En Mateo 11:1-19, Juan el Bautista muestra un rasgo muy humano. Pese a ser un hombre muy fuerte, con un ministerio muy confrontacional, aquí muestra una gran debilidad. Él llega a dudar acerca del mesianismo de Cristo. «¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?».

Esto no es una debilidad menor, si consideramos que Juan fue quien presentó a Jesús a la nación de Israel diciendo:«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo», quien le bautizó y recibió del mismo cielo la confirmación de que éste era el Hijo de Dios.

Sin embargo, ahora Juan está en la cárcel, muy próximo a su trágica muerte. En la cárcel no hay nada consolador ni alentador, solo penurias y sinsabores. En ese lugar, la fe de Juan se debilita, y mucho de lo que él ha visto, lo olvida.

Todo hijo de Dios sabe lo que esto significa. Después de los días de gloria, suelen venir días oscuros y depresivos. Las verdades ayer tan claras, se vuelven desvaídas y borrosas, como sin relieve ni contenido. Entonces, es preciso aferrarse a las antiguas certezas, y en esa búsqueda caemos en contradicciones como las de Juan. ¿Será o no será? ¿He estado viviendo realidad o solo soñando?

Si en ese momento fuésemos juzgados con todo el rigor de la ley de Dios, seríamos condenados sin apelación. El martillo del juez caería sobre nosotros y seríamos enviados a las mazmorras del infierno. Pero, ¿hace así Dios?

Veamos cuál es la reacción del Señor Jesús ante la pregunta de Juan. Él muestra a los enviados de Juan, con hechos milagrosos, el cumplimiento de la profecía de Isaías acerca de él. Sana a los ciegos, a los cojos, los leprosos, los sordos, resucita muertos, y anuncia el evangelio a los pobres. ¡Es la profecía centenaria que se cumple ante sus propios ojos! El pobre Juan, profundo conocedor de los profetas, tendría así una prueba concluyente del mesianismo de Jesús.

Pero, luego que los enviados de Juan se van, él comienza a hablar de su fiel siervo dubitativo. Él no tiene una palabra de recriminación, sino de elogio. Dijo que Juan era más que profeta, que era su mensajero, el mayor entre los nacidos de mujer, que era el Elías anunciado por los profetas.

El Señor cubre la desnudez de Juan ante las multitudes, y le cubre con manto de justicia. Él hace siempre así con sus seguidores. No ve sus errores y debilidades, sino la justicia de Dios en ellos, tal como le fue mostrado Israel a Balaam. O como el autor de Crónicas ve a David, sin la falta con Betsabé.

¡Oh, el poder de la bendita sangre, que borra tan eficazmente los pecados! ¡Oh la justicia de Dios, tan amplia y perfecta! Para las acusaciones basta el enemigo; para las recriminaciones bastan los hombres. El Señor pone un manto de justicia a sus amados, los cuales no muestran imperfección ninguna (Sal. 132:16).

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