«Poned la mira en las cosas de arriba», nos aconseja el apóstol. Y la palabra de nuestro Señor nos indica repetidas veces lo que debemos mirar y lo que no debemos mirar.

Cuando uno de nuestros sentidos capta una determinada información, inmediatamente la transmite a nuestra mente y a nuestro corazón. Por ejemplo, cuando vemos un plato de comida, aunque el hambre no sea tan apremiante, si el plato es apetecible, lo vemos y lo deseamos (causa-consecuencia). Lo que entró por nuestra vista se ha convertido ahora en un deseo. Todos sabemos lo que pasó con Esaú, después que vio el plato de legumbres que había preparado su hermano Jacob, lo deseó y no dudó en cambiarlo por su primogenitura.

¡Por eso es que debemos poner mucha atención en donde fijamos nuestra vista! Los ojos no solo ven, también desean (1 Juan 2:16). Es decir, primero miramos y luego ponemos nuestro corazón allí (Prov. 24:32). Por eso nuestro Señor pone tanto énfasis en lo que debemos mirar (2 Cor. 4:18), y a la vez es tan severo con lo que no debemos mirar (Núm. 15:37-39).

Desde el comienzo el deseo del corazón del Señor era que le mirásemos a él. Por eso es que en el huerto del Edén puso el árbol de la vida (que era Cristo mismo) para que el hombre lo mirara y lo deseara. Pero Eva miró el árbol del bien y del mal y vio que su fruto era bueno, y lo deseó. Bueno, las consecuencias ya las conocemos.

Las consecuencias serán positivas o negativas según lo que miremos. En el Salmo 34:5 dice que los que miran a Jehová serán alumbrados y sus rostros no serán avergonzados. En Santiago 1:25 dice que el que mira en la perfecta ley es bienaventurado, pero en Isaías vemos un «ay» para los que no miran a Jehová. Zacarías 9:1 nos dice que a Jehová deben mirar los ojos de los hombres, que el que fija su vista en otras cosas, es un adúltero (Oseas 3:1). Así de grave es desviar nuestra mirada. El Señor al cual servimos es fuerte y celoso y nos ama y anhela celosamente.

Una vez que comenzamos esta carrera debemos fijar nuestra mirada en Cristo, sin desviarla, pues el que toma el arado y mira hacia atrás «no es apto» para el reino (Luc. 9:62). La mujer de Lot miró hacia atrás y se convirtió en estatua de sal; fue descalificada de la carrera.

Seamos como Moisés, que dejó Egipto y despreció todas sus riquezas, porque tenía su mirada fija en el galardón. Por la fe lo dejó, porque se sostuvo «como viendo al Invisible». Nuestra mirada debe centrarse en Cristo. Mirándole a él somos transformados en su misma imagen (2 Cor. 3:18), y cumplimos así el gozo de su corazón.

Así como Jesús el autor y consumador de la fe, por el gozo puesto delante de él (su amada, la iglesia) sufrió el menosprecio y el oprobio, nosotros, teniendo este gozo por delante, «nuestro galardón», sigamos firmes y adelante.

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