Mucho dolor hay, sin duda, en el mundo. De diversas maneras hiere la vida de los hombres, sumiéndoles en la desdicha. Muchos piensan que nadie sabe de la magnitud de sus sufrimientos, que a nadie le interesa que ellos padezcan.

El dolor es inevitable, es un ingrediente de nuestra vida terrenal, cuyo propósito es hacernos ver nuestra precariedad y producir en nosotros un vuelco hacia Dios.

El pensador inglés C.S. Lewis ha dicho: “Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores”. Hay algo que Dios busca decirnos desde hace tiempo, pero no le prestamos oído. Muchos dolores hemos sufrido, pero rara vez nos preguntamos qué quiere decirnos Dios con ellos.

Dios nos ha hablado de muchas maneras; pero, a través del dolor, él nos está alertando acerca del peligro que corremos si no nos volvemos a él. En el mundo hay muchas voces que quieren hacerse oír. Pero, ¿podemos oír, entre todas ellas, la voz de Dios?

Dios nos llama a hacer un alto en nuestra vida para pensar en las cosas eternas. Mucho hemos invertido en las cosas de esta vida, sin atender aquello que realmente necesita nuestra alma. El alma se entretiene en lo que no sacia, y se afana en lo que perece.

Dios quiere salvarnos. Por eso, él envió a su Hijo al mundo, para que el mundo sea salvo por él. Jesucristo murió en la cruz por nosotros, derramó su sangre para limpiar nuestros pecados y reconciliarnos con Dios. Es preciso creer en el Hijo de Dios y recibirle en el corazón para que él produzca un cambio en nuestra vida.

Dios nos ama de tal manera que aun utiliza nuestros sufrimientos para atraernos. Amigo lector, que su dolor no sea en vano. Oiga lo que Dios le está diciendo y vuélvase a él.

“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom. 10:8-9).

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