Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”.

1 Juan 1:9.

Cuando el creyente peca, la comunión se interrumpe y el gozo se pierde hasta que viene al Padre en juicio propio, confesando sus pecados. Entonces el creyente sabe que es perdonado, porque la Palabra de Dios así lo declara en 1 Juan.

Recuerda siempre que no hay nada tan fuerte como el vínculo de la relación y nada tan tierno como el vínculo de la comunión. Todo el poder de la tierra no puede cortar la relación, pero un motivo impuro o una palabra dicha fuera de lugar romperán la comunión.

Cuando descubras que has perdido el gozo de tu salvación, humíllate ante Dios, averigua qué te ha hecho perder la alegría y confiesa ese pecado a Dios, tu Padre. Sin embargo, nunca debes confundir tu seguridad con tu gozo.

Podemos ilustrar esta verdad así: La luna estaba llena y brillaba con un resplandor plateado más que ordinario. Un hombre miraba atentamente un estanque profundo y tranquilo, donde vio reflejada la luna. Le comentó a un amigo: “¡Qué hermosa está la luna esta noche! ¿Alguna vez la habías visto tan brillante y llena?”.

De repente, el amigo arrojó una piedrecita al estanque. Entonces el hombre exclamó: “¡Eh, ha pasado algo! La luna se ha roto en pedazos”. “No seas tonto”, comentó su amigo. “¡Mira hacia arriba, hombre! La luna no ha cambiado nada. Lo que ha cambiado es el estado del estanque que la refleja”.

Aplica esta sencilla ilustración. Tu corazón es el estanque. Cuando no hay maldad, Dios te revela las glorias y maravillas de Cristo para tu consuelo y gozo. Pero en el momento en que un motivo equivocado viene a ti o una palabra ociosa escapa de tus labios sin ser juzgada, el Espíritu Santo comienza a perturbar el estanque, tu corazón. Entonces tus experiencias felices se hacen pedazos, y estás inquieto y perturbado hasta que vienes a Dios y confiesas tu pecado. Solo entonces puedes ser restaurado a la calma, a la dulce alegría de la comunión con Dios.

690