Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.

– 2 Cor. 3:18.

¿Qué es lo que motiva a los creyentes para vivir hoy? ¿Nos estamos guiando por unos cuantos conceptos de moralidad para hacer lo que es bueno y no hacer lo malo?  En verdad, si no tocamos al Dios vivo y no entramos en comunión real con él, nada ni nadie nos podrá sostener.

La carne se puede levantar con mucha fuerza. El llanto de una madre no es suficiente. El consejo amoroso de un padre tampoco. Aun así el hijo se descarría, aun así la hija se va. Ni aun la enseñanza bíblica te podrá salvar en la hora de la tentación, cuando tus pasiones se levantan. Nada ni nadie te puede salvar, a menos que tú toques de verdad al Señor.

Si no nos encontramos cara a cara con Aquel que todo lo conoce, si no entramos en un contacto vivo con el Señor, ¿quién nos sostendrá, qué consejo nos podrá guardar? Necesitamos que nuestros ojos se abran como los de Job. Necesitamos subir al monte, como Moisés, y estar cara a cara con Dios. Solo la realidad de la comunión que tuvo Moisés lo capacitó para vivir aquellos días terribles.

Sin embargo, siendo gloriosa la experiencia de Moisés de recibir las instrucciones de Dios y de tener una impresión directa del Dios todopoderoso, hay todavía reservada una gloria mayor. En el Nuevo Pacto aparece la gloria más eminente, la gloria que permanece, la cual es Cristo.

“Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos…”. Antes era un solo hombre, ahora somos todos nosotros. ¡Bendita gloria es ésta!

La gloria de Moisés se extinguió en el tiempo; Israel volvió a ser un pueblo cautivo. ¡Pero bendita sea la gloria más eminente que ha llegado a todos los que somos de Cristo! “Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria, por la acción del Señor que es el Espíritu”  (NVI).

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