda toda su persona, de modo que sus componentes viven por la vida del espíritu y funcionan en la fuerza del espíritu. b) No vive una vida anímica (del alma). Todo pensamiento, imaginación, sentimiento, idea, simpatía, deseo y opinión ha sido renovado y purificado por el Espíritu Santo y ha sido sometido a su espíritu. c) En su cuerpo, el cansancio físico, el dolor y la necesidad no obligan al espíritu a caer de su estado ascendido. Cada miembro del cuerpo se ha convertido en instrumento de justicia.

Oswald Smith, en La Investidura del Poder, relaciona el hombre natural, el carnal y el espiritual con las tres etapas de la vida del pueblo de Israel, que es su representación y figura. Para el hombre natural es Israel en Egipto; para el hombre carnal es Israel en el desierto; para el hombre espiritual, es Israel más allá del Jordán.

En Egipto, la vida de Israel es de absoluta esclavitud, en que el trabajo es el único quehacer, y los gozos de la vida son una sombra puesta al servicio de Faraón. En lo material, él sufre de la esclavitud del trabajo; en lo espiritual, la esclavitud de los ídolos. El hombre se acostumbra tanto a este estado, que no conoce la voz de la libertad, ni tampoco acepta pagar el precio para obtenerla.

En el desierto, el hombre va con Dios; sin embargo, la ley deja al descubierto su pecaminosidad. Puesto en estrecho, desobedece, y es condenado a vagar cuarenta años. Israel no tiene horizontes, sino la muerte. No hay gozos duraderos, sino los que le permiten las circunstancias presentes. Vive por la vista y por los apetitos de su alma.

En Canaán, el hombre comienza el disfrute de las inescrutables riquezas de Cristo, sin restricciones. Ha vivido la circuncisión de sí mismo y del mundo. Ahora está libre de la ley, y, por tanto, ha entrado en el reposo que es Cristo. ¡Inefable gracia!

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