La “Jornada de Oración por la Paz en el Mundo”: un esfuerzo del Papa por lograr una débil paz en un mundo incierto.

Desde la caída de las Torres Gemelas en Nueva York el mundo ha dado algunas extrañas vueltas.

Todavía nos persigue el 11 de septiembre. Las nubes de guerra y de amenazas de guerra se ciernen todavía sobre la humanidad. Cuando no bien se cierra el capítulo de Afganistán, surge de nuevo con enconados bríos el conflicto indo-paquistaní, en su lucha por Cachemira, armas atómicas mediante.

Pero ahora es el 11 empujando a los principales líderes religiosos del mundo a una Jornada de Oración por la Paz. Organiza el Vaticano, preside el Papa. Se convoca a todas las religiones del mundo. Se elige como sede la ciudad de Asís, en honor y memoria de Francisco, el ‘poverello” (pobrecillo), que vivió en el siglo XIII, y predicó la fraternidad en esa, su ciudad.

La Jornada fue preparada con esmero. Joaquín Navarro-Valls, director de la Sala de Prensa del Vaticano, declaraba en los días previos que los representantes de todas las religiones habían respondido con entusiasmo, y que se esperaba la presencia de unos 300 líderes. La jornada despertó también el interés de unos 860 periodistas de todo el mundo, de diversos medios de comunicación, incluso de la controvertida cadena de televisión “Al Jazeera”, la CNN del mundo árabe. Finalmente, fueron 250 los líderes presentes, pero la baja –que incluyó al arzobispo de Canterbury, de la Iglesia Anglicana y al Dalai Lama– se compensó por la llegada de algunas inéditas visitas, como la del Metropolita Pitirim, número dos del patriarcado ortodoxo de Moscú, y una numerosa delegación de 31 líderes musulmanes de 19 países.

Una intensa jornada

El cielo de Asís amaneció nublado el 24 de enero. Sin embargo, eso no impidió el cumplimiento del programa. Con el marco multicolor de las exóticas vestimentas de los invitados, y con la presencia de unos 3.000 fieles, se realizó la Tercera “Jornada de Oración por la Paz en el mundo”.

La ciudad de Asís ya había sido escenario de otras dos anteriores, en 1986 y 1993, aunque, según se dijo, ninguna con la trascendencia de ésta. Ahora estuvieron presentes altos dignatarios de religiones tan variadas como el judaísmo, budismo, tenrikyo, sintoísmo, jainismo, sijismo, hinduismo, zoroastrismo, animismo y religiones tradicionales africanas. Por supuesto, hubo también numerosos representantes de denominaciones cristianas.

El Papa se hizo presente con un imponente séquito de 33 cardenales, arzobispos y obispos, encabezado por el secretario de Estado, Angelo Sodano. Sentado en un trono rodeado por un caleidoscopio de figuras religiosas, el Papa comenzó su discurso diciendo: “Hemos venido a Asís en peregrinación de paz. Estamos aquí como representantes de las diversas religiones, para interrogarnos ante Dios sobre nuestro compromiso a favor de la paz, para pedirle ese don y para testimoniar nuestro anhelo de un mundo más justo y solidario.”

Luego del discurso, que fue seguido por miles de fieles a través de pantallas gigantes apostadas en sitios estratégicos, los líderes se distribuyeron por diferentes lugares de la ciudad, previamente señalados, para orar, cada uno según su ritual, “para no condescender con el sincretismo” – había anunciado el Papa.

La Jornada, que fue apoyada con la realización de varios eventos similares en varias ciudades del mundo, concluyó con la lectura de un “Compromiso por la paz”, leído en diez idiomas distintos. Este documento, encabezado por el Patriarca ecuménico Bartolomé I de Constantinopla, fue suscrito por otros 11 líderes. Al final, el Papa cierra el documento con el siguiente mensaje breve, pero vibrante: “¡Nunca más la violencia! ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más el terrorismo! En nombre de Dios, que toda la religión traiga justicia y paz, perdón y vida, ¡amor!”.

Al concluir la lectura, el Papa y los representantes colocaron cada uno una lámpara encendida en un trípode, el cual permanecerá en la basílica de San Francisco, en Asís, como recuerdo del histórico encuentro.

Almuerzo en el Vaticano

En un gesto sin precedentes, una vez concluida la Jornada, el Papa les invitó a un almuerzo en el Vaticano para el día siguiente. Según fuentes cercanas, ni siquiera los obispos en los Sínodos disfrutan de semejante lugar en su comida de clausura con el Papa. En efecto, el almuerzo se realizó en uno de los salones más bellos del Vaticano, la Sala Ducal del Palacio Apostólico, decorado regiamente por artistas del siglo XV y restaurado por Gianlorenzo Bernini en el siglo XVII. En el salón se instalaron diez mesas con invitados, mientras que el Papa, con doce patriarcas, se sentó en una mesa central al fondo de la sala. La comida ese día fue también inusual, ya que consistió en un menú estrictamente vegetariano y sin alcohol, para respetar las tradiciones alimentarias de todos. “A pesar de nuestras diferencias –dijo el Papa en su bienvenida– estamos sentados en esta mesa, unidos en el compromiso de promover la causa de la paz.”

A la hora de las evaluaciones, “La Jornada de Oración por la Paz en el mundo” fue considerada por fuentes del Vaticano como “el encuentro de líderes religiosos más representativo de la historia”, y “el encuentro ecuménico más importante de todos los tiempos”, ya que nunca antes habían participado en este tipo de iniciativas líderes cristianos de todas las confesiones.  La Jornada significó también un éxito en otro sentido, porque fue el cumplimiento de un acariciado sueño del Papa: un encuentro ‘pancristiano’ que quiso celebrar en el año 2000, pero sin éxito. “Paz” y “unidad” parecen ser las principales preocupaciones del Papa en estos momentos, cuando ya debe estar pensando que tal vez sean los últimos de su Pontificado.

Algunas preguntas y respuestas

A los ojos de muchos, los esfuerzos del Vaticano por promover la paz en el mundo deben parecer loables. No en vano el Señor Jesús dijo: “Bienaventurados los pacificadores …”. Todos entienden que uno de los grandes papeles sociales que debe desempeñar la religión es promover la paz, porque ella está en el cimiento de un mundo estable. Por eso, el Papa ha dicho: “Hemos puesto un hito en el camino de la construcción de la civilización de la paz y del amor.” En la teología católica, el propósito del evangelio es construir un mundo de paz y amor, un mundo sin guerras, que sea expresión del reino de Dios sobre la tierra.

Pero esto que parece tan noble y altruista, que resulta humanamente tan digno de encomio, ¿resiste el examen de las Sagradas Escrituras? ¿Hay base bíblica para soñar con un mundo de paz y amor, un mundo sin guerras, que sea fruto de la buena voluntad del hombre?

Las miles de guerras en la historia de la humanidad, y las guerras existentes hoy en día, parecen no ser suficientes para demostrar que el mundo tiene una naturaleza irreductible, y que el hombre es incapaz de mejorarlo. ¿Podemos esperar que el mundo alcance la paz? ¿Podemos esperar que tengan éxito los religiosos del mundo en la construcción de un paraíso sobre la tierra? ¿Hay base bíblica para orar por la paz del mundo, y para esperar “la construcción de la civilización de la paz y del amor?” Si miramos las Escrituras, encontramos un panorama bastante menos optimista que el que surge de las aspiraciones del Vaticano. El Señor Jesús, en unas palabras que no dejan lugar a dudas, dijo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo.” Jesús pudo haber echado mano a las legiones de ángeles y haber instaurado su reino entonces, evitando la cruz. Pero ese no era el camino señalado por el Padre. Sin embargo, muchos cristianos parecen insistir en instaurar ahora (sin él) el reino de Cristo en el mundo, contra los deseos del mismo Cristo.

Ellos parecen ignorar que el mundo está constitutivamente mal. Parecen ignorar que Cristo no instaurará su reino en medio de un mundo que el hombre echó a perder. Un mundo que, por estar en manos de hombres impíos, no conocerá la paz ni el amor. Cuando llegue la hora de establecer el reino de Cristo en el mundo, lo hará él mismo, sin la mano del hombre. (Mateo 24:30).  En ninguna parte las Escrituras nos llaman a orar por la paz del mundo. El mismo Señor dijo en aquella oración de Juan 17: “No ruego por el mundo” , y, en aquellas palabras proféticas dichas poco antes de ir a la cruz, nos enfrenta con la cruda realidad: “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino …” (Lucas 21:10). “Y cuando oigáis de guerras y de sediciones, no os alarméis; porque es necesario que estas cosas acontezcan …” (Lucas 21:9). Y, en un contexto más íntimo, el Señor dijo a sus discípulos: “En el mundo tendréis aflicción …”

El llamado a orar por la paz en el mundo, con la participación de todas las religiones, y el llamado a luchar por la instauración de una civilización de la paz y del amor en el mundo, deja al descubierto un total desconocimiento de la naturaleza del mundo, de la voluntad de Dios respecto de este tiempo final, de la naturaleza del reino de Cristo, del papel de la Iglesia en el mundo, de lo abominable que son para Dios los “otros caminos”, y de lo indigno que es poner a los creadores de religiones en el mismo plano del Señor Jesucristo, el único Hijo de Dios, en quien él tiene complacencia.

¿Ignorancia? ¿Política? ¿Diplomacia? ¿Afán de hegemonía? El lector tiene ya algunos elementos de juicio, y podrá juzgar por sí mismo.