A juzgar por la forma como muchos viven, pareciera que la muerte es el fin de todo. Ellos hacen tesoros en la tierra, amontonan riquezas, buscan el placer, viven según el principio latino del carpe diem (coge el día).

Hay otros que saben que la muerte no es el fin, pero viven como si lo fuera. Ellos postergan buscar a Dios, esperando un mejor momento futuro, tal vez cuando sean viejos, y los placeres de la vida ya no les atraigan. Parece como si tuvieran la vida comprada y pudieran disponer de ella a discreción. Sin embargo, muchos de ellos mueren antes de lo pensado.

¿Qué dice la Biblia al respecto? La Escritura nos abre algunas ventanas al más allá. En ella se cuenta la historia de un rico cuya heredad había producido mucho. Se enriqueció tanto, que sus graneros se hicieron pequeños. Entonces dijo: «Los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate». Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto ¿de quién será?» (Luc. 12:13-21).

En otro lugar está la historia del rico y Lázaro, un pordiosero que se echaba a la puerta de aquél, pidiendo limosna. Ambos mueren, y sus almas no desaparecen ni duermen, sino que van a lugares muy definidos. Lázaro va al «seno de Abraham», en tanto, el rico va a un lugar de tormentos. Allí cada uno tiene una suerte muy diferente (Luc. 16:19-31). La historia de ambos no termina en el sepulcro.

En otro lugar se registra un episodio en que unos saduceos preguntan al Señor Jesús acerca de la resurrección de los muertos. Ellos no creen en tal cosa, pero el Señor les demuestra que sí existe la resurrección. De quienes resuciten el Señor dice: «No pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles», y luego añade: «Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven» (Luc. 20:27-38). La resurrección está más allá de la muerte.

La muerte no es el fin de todo. La Biblia dice, además, que «está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Heb. 9:27). En Apocalipsis se muestra el juicio ante el gran trono blanco, «delante del cual huyeron la tierra y el cielo». Juan dice: «Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos … y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras» (Ap. 20:11-12). El juicio de los hombres también viene después de la muerte.

Así que la muerte no es el fin; al contrario, ella puede ser recién el comienzo de verdaderos y grandes problemas para los que son incrédulos. Sin embargo, hoy está vigente la invitación para recibir la vida eterna, la cual se recibe gratuitamente por creer en Jesucristo (Rom. 6:23). Si alguien se pierde, no será por sus grandes pecados, sino por su incredulidad al evangelio de Dios.

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