Un nuevo y gran descubrimiento sacude a la humanidad. A diferencia de otros de esta era, no tiene que ver con el mundo físico, sino con el hombre, con su configuración esencial. En este delicado terreno, ¿cuáles son los límites de lo permitido y lo vedado?

“Estamos aprendiendo el lenguaje con que Dios creó la vida humana”, dijo muy ufano Bill Clinton, el Presidente de los Estados Unidos de América ese día. “Este es el primer gran triunfo tecnológico del siglo XXI”, afirmó poco después Tony Blair, Primer Ministro de Gran Bretaña. Era el 26 de junio del año 2000. Con estas rimbombantes palabras y en medio de un gran despliegue periodístico, el Presidente norteamericano y su par inglés anunciaron al mundo lo que es considerado el hito científico más importante del siglo XXI, comparado con la llegada del hombre a la luna, o el descubrimiento de la penicilina.

¿De qué se trata este importante hito? Se trata de la obtención del primer borrador del genoma humano. Para muchos, este es un lenguaje incomprensible. Sin embargo, aunque es un intrincado asunto, se puede explicar en palabras más simples.

El Proyecto Genoma Humano

El proyecto genoma humano (HGP, por sus iniciales en inglés) se inició oficialmente en el año 1990, con la participación de más de un millar de científicos y técnicos de 16 laboratorios de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Canadá, Alemania, China y Japón. El HGP se considera la empresa pública más costosa y ambiciosa jamás emprendida por la Biología.

El objetivo del Proyecto es tratar de descifrar el mapa genético de la humanidad.

La Genética es aquella parte de la Biología dedicada al estudio de los mecanismos de la herencia en seres humanos, animales y plantas. Ya en el año 1866, el monje moravo George Mendel hizo los primeros importantes avances en la genética al publicar sus experimentos de fecundación cruzada entre distintas variedades de arvejas. Este fue el primer paso para llegar a desembocar actualmente en lo que está haciendo la Ingeniería Genética con vegetales y animales: el diseño de alimentos “transgénicos”, es decir, aquellos cuya semilla ha sido intervenida (o manipulada) para obtener especies más resistentes o productivas, y de animales con ventajas comparativas en la producción de carnes, leche, etc.

La intención de los científicos con el HGP es llegar a conocer los detalles de la información contenida en el material hereditario de los animales, y, principalmente, del hombre.

Cada célula animal contiene cromosomas (el hombre posee 23 pares de cromosomas) y cada cromosoma contiene miles de genes y la base de los genes es el famoso ADN (ácido desoxirribonucleico); la forma como están ordenadas las bases del ADN determina el tipo de caracteres que serán transmitidos cuando la célula se reproduzca (1) . Aquí estamos ante el código genético, es decir, ante la “fórmula” de cómo está constituida una persona. En definitiva, es una especie de libro con las instrucciones de la vida. A esto se le llama el genoma humano.

El conjunto de genes en un hombre sumaría unos 100.000. Estos genes son los responsables de las características heredadas de cada persona, y del comportamiento que las distintas células tendrán durante toda la vida. Si el hombre llegara a comprender cabalmente su genoma podría fácilmente intervenir el código genético y manipularlo a su antojo.

La manipulación genética

En 1982, dos grupos de investigadores norteamericanos obtuvieron unos ratones gigantes por inyección del gen de la hormona del crecimiento de rata en óvulos recién fecundados. En 1999, Joe Tsien de la Universidad de Princeton (USA) obtuvo un ratón más inteligente que el resto tras manipular uno de sus genes implicados en la actividad neuronal relacionada con la memoria.

Estos experimentos dan una pauta: se puede identificar el gen responsable, ya sea del crecimiento o de la memoria, y al manipularlos, se puede obtener una especie mejorada, superior a la natural. Cabe preguntarse si los resultados serán siempre para bien.

Consecuencias buenas … y otras no tanto

¿Qué consecuencias podría traer esta manipulación aplicada a seres humanos? Hasta el momento, esta manipulación parece haber arrojado algunos efectos positivos para la medicina, en el tratamiento de algunas enfermedades difíciles. Ya se han identificado los genes responsables de más de 20 enfermedades hereditarias, como la hemofilia, la fibrosis quística, algunas enfermedades renales, el mal de Alzheimer, y algunos tipos de cáncer, entre las más conocidas.

No obstante, cabe preguntarse: Estos logros ¿son capaces de justificar los evidentes riesgos que presenta la manipulación genética? Es innegable que la gran mayoría de los avances de la ciencia y la tecnología han traído mucho beneficio a la humanidad. Seguramente también el estudio del genoma humano puede traer grandes beneficios al hombre, sobre todo en el ámbito de la medicina. Es posible que la terapia génica sea la medicina del futuro, y que, al modificar los genes que nos predisponen a una determinada enfermedad se pueda lograr hombres más sanos y fuertes. Los exámenes de ADN son muy útiles también para identificar víctimas y victimarios en la Medicina legal.

Pero junto con los beneficios son inevitables los riesgos. Como bien lo plantea un periodista: “¿Hasta qué punto será deseable que nuestra especie conozca su estructura biológica en profundidad y que se le entregue a la ciencia el poder de alterarla?” (2) .

Uno de los riesgos sobre los que se está legislando es que el conocimiento de la estructura genética de un individuo podría discriminarlo de un trabajo o del acceso a un sistema de seguros, si se descubre por esta vía que es propenso a tal o cual enfermedad. Esto ya está ocurriendo en Estados Unidos de América.

Por otra parte, ¿qué pasaría si esta información es usada en un futuro cercano por manos inescrupulosas para retirar o agregar características según al hombre mejor le parezca, con el fin de obtener una raza de superhombres? ¿Y si resultan super monstruos?

Un problema ético

Un periodista chileno escribió: “Así como en la Biblia, la serpiente tentó a Eva, señalándole que ‘el día en que comáis del árbol de la ciencia se abrirán vuestros ojos y os haréis como dioses’ así justamente se están sintiendo hoy muchos científicos.” (3).

En efecto, con estos estudios, el hombre se acerca a su antiguo anhelo de ser como Dios, conociendo el bien y el mal. Pero la historia del hombre ha demostrado más que suficientemente, que éste conoce el bien, pero que no tiene el poder para realizarlo; que conoce también el mal, pero es incapaz de evitarlo. ¿Cuántos milenios de barbarie tuvieron que pasar para que (hace apenas poco más de 50 años atrás) se llegara a redactar la Declaración Universal de los derechos Humanos?

Tras el proceso de Nuremberg (después de la Segunda Guerra Mundial) recién vinieron a conocerse los horribles ensayos llevados a cabo por médicos nazis en los prisioneros de los campos de concentración. Desde entonces, ha surgido la preocupación por establecer códigos que regulen el trabajo de las ciencias cuando caen en el terreno de la dignidad humana.

Así surgió una disciplina que unió la biología con la filosofía –la Bioética–, que ha procurado establecer las bases morales sobre experimentación en el hombre. La gran pregunta que se hace esta nueva disciplina es: “¿Es ético que se deba hacer todo lo que técnicamente se puede hacer ?”

Se supone que este Código de ética es respetado hoy en día por toda la comunidad científica. Pero aquí es donde surgen legítimas aprensiones, por cuanto los científicos son hombres sujetos a grandes presiones, y aun a pasiones, como todos. Además, ¿cuánta experimentación científica que se realiza en el mundo resulta inaccesible para los entes reguladores, sean de los gobiernos, sean de los mismos Centros de Investigación?

Estos descubrimientos están poniendo en manos de la ciencia –en realidad, de los científicos– herramientas poderosísimas, cuyo uso y consecuencias es imposible predecir.

El hombre ha demostrado fehaciente-mente durante su breve historia sobre el planeta, que no es un buen administrador de los recursos que Dios ha puesto en su mano, y que, a la hora de administrar el conocimiento que ha logrado, tampoco lo ha hecho bien. ¿No hay algunos claros signos que demuestran esto ante nuestros propios ojos? ¿Cómo es que el hombre no logra frenar el avance de la ruptura de la capa de ozono? ¿Cómo es que no logra producir los necesarios equilibrios ecológicos –por usar su propio lenguaje– que le aseguren la preservación de la vida sobre la tierra? Ante cada imperativo moral surgen un sinfín de intereses comerciales y políticos que hacen difícil el imperio de la razón, de la ética o de los principios divinos ampliamente conocidos.

Un problema espiritual

Por otro lado, es en extremo riesgoso que el hombre se entrometa en los secretos de Dios. En el Salmo 139:16 leemos: “Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas.” Esta sencilla declaración, escrita aproximadamente 3000 años atrás, calza perfectamente con la científica descripción del genoma humano. (“Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios, cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos”. Romanos 11:33). ¡Evidentemente hay un material genético escrito en el libro de Dios, donde están registradas las claves de la personalidad de cada hombre! ¡Dios determinó la configuración genética, caracterológica de cada ser humano! Pero, ¿es válido y lícito que el hombre las altere, y aun las determine? ¡Dios, en su sabiduría infinita, diseñó nuestra conformación sicológica y física! ¿Lo haremos mejor nosotros?

Las Sagradas Escrituras nos enseñan, además, que cuando Dios creó al hombre tuvo en mente a su Hijo Jesucristo. En efecto, cuando Dios creó a Adán lo hizo conforme a un modelo, y ese modelo es Cristo (Gén.1:26; Col. 1:15). ¡El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios! Por decirlo así, Dios tomó a su Hijo como el molde o estampa, y sobre esa estampa, Él imprimió en nosotros su imagen, para que el Hijo de Dios pudiera llegar a ser el primogénito entre muchos hijos. Luego, en el tiempo establecido por Dios, el Hijo de Dios vino al mundo, se vistió de carne, y, luego de cumplida su obra en la tierra, ascendió a los cielos y se sentó a la derecha de Dios. ¡En este momento hay un Hombre a la diestra de la Majestad en las alturas!

De manera que el hombre, tal como Dios lo creó, por poseer las características de su propio Hijo, tiene una alta dignidad, y ocupa un lugar central en el corazón de Dios.

Ahora bien, si el hombre se aventura en la empresa de alterar el genoma humano, ¿cuál va a ser el modelo de hombre hacia el cual se proyectará? ¿Será un híbrido de hombre y bestia, o de hombre y máquina, con superpoderes, como esos héroes de la ciencia-ficción, poseedores de una extraña configuración sicológica, las más de las veces aterradora y sicopática?

Las preguntas se multiplican, y las consecuencias son imprevisibles. El tema da para una segunda parte, que esperamos continuar en nuestro próximo número. ¡Que Dios extienda su misericordia sobre este convulsionado planeta!

***

Referencias:  Revista Crónicas del Domingo, Nº 616, Diario La Tercera (Santiago de Chile, 08/07/2000). Revista Muy Interesante Nº 104, marzo 1996, y Nº 158, septiembre 2000. Revista Conozca Más, octubre 2000.

1 Recordemos que en la fecundación humana, al unirse el óvulo con el espermatozoide, cada uno aporta 23 cromosomas; entonces, el material genético se entremezcla y los hijos resultantes de tal unión manifestarán caracteres de ambos padres.
2 «Crónicas del Domingo», Diario La Tercera, 8/07/2000.