La restauración de todas las cosas, como nos dice Hechos 3:21, con toda certeza Dios la cumplirá, pues para esto el cielo recibió a nuestro Señor Jesús, lo cual fue dicho por la boca de los santos profetas desde el principio. Y se cumplirá, porque fue Dios quien lo dijo. Mas, la restauración comprende todas las cosas, incluso nuestra vida personal. Jesús empezó esta obra en la cruz del Calvario, donde se tornó en el último Adán, crucificando con Él a nuestro viejo hombre (Rom. 6:6). Perdonó nuestros pecados por su sangre y nos resucitó juntamente con Él, haciéndonos nacer de nuevo para una esperanza viva (Ef. 2:5-6; 1 Pedro 1:3).

Haciendo un paralelo, vemos que nuestra vida personal acompaña la restauración desde el tiempo de la Reforma iniciada por Martín Lutero hasta los días de hoy. Esta obra de restauración, consumada por Cristo en la cruz, empieza en nosotros por la justificación por la fe (Rom. 5:1-2).

Después de Lutero vemos a Juan Calvino, el cual hizo a la Iglesia de nuestro Señor regresar nuevamente a la visión teocéntrica y cristocéntrica. Es necesario que nuestra visión sea cambiada del hombre hacia Dios; pues todo proviene de Dios, de nuestro Padre (Juan 6:44-45).

Después de Juan Calvino, a mediados del siglo XIX vemos el clamor de la iglesia buscando un avivamiento personal para una vida santa. Y la iglesia fue despertada para la santificación por la fe. La justificación por la fe nos lleva a la regeneración, y la santificación por la fe a una transformación, una renovación por el Espíritu Santo (Rom. 6:11-14).

A fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, sin citar nombres, vemos al Espíritu de Dios restaurando ahora el testimonio de la glorificación por la fe, revelando que la obra de nuestro Señor además de una gloria personal, trae también una gloria colectiva. Fuimos justificados, santificados y glorificados en nuestro Señor Jesucristo en aquella cruz, y ahora, de fe en fe, nos ha sido revelada la justicia de Dios a través del evangelio.

La justificación por la fe nos trae regeneración; la santificación, transformación, y la glorificación por la fe, la transfiguración (2 Cor. 3.18). Ésta es la salvación completa que el Señor realizó en aquella cruz, que comprende nuestro espíritu, alma y cuerpo.

La glorificación por la fe culmina nuestra glorificación personal con la glorificación colectiva. Cristo en nosotros es la esperanza de la gloria, pero la gloria que nos fue dada es para que seamos uno (Juan 17:22).

Si la restauración del testimonio del Señor a través de la iglesia no ha sido una realidad en nosotros, tenemos que regresar a la justificación por la fe, para que a partir de allí, nuestra visión sea santificada. Que avancemos en nuestro caminar y alcancemos por la fe la renovación por Espíritu Santo, para una vida verdaderamente libre del pecado; sirviendo al Señor sin temor, en santidad y justicia todos los días de nuestra vida (Luc. 1:74-75).

La glorificación por la fe, el vivir por la fe y en amor para crecer como iglesia, solo será posible si nuestra vida personal es una realidad en lo que respecta a la justificación y santificación por la fe.

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