…hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas…».

– Hechos 3:21.

Mucho se habla sobre la restauración; sin embargo, a menudo olvidamos de dónde empezó la caída y de dónde Dios empezará a restaurar. Cuando Dios creó todas las cosas, vio que toda su creación, el hombre y la mujer, todo era muy bueno, hasta que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte (Rom. 5.12). Satanás, la serpiente antigua, pasó a ser el príncipe de este mundo, a tener el imperio de la muerte, y el mundo vino a estar bajo el poder del maligno.

Enseguida vemos un abismo llamando a otro abismo: muerte en la familia, bigamia, grandes ciudades, orgías, guerras, hasta que vino la corrupción total (Gén. 6:5). Dios envió el juicio sobre la tierra, pero salvó a ocho almas. Generaciones pasaron después: la ascensión y caída de Israel, la ascensión y caída de la iglesia del Señor, hasta nuestros días.

En la plenitud de los tiempos, vino nuestro Señor Jesús, y el Padre reunió en él todas las cosas, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. Él consumó todas las cosas. Murió, resucitó y se sentó a la diestra de la majestad en las alturas, por sobre todo principado y autoridad, y por sobre todo nombre que se nombra (Ef. 1:21). El cielo lo recibió hasta la restauración de todas las cosas; entonces él volverá, y todo esto Dios lo habló por boca de sus profetas desde el principio.

Pero, ¿por dónde empezó la caída? Por un hombre, como nos enseña la Palabra. La restauración del Señor comienza por la salvación del hombre, por la regeneración (Stgo. 1:17-18). La salvación se inicia por una persona, pero se extiende después a toda familia: «Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham» (Luc. 19:9).

Después de la caída del hombre, vemos a la familia siendo alcanzada. Si la familia está destruida y permanece así, no hay cómo restaurar las otras cosas. Dios primero salva a un individuo y después, a través de esa persona, extiende la salvación a toda su casa. No podemos participar de la restauración del Señor en las otras cosas si en nuestra casa aún hay personas que están bajo la potestad de las tinieblas. La bendición de Abraham es para todas las familias de la tierra (Gén. 12:3).

La promesa del Espíritu es para nosotros y para nuestros hijos (Joel 2.28-29). Es promesa del Señor restaurar todas las cosas hasta que Jesus venga. Él empezó por nosotros, y ahora la extenderá a nuestra familia; después al testimonio a través de la iglesia, el gobierno, los cielos, la tierra y todas las cosas. «Separados de mí, nada podéis hacer», dijo nuestro Señor. Él no es hombre para que mienta.

115