Cómo creen, sufren y crecen los cristianos vencedores.

Un olvido importante

Yo conocí a Jesucristo cuando tenía doce años de edad, en un campamento cristiano y estoy eternamente agradecido a aquellos que me explicaron cómo Él murió en la cruz para que mis pecados pudieran ser perdonados. Francamente, era la primera vez que yo había oído una explicación bien clara sobre este hecho … Pero siento una cosa. Olvidaron decirme que Cristo, el que murió por mí, resucitó para vivir en mí. Si ustedes conducen a un muchacho a aceptar sinceramente a Cristo, pero olvidan esto, ¿cómo va a vivir la vida cristiana?

En aquel campamento me dieron una serie de reglas acerca de cómo yo debía vivir la vida cristiana. Me fue dicho todo, pero yo continuaba en la ignorancia de que el Señor Jesús resucitó de los muertos para compartir su vida conmigo, y todo lo que yo podía hacer en mi ignorancia era movilizar mis propios recursos y tratar de vivir según las enseñanzas de la Biblia.

A los diecinueve años estaba acabado, frustrado. Fue entonces cuando caí de rodillas y dije: «Señor, lo siento. Te amo; jamás he dudado de que soy redimido. Pero es evidente que no estoy dotado de lo que se necesita para servirte. No estaría bien que fuese al Africa, como deseo. No estaría bien engañar a los amigos que quieren sostenerme; no estaría bien engañarte a ti, Dios, porque mi labor sería un fracaso rotundo; también, para ser honesto, estaría mal conmigo mismo. Te amo; si hay alguien que posee las cualidades que hacen falta, le sostendré, pondré dinero en la ofrenda, y estaré dispuesto a ayudarle. Pero no cuentes conmigo. Lo dejo.» Y fue entonces cuando casi le escuché con un suspiro de alivio. En el momento en que le dije al Señor que lo dejaba, Él dijo: «Gracias, es lo que he estado esperando durante siete años. Porque durante siete años has estado intentando vivir por mí con la más total dedicación una vida que sólo yo puedo vivir a través de ti».

En aquel momento, de verdad, la Biblia se me abrió de para en par. Los versículos que conocía, que sabía de memoria y sobre los cuales había predicado, de pronto cobraron sentido. Para mí el vivir es Cristo. No trabajar para Cristo. No movilizar mis recursos para Cristo; no predicar a Cristo, ni siquiera ser un misionero o un evangelista para Cristo. Sino que, en toda mi sublime y mística simplicidad, para mí vivir es Cristo. El es mi vida. Estar vivo es Cristo, y permanecer vivo es Cristo (Gál.2:20).

La fe es algo que la mayoría de los hermanos no comprende. La fe no se demuestra por lo que hago para Él. Mi fe tiene que demostrarse por lo que, en respuesta a mi fe, en fidelidad, Él hace por mí. Es hermoso comprenderlo claramente.

Ian Thomas, en Entre dos fuegos.

No fue un castigo

En los salmos se nos dice que Dios no trata con nosotros conforme a nuestros pecados e iniquidades. Mi accidente no fue un castigo por mis errores, lo mereciera o no. Sólo Dios sabe por qué quedé paralizada. Creo que Él sabía que sería mucho más feliz sirviéndole a Él que de cualquier otra forma. Es difícil de saber en qué dirección habría ido mi vida si yo hubiera estado sobre mis pies. Quizá hubiera sido arrastrada por la corriente de la vida – casada, quizá incluso divorciada – insatisfecha y desilusionada. Cuando estaba en la escuela secundaria reaccioné ante la vida con egoísmo y nunca me preocupé por los valores más permanentes. Vivía para cada día y para el placer que me apetecía, y casi siempre a expensas de otros.

Joni Eareckson, en su libro Joni, luego de un accidente
que la dejó cuadrapléjica siendo una adolescente.

Influencia de dos jóvenes obreros

Fue cuando Stanley Smith y Carlos Studd se hospedaban en nuestra casa que inicié la etapa más importante de mi vida. Anteriormente, yo había sido un creyente precipitado e inconstante; unas veces ardía de entusiasmo, para después estar triste y desanimado durante días enteros. Percibí que esos dos jóvenes poseían algo que yo no tenía, algo que era para ellos una fuente perenne de serenidad, fortaleza y gozo. Nunca me olvidaré de una mañana del mes de noviembre. Nacía en ese momento el sol, y su luz penetraba por la ventana iluminando mi aposento, donde yo me encontraba meditando sobre las Escrituras desde la madrugada. La plática que tuve entonces con aquellos dos jóvenes fue suficiente para influir el resto de mi vida. ¿Acaso no debía yo hacer lo mismo que ellos habían hecho? ¿No debía ser yo también un vaso, aunque sea de barro, para el uso del Maestro?

F.M.Meyer, en Biografías de grandes cristianos, de Orlando Boyer.

Humanamente inexplicable

He visto cristianos con cadenas pesando 25 kgs. en sus pies, en las cárceles comunistas, torturados con atizadores al rojo y en cuyas gargantas habían forzado cucharadas de sal, para luego negárseles el agua. Hambrientos, azotados, sufriendo frío y orando con fervor por los comunistas. ¡Esto es humanamente inexplicable! Es el amor de Cristo que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

Richard Wurmbrand, en Torturado por Cristo.

Una vida nueva

Muy a menudo, en mis tiempos de necesidad, consideraba a Cristo como un Ser aparte, nunca vinculándole con las cosas de que sentía tanta falta. Durante dos años anduve palpando en la oscuridad, procurando reunir todo ese cúmulo de virtudes que yo consideraba comprendían el total de la vida cristiana, sin adelantar nada.

Fue entonces, un día del año 1933, que fui iluminado por luz celestial, y vi a Cristo ordenado por Dios para ser mío en su plenitud. ¡Qué diferencia! ¡Qué huecas resultaron ser las ‘cosas’, las virtudes en sí, que antes tanto ansiaba tener!

Aparte de Cristo son cosas muertas. Darnos cuenta de esto, será como empezar una vida nueva. Desde entonces nuestra santidad se escribirá con una S mayúscula y nuestro amor con una A mayúscula. Cristo mismo en nosotros es la respuesta a todas las demandas divinas.

Watchman Nee, en Sentaos, andad, estad firmes.